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martes, 5 de julio de 2011

Décimo Quinto Domingo ordinario

Estudio Bíblico de base para la Lectio Divina del Domingo

Domingo XV del Tiempo Ordinario –

CÓMO SE DEBE ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS:

En la escuela de los verdaderos oyentes

“¡Mi corazón está preparado, oh Dios,

para producir treinta, sesenta y cien por uno!

Que sea más o menos, ¡pero que sea siempre trigo!”

(San Agustín)


Introducción

Comienza una nueva sección del evangelio de Mateo. Se trata del tercer gran discurso formativo de Jesús a sus discípulos. Los dos primeros, el Sermón de la Montaña (Mt 5-7) y el Manual de la Misión (Mt 10), constituyeron como dos escalones en el camino de maduración de los discípulos.

Este nuevo discurso se centra en un aspecto importante del discipulado: Jesús no sólo dice lo que hay que hacer sino –teniendo en vista la maduración de la fe de los suyo- también los enseña a discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida. Para ello sirven las parábolas, las cuales son verdaderos ejercicios de discernimiento espiritual que tratan de captar el acontecer discreto del Reino en medio de las diversas circunstancias de la vida y motivan para hacer la elección correcta de la voluntad de Dios.

Es así como se descubre la naturaleza sorprendente del Reino de Dios. La enseñanza de Jesús se despliega a lo largo de siete parábolas bien ordenadas. Después de una breve introducción (13,1-2), comienzan las parábolas:

(1) El sembrador (13,1-9),
(2) El trigo y la cizaña (13,24-30),
(3) El grano de mostaza (13,31-32),
(4) La levadura (13,33),
(5) El tesoro escondido en el campo,
(6) La perla del mercader (13,45-46) y
(7) La pesca en la red que atrapa todo (13,47-50).

Finalmente encontramos conclusión igualmente breve (13,51-52).

Las cuatro primeras parábolas, basadas en motivos vegetales, educan en el discernimiento propiamente dicho; las otras tres están dichas para motivar el paso, la decisión, ya que es posible tener claro lo que hay que hacer pero nunca llegar a hacer. La última parábola confirma que éstas están presentadas en clave de discernimiento: es como el pescador que cada día se sienta a la orilla del mar a recoger de la red lo que le sirve y devolver al mar lo que no sirve o todavía no está maduro. Así la vida del discípulo todos los días y en este esfuerzo continuo debe perseverar para conducir una vida según la voluntad del Dios del Reino.

1. Ambientación del discurso. Notemos la ambientación del discurso:

“Aquél día, Jesús salió de casa y se sentó a orillas del mar” (13,1). Jesús sale de la casa en la que estaba y se va a la orilla del mar, recordamos se evoca el pasaje de la tempestad calmada (8,23). La multitud que se reúne en torno a Él es grande (13,2). Con él subido en una barca y la gente sentada a la orilla. En este bello escenario comienza la enseñanza.

La parábola del sembrador (13,3b-9), la primera en contarse, distingue diversos tipos de terreno en los cuales caen las semillas arrojadas por el sembrador, destacando al final un terreno que es apto para la inmensa producción de que es capaz una simple semilla.

2. Diversos tipos de terreno.

Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron. Al caer en el camino donde no puede ser cuidada, cae de superficialmente, así son las personas que oyen la palabra, pero no llega al corazón, no se arraiga no tiene raíz y el maligno la arranca.

Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra; pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron. La semilla que cae en un terreno rocoso donde no puede hacer raíz y con el sol inclemente se seca, es el hombre que oye la palabra y la acepta inmediatamente con alegría, pero no admite la raíz es superficial, es incoherente en su actuar y por tanto no germina.

Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron. Aunque el suelo es bastante profundo para hacer raíz se encuentra con hierba, compara con el que oye la palabra, pero las preocupaciones personales y del mundo sofocan la palabra y no da frutos.

Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto, una ciento, otra sesenta, otra treinta. La semilla sembrada en la tierra es buena, en suelo profundo, no tiene abrojos, es la persona que abre su corazón, escucha la palabra y da diferentes frutos.

3. Comportamiento del sembrador.

El comportamiento del sembrador, que es un profesional en la materia, ciertamente parece extraño cuando deja caer algunas semillas en terreno impropio para el cultivo. Sin embargo, esto corresponde a la realidad del evangelio: antes que la calidad de la tierra, lo que vale es la calidad de la semilla. Así obraba Jesús: arrojaba su semilla en corazones sobre los cuales los fariseos ya habían dado su dictamen negativo y consideraban excluidas de la salvación.

Entonces la imagen de un sembrador arrojando las semillas en los tres primeros terrenos es un retrato de la obra de Jesús quien no ha venido “a llamar a justos, sino a pecadores” (9,13). Ante todo se proclama la bondad de Dios, quien no tiene límites para ofrecer sus bendiciones (ver 6,45), pero esto implica de parte de cada hombre el hacerse a sí mismo “buena tierra” para que la semilla de la Palabra pueda crecer.

La Palabra de Dios se nos da como un don, él no cuenta con la respuesta del hombre, la semilla cae en diferentes corazones pero a pesar de ello tendrá éxito en la mayor parte. Es un relato que nos lleva a la esperanza.

“Para conseguir esta vida beata, la misma verdadera Vida en persona nos ha enseñado a orar, no con muchas palabras, como si por ello fuésemos a ser mejor escuchados cuanto más prolijos seamos (…). Puede parecer extraño que Dios os ordene hacerle peticiones cuando Él conoce, antes de que se lo pidamos, lo que necesitamos. Debemos, sin embargo, considerar que a él no le importa tanto la manifestación de nuestros deseos, cosa que él conoce perfectamente, sino más bien que estos deseos se reaviven en nosotros mediante la súplica para que podamos obtener lo que ya está dispuesto a concedernos (…)”

(San Agustín)

Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cuál es la causa de no escuchar y entender la Palabra de Dios?
2. ¿Qué me pide el Señor con relación al evangelio de hoy?
3. ¿Cómo escuchamos la Palabra del Señor? ¿Abrimos el corazón al mensaje que nos transmite?

 
Anexo 1

Pistas para las otras lecturas del domingo



Sumario: Isaías compara la Palabra de Dios con la lluvia que baja del cielo para abrevar la tierra. Para el salmista, Dios es un agricultor que trabaja la tierra. Así como los autores del Antiguo Testamento, Jesús usa las mismas imágenes agrarias: habla de un sembrador que sale a sembrar. Pablo también habla de la tierra, pero en el sentido de cosmos. Asocia el universo entero con la liberación que nos ha traído Jesucristo.



Primera lectura: Isaías 55,10-11



“Así como la lluvia fecunda la tierra, así mi Palabra…”



El capítulo 55, conclusión de la obra del llamado “Segundo Isaías” (Is 40-55), lo leemos también en la vigilia pascual. Lástima que para la liturgia le hayan cortado los vv.12-13, donde se dice cuál es la misión para la cual la Palabra es enviada: “Sí, con alegría saldréis, y en paz seréis traídos…”.



Se trata del regreso del exilio que es visto como un “nuevo éxodo”, como una nueva pascua que se hace acontecimiento gracias a la fuerza exclusiva e irresistible de la Palabra de Yahvé.



En la Sagrada Escritura encontramos con frecuencia imágenes y metáforas para señalar la fuerza de la Palabra de Dios. Recordemos a Jeremías, quien compara la Palabra con el fuego y el martillo (Jr 23,29) o al autor de Hebreos que recurre a la metáfora de la “espada de doble filo” (4,12).



Aquí Isaías se inspira en el mundo rural: para un campesino que se empeña todos los días contra la rudeza de una tierra árida, no hay nada más deseado y amado que la lluvia, inicio y condición de cualquier ciclo de vida.



El profeta nos presenta la Palabra de tal manera, que nos hace pensar en Aquel que es la Palabra plena, definitiva, creadora y recreadora de Dios: Jesús (ver Jn 1,1-18). Es en la liturgia, celebración del misterio pascual, que se manifiesta y actúa esta vitalidad de la Palabra.



Salmo 64



Así como el profeta Isaías, el Salmo describe las actividades de un Dios que cultiva su tierra. Él abre las ventanas de lo alto y por los “riachuelos de Dios” corren aguas benefactoras.



Como buen campesino, Dios prepara la tierra y “bendice las semillas”. El agua es el símbolo de la vida. Todo chorrea en el Salmo: las tierras agrícolas, las hierbas y el desierto mismo. Esta tierra en fiesta es una parábola de la fecundidad de la Palabra y de la acción de Dios.



Segunda lectura: Romanos 8,18-23



Tenemos una magnífica página de Pablo en la que contempla el impacto cósmico del proceso de la redención y divinización del hombre.



Con un lenguaje algo atrevido, Pablo nos describe la ansiedad y el sufrimiento con que la creación expectante suspira por el surgimiento de una nueva humanidad de los hijos de Dios. De hecho, el hombre pecador --Adán-- “abusó” de las realidades terrestres que le habían sido entregadas por Dios, instrumentalizándolas en función de su egoísmo. Se transformó así en un tirano que esclavizó el mundo, frustrándolo en su orientación natural para la gloria de Dios, encerrándolo en la “vanidad”, en el vértigo de la corrupción, del absurdo, de la muerte.



Es en este contexto que se anuncia una buena noticia: va a surgir sobre la tierra un hombre nuevo, verdaderamente libre y, entonces, también el mundo podrá levantar la cabeza.



Este hombre nuevo es Cristo. Ese hombre nuevo somos nosotros los bautizados, quienes recibimos las primicias del Espíritu Santo. Pero las primicias, siendo el principio y la garantía de la cosecha, no son todavía una posesión completa. Todavía estamos en proceso de llegar a ser lo que somos (o seremos). La gloria de la redención plena todavía no ha sido alcanzada.



(V. P. - J. S. – F. O.)



Anexo 2

Meditemos la Palabra con un Padre de la Iglesia





“¿Por qué una parte de la semilla cayó en el camino, otra en tierra pedregosa y otra entre espinos?



Si el sembrador temiese esas tierras difíciles tampoco habría llegado a la tierra buena. Mirémonos a nosotros para que no seamos camino, ni peñasco, ni matorral, sino tierra buena.



¡Mi corazón está preparado, oh Dios, para producir treinta, sesenta y cien por uno! Que sea más o menos, ¡pero que sea siempre trigo!



No seamos camino donde el enemigo, como un ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes. Ni roca donde la tierra escasa después haga germinar lo que después no resistirá el sol. Ni espinas que son las codicias del mundo y los cuidados de una vida viciosa.



¿Qué puede ser peor que los cuidados de la vida, que impiden llegar a la vida? ¿Qué puede ser más miserable que perder la vida preocupándose con ella? ¿Qué puede ser más infeliz que caer en la muerte temiendo la muerte?



¡Que se arranquen los espinos, que se prepare el campo, que se reciba la semilla, que se recoja la mies, que se desee el granero y que no se tema al fuego!



(San Agustín, Sermón 101,3)



Anexo 3

Una bella aproximación homilética al evangelio de este domingo



“En este y en los próximos dos domingos escuchamos el capítulo 13 de Mateo, que recibe algunas parábolas con las que Jesús anuncia ‘los misterios del Reino de los cielos’.



Jesús, sale de la casa de Cafarnaún donde acostumbraba retirarse con su comunidad y viene al mar de Galilea, donde lo rodea la multitud. Decide sentarse en una barca y desde allí pronuncia su enseñanza. Jesús no hace discursos largos y complicados, se basa en breves parábolas, creaciones sapienciales y literarias que nacen de su capacidad de gratuidad y de contemplación de la realidad. Esto lo hace un maestro singular: con sus parábolas proclama de forma sencilla ‘cosas escondidas desde la fundación del mundo’ (Mt 13,35).



La primera parábola, la que narra la semilla que cae sobre diversos tipos de terreno, es la más importante y de ella dependen las sucesivas. Es, de hecho, una especie de parábola en acto: cuando Jesús afirma que el ‘sembrador sale a sembrar’ está hablando de su sembrar ‘la semilla del Reino’ en cuanto lo escuchan sobre la orilla y, por tanto, está describiendo su acogida o rechazo. Por esto le dirige a la inteligencia de sus corazones la exhortación: ‘Quien tenga oídos, ¡escuche!’.



Según las costumbres de Palestina la semilla venía antes que el terreno fuera arado: el campesino esparcía la semilla por doquier. Así –dice Jesús—una parte de la semilla cae a lo largo del camino, donde es devorada por los pájaros; otra parte cae entre las zarzas y enseguida germina pero, con el sol, se seca por falta de raíz; otra parte cae entre los espinos, que enseguida la sofocan; otra parte cae sobre la tierra buena y da fruto.



Después Jesús vuelve a casa y les explica a los discípulos el significado de lo que ha narrado, enseñándoles cómo se debe escuchar la Palabra de Dios. Pero los cuatro terrenos de que habla Jesús están todos representados en nuestro único corazón, ¡son cuatro posibles respuestas a las Palabra!



En primer lugar uno tiene que interiorizar la Palabra, “rumiarla” con atención, de otra manera el Maligno enseguida se la roba: una escucha superficial no es una verdadera escucha, es infructuosa como la semilla sembrada a lo largo del camino.



Es necesario perseverar en la escucha: es fácil acoger la Palabra con alegría y dejar que ella de fruto por un instante, así como la semilla entre las piedras; pero de esa manera uno es persona “de un momento”, sin raíces, incapaz de enfrentar la prueba del tiempo y las tribulaciones que una auténtica escucha comporta.



Hay que luchar contra los ídolos seductores, como la acumulación de riquezas, de otra manera la Palabra es ahogada como la semilla por las espinas y no llega a dar el fruto de una fe madura.



En fin, ‘el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende; éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta’. Esta es la escucha hecha con un corazón ‘recto y bueno’ (Lc 8,15), que se contrapone a aquella, según la Escritura, es la enfermedad más peligrosa: la dureza de corazón.



Se requiere un ejercicio diario de escucha, un predisponer todo para que la Palabra de Dios pueda obrar en nosotros. Para ello uno tiene que ser consciente de que la Palabra siempre es eficaz y que su potencia nunca deja lo que encuentra en misma situación inicial. Frente a ella no se puede ser neutral o indiferente: o uno la acoge y se convierte o, si ella es rechazada, endurece el corazón de quien la rechaza.



Esto es lo que ocurre también ante la persona de Jesús, Él es la Palabra hecha hombre, ‘el misterio del reino de los cielos’. De la comunión con él depende la fecundidad de nuestra vida.”



P. Enzo Bianchi

Comunidad de Bose

(Trad. y Adap. FOC)



Anexo 4

Para los animadores de la liturgia dominical



I

La preparación de la liturgia, incluyendo sus “pormenores”, siempre es una necesidad, pero mucho más en este tiempo. No caigamos en la tentación de abreviar por omisión o por aceleración. Ojala aseguremos en nuestras celebraciones un ritmo sereno y reposado que favorezca la interiorización.



II

El evangelio de este domingo nos presenta una temática que también es una metodología y un modelo de predicación homilética. Llamemos la atención sobre lo concreto, démosle valor a la imaginación y a la memoria de los oyentes, apoyándonos en imágenes cotidianas y usando un esquema narrativo sencillo y breve y la apertura del leguaje simbólico, profundamente respetuoso de la trascendencia de las realidades que comunica.



III

Sugerimos llamar la atención de la comunidad sobre la próxima jornada mundial de la juventud que tendrá lugar en Sydney-Australia del 15 al 20 de julio. Que sea la oportunidad para estimular con mayor ahínco y dándole todo el valor que se merece a la pastoral juvenil en nuestras comunidades.



IV

Para la liturgia Eucarística sugerimos el prefacio V (La creación) o el VI (La prenda de la Pascua eterna) de los domingos del Tiempo Ordinario, o el de la Oración Eucarística II (Cristo es la Palabra).



V

Para las Eucaristías con niños y para la catequesis les sugiero un video sobre el evangelio del hoy (personalmente me ha gustado mucho, se los recomiendo!):

http://www.youtube.com/watch?v=tq4s1NBKQRM



VI

Para los lectores.



La Palabra exige hoy y siempre buenos lectores. Prepárense bien!!!



Primera lectura: El elemento más importante de la frase es la segunda parte. Para hacerlo notar, el lector hará una interrupción al final de la primera parte (antes de “así la palabra”), para darle énfasis a la segunda parte.



Segunda lectura: Comprender el texto debe ser el primer esfuerzo del lector. Hay que evitar, en lo posible, lectores aparecidos “a última hora”. Atención a algunas palabras que no son de fácil pronunciación.



(V. P. – F. O.)



Anexo 5

Para prolongar la meditación y la oración



Un don de Dios (Mt 13,1-23)





“La semilla divina

estaba en mí

desde mi nacimiento;

un día

comencé

a escuchar la Palabra;

mi amor adormecido

se desarrolló en la esperanza;

con el Espíritu,

camino,

quiero cumplir mi misión,

ser óbolo”



(Franck Widro)







viernes, 17 de junio de 2011

Fiesta de la Santísima Trinidad

Pequeño estudio bíblico de apoyo para la Lectio del Evangelio

Solemnidad de la Santísima Trinidad –



SANTÍSIMA TRINIDAD:

Un Dios Amor que nos invita al gozo de su vida en comunidad





“Sumerjámonos en esta trinidad Santa,

en este Dios todo amor.

Dejémonos transportar hacia aquellas regiones

donde no está sino Él, sólo Él”

(Sor Isabel de la Trinidad)





“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa”

Oremos…



“Dios Padre, que al enviar al mundo

al Verbo de verdad y al Espíritu de santidad,

revelaste a la humanidad tu misterio admirable;

concédenos que al profesar la fe verdadera,

reconozcamos la gloria de la eterna Trinidad

y adoremos a la unidad de su majestad omnipotente”

(Oración colecta de la Solemnidad de la Trinidad)



Introducción



Después de haber contemplado ampliamente la obra de Jesús en su misterio pascual, realización del proyecto salvífico del Padre, y de acogerla en el don de su Espíritu, colocamos hoy nuestra mirada en el misterio de la Santísima Trinidad.



“Tres personas distintas, un solo Dios verdadero”, así confesamos al Dios en quien nuestra vida fue sumergida bautismalmente. En un día como hoy proclamamos que la vida trinitaria, la intimidad del Padre y del Hijo y su Amor, es la medida, la gracia y la inspiración de nuestras relaciones con Dios y entre nosotros.



Es tan claro que se trata de un misterio inagotable que conocemos experiencialmente, en la medida en la medida en que se impregna en nosotros, que San Pablo saludaba a su comunidad –quizás la más complicada en materia de relaciones comunitarias- con una frase que le recordaba lo esencial de su fe y el estilo que debía caracterizar todas sus relaciones: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Corintios 13,13).



Pero, ¿Qué cambia el hecho de creer en la Trinidad? ¿Qué experiencia de vida se inscribe detrás de esta revelación del ser de Dios? ¿Cómo vivir de esta vida trinitaria?



1. Una revelación que proviene de Jesús, el Hijo



Ante todo tengamos presente que si nosotros confesamos que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo hacemos gracias a la enseñanza, la vida y el misterio de Jesús. Pero ya desde antes –en el Antiguo Testamento- el pueblo de la Biblia lo presiente y, después, poco a poco, cuando los apóstoles hacen la experiencia pascual, la vida y la fe de las primeras comunidades cristianas lo comprenden de manera inequívoca.



La experiencia de un Dios Trino es fe y vida, vida y fe. No hay duda que la intimidad de los Tres fue vivida espontáneamente por los primeros cristianos después de la Pascua cuando ya se había cumplido la promesa de Jesús sobre la venida del Paráclito: “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Juan 16,13). Pero después de la experiencia viene la “formulación” de lo vivido y comprendido; es así como se va llegando poco a poco a la confesión de que Dios es Trinidad Santa.



Es verdad que Jesús ya había dado muchas pistas. No es sino que recordemos algunas de sus revelaciones más significativas que meditamos el mes pasado en el evangelio de Juan:

• “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre… Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (14,9.11)



• “Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (14,23)



• “El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo” (14,26)



• “Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros” (15,9)



• “Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (17,21)



• “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (20,17)



• “‘Como el Padre me envió, también yo os envío’. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,21b-22).



A partir de Pentecostés, plenitud del tiempo pascual, cuando Jesús y el Padre han entregado lo más íntimo de sí, el amor infinito del uno por el otro, el Espíritu Santo, nos guía “hasta la verdad completa” (16,13) y es en el ámbito de este don que proclamamos y celebramos esta solemnidad de hoy.



Nuestro conocimiento de Dios proviene en definitiva de Jesús. Por eso volvamos al Cenáculo para escuchar maravillados y agradecidos, de la boca de Jesús, la revelación sobre el amor de los Tres.



2. Frente a la fe imperfecta de los discípulos, Jesús les promete el Espíritu de la Verdad



“Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello” (16,12).



Esta frase de Jesús suena extraña a primera vista, puesto que Él ya antes había dicho: “todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (15,15). Pero el sentido es éste: si bien Jesús ya lo dijo “todo” en la confidencia de la amistad con sus discípulos, todavía está faltando la comprensión profunda y vital.



La frase “ahora no podéis con ello” (16,12b), o más exactamente “no lo podéis soportar”, tiene como trasfondo la imagen de una persona que carga un objeto pesado (ver Hechos 15,10; Gálatas 5,10). De hecho la expresión tan conocida “cargar la cruz” está relacionada con esto. La situación, entonces, es dramática porque –según el evangelio- a la meta sólo se puede llegar caminando detrás de Jesús que carga con la Cruz (ver Juan 13,36).



Pero aquí el sobrepeso está relacionado con la capacidad de entrar en todo lo que implica la relación del Padre y del Hijo (“Todo lo que he oído a mi Padre”, 15,15): es conocimiento de (1) las confidencias entre ellos y (2) de la obra de ellos en el mundo, pero también (3) de la vivencia de esta revelación de amor y salvación. Es como un avión que, para poder volar alto, no puede llevar sobrepeso.



Tengamos en cuenta que el problema no está únicamente en “saber” la enseñanza de Jesús sino en el poder llevarla a la práctica; y también es verdad que sólo cuando se lleva a la práctica, ésta se comprende plenamente. Esto es propio del conocimiento que se deriva de la fe.



Por lo tanto, nos encontramos ante una doble dificultad: (1) la que proviene de nuestra capacidad limitada para entender las enseñanzas de Jesús y (2) la que proviene de nuestra capacidad limitada para practicarlas. La única solución posible es la pedagogía: hacer itinerarios, recorrer el camino gradual de maduración de la fe. Esta es la obra del “Paráclito”: precisamente este título significa “el que ayuda”.



3. El Espíritu Santo es “pedagogo” que nos conduce hasta el profundo misterio de Dios



“Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad completa” (12,13).



La obra del Espíritu tiene tres acentos:



(1) Es pedagógica. Hay un leve matiz en la frase: “Os guiará progresivamente”. Se trata de una labor de inducción, hecha poco a poco.



(2) Está centrada. Su horizonte es la “Verdad”. Se trata de la “Verdad” de la presencia del amor de Dios en el mundo, llevada a cabo en el Verbo encarnado (“Yo soy la Verdad”, 14,6).



(3) Es completa. El objetivo que pretende alcanzar es “la Verdad completa”: se trata de una globalidad, o mejor, de una visión global y perfecta de la obra que Dios –en su fidelidad con la creación y el pueblo con el cual hizo alianza- ha querido llevar a cabo.



Un camino para un profundo anhelo



El anhelo de todo ser humano es ver a Dios, ver su gloria. Estamos llamados a la unificación de la vida y a caminar a hacia una plena realización. Como lo expresa el orante del Salmo 24,5, “Guíame hacia la verdad” (ver también el Salmo 143,10), tenemos una sed ardiente por conocer el camino del Señor, con la certeza de que sólo en Él está la vida.



Y así como sucedió con el pueblo de Dios en el desierto, este camino de vida no se puede recorrer si Dios mismo no es quien lo guía (ver Éxodo 15,13; Isaías 49,10). Esta ruta pascual se le debe al Espíritu Santo: “El Espíritu de Yahveh los llevó a descansar. Así guiaste a tu pueblo para hacerte un nombre glorioso” (Isaías 63,14).



Entonces, la “guía pascual” del Espíritu consiste en introducir en medio de la fragmentación de la vida humana, de las situaciones históricas, una fuerza transformadora y orientadora que lo unifica todo en la plenitud de Cristo en la historia.



La vigencia y la pertinencia de la eterna novedad del Resucitado



Bajo la clave pascual comprendemos mejor la obra del Espíritu: la cristificación del mundo. El Espíritu “guía” a cada discípulo y a la comunidad de los creyentes para hacer presente el “hoy pascual” de la obra de Jesús, el Señorío de Cristo, en cada una de las circunstancias que se dan en la humanidad y también en cada uno de los nuevos desafíos que van apareciendo en cada nueva etapa de la historia.



Camino abierto hacia la plenitud



Lo que aquel día en el cenáculo los discípulos no estaban en condiciones de “soportar” tenía que ver, entonces, con la captación de la gran unidad de la revelación que, a pesar de haber sido dada plenamente en Jesús, no se capta sino en la medida que va entrando en contacto con todas y cada una de las realidades humanas que emergen a lo largo del caminar histórico.



En fin, el Espíritu Santo lo centra todo en el Plan de Dios y por lo tanto en la persona de Jesús que, como Verbo encarnado, lo ha llevado a cabo en el mundo mediante el doble movimiento de “salida” del Padre y “subida” al Padre (ver 16,28). Su “salida” es venida que inserta el amor de Dios en las tinieblas y las estructuras egoístas del mundo. Su “subida” –pasando por la Cruz- lleva a los que entran en su camino hasta la comunión de amor, luminosa y gozosa, de Dios, en la plenitud de la vida.





4. Cómo el Espíritu nos sumerge en los tesoros del amor del Padre y del Hijo



Digámoslo de otra forma: ¿De qué manera el Espíritu nos guía hasta la “Verdad completa”?





(1) Con una fuente de alta fidelidad



El Espíritu “hablará”. La voz del Espíritu comienza a partir del silencio de Jesús. Jesús calla (16,12) pero su mensaje está ahí resonando por medio del Espíritu. Por eso “hablará lo que oiga” (16,13b).



“No hablará por su cuenta”. Notemos la gran fidelidad que caracteriza al Espíritu con relación a Jesús. Su actitud es similar a la que Jesús tiene con el Padre: “el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a él es lo que hablo al mundo” (8,26).



El Espíritu “anunciará lo que ha de venir”: más que todo lo que va a pasar en el futuro, se trata ante todo de cómo tienen que reaccionar los discípulos frente a lo que va viniendo. El Espíritu no permite que las eventualidades de la historia desvíen a los discípulos de Jesús, sino por el contrario, los lleva a hacer presente y actual la Palabra del Maestro en todo lo que les va pasando. Para ello mantiene la sintonía –con la mayor nitidez posible- de los discípulos con Jesús.



(2) Sumergiéndonos en la gloria de la Trinidad



El Espíritu “me dará gloria” (16,14a). Se trata de la gloria dada por el Padre al Hijo desde la eternidad: “la gloria que tenía a tu lado, antes que el mundo fuese” (17,5b). El “dar gloria” a Jesús resume lo que se había dicho anteriormente sobre el Señorío de Cristo en el mundo, esto quiere decir que, llevando a plenitud la obra de Jesús en el mundo, el Espíritu está anticipando su plenitud final en la historia. Él nos lleva de brazos abiertos ante Dios.



¿Y qué es lo que trae la “gloria”? Pues la misma vida de Dios y sus tesoros inagotables.



Jesús dice “Todo lo que tiene el Padre es mío” (16,15a). Este “mío” o “de mi propiedad” indica hasta dónde es capaz de llegar el amor: hasta compartirlo todo. Cuando dos se aman se entregan mutuamente –con absoluta confianza- todo lo que son y tienen: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (17,10; ver también las últimas palabras en la parábola del Padre Misericordioso en Lucas 15,31). La comunidad de amor es también comunidad de bienes; lo segundo es consecuencia de lo primero.



¿Y el Espíritu? Como lo muestra el texto: si bien el Espíritu y Jesús son dos, también son “uno” en el obrar.



El discípulo de Jesús participa entonces de la vida que está en el Padre y el Hijo, la que sólo les pertenece a ellos en propiedad: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo” (5,26). Y más aún: todo lo que cabe en la relación del Padre y el Hijo, su estima, valoración, admiración, escucha/obediencia, el estar contentos el uno del otro, todo esto el Espíritu lo transmite a los discípulos. Por eso dice: “Recibirá de lo mío y os lo anunciará (transmitirá) a vosotros” (16,14c.15c).



Se realiza así el deseo de Jesús: “Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria” (17,24). Bajo la luz de esta gloria, la comunidad de los discípulos queda envuelta en la fuerza y la intensidad del amor que es propio de Dios.



Ahora vemos que el Espíritu no nos llega solamente a los oídos sino hasta el corazón. Es el Espíritu –Dios mismo vaciándose en nosotros- quien coloca en los más hondo de nuestro ser al Ser mismo de Dios.



Fuimos creados para “vivir”. Porque fuimos creados en el Verbo (1,3) -que es eterna relación- vivimos sedientos de amor: por eso lo que más nos duele es una mala relación. Es algo que llevamos impregnado dentro. Pues bien, por la entrada y permanencia de Jesús en nuestra vida, Él como Verbo lleno de amor, nos rescata de nuestras soledades y aislamientos, sana nuestras incomunicaciones y malas relaciones al colocarlas en el plano superior del amor primero y perfecto que viene de Dios. Todo lo hace converger allí y de Él, de lo alto, brota una nueva capacidad de amar. Y si bien pasamos por el trauma de la muerte física, viviremos para siempre porque en esa relacionalidad no hay lugar para la muerte, y esto: porque el Cielo de la Trinidad ya está en nosotros.



Así, la misión del Hijo queda “completa”, esto es, darnos la vida eterna de Dios: “Para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos” (17,26).





5. En conclusión…



La Trinidad Santa nos habita de manera inefable. Gracias a la “guía” del Espíritu que todo lo conduce “hasta la Verdad completa”, nuestra vida se va paulatinamente cristificando, impregnando en nosotros el rostro del amor. La identidad con el Hijo, la participación en su gloria, nos hace posible unirnos al amor de los Tres, compartir su vida de alabanza recíproca, de amor y de gozo, y meditar largamente y en profunda paz las confidencias del Uno y del Otro a través de la escucha de lo que el Espíritu nos coloca en el corazón.



Siendo todo esto así, no se puede ser cristiano completo sin vivir en la Trinidad, porque la novedad de la vida bautismal –somos bautizado “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”- está iluminada por un amor transformante del Dios familia: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Romanos 5,5). ¿Qué más se puede desear? No queda sino adorar y suspirar hondamente. Como bien decía Sor Isabel de la Trinidad:



“Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza,

Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo…

Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti,

hasta que vaya a contemplar en tu Luz el abismo de tus grandezas”.





6. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón



6.1. ¿Quién es Dios? ¿Cuál es la cumbre de la revelación que Jesús nos hace del Misterio de Dios? ¿Qué significa la frase de Jesús: “El Espíritu de la Verdad os guiará hasta la Verdad completa”?



6.2. ¿Cuál es al mayor anhelo de mi vida? ¿La Trinidad Santa es respuesta esa búsqueda? ¿Qué debo contemplar en Dios?



6.3. ¿Mi esfuerzo por el bienestar personal sacrifica la felicidad de otras personas?



6.4. Según el evangelio de este Domingo, ¿Cómo debería ser la vida de una familia?, y también, ¿Cómo sueño mi familia? ¿Qué hago para lograrlo?



6.5. ¿Cómo ilumina la Trinidad Santa, comunidad perfecta de amor, la vida comunitaria de la Iglesia (de las comunidades religiosas, de nuestras parroquias, de las pequeñas comunidades a las cuales pertenecemos) y el estilo de vida que la sociedad necesita? ¿Qué imagen de Iglesia se deriva de la revelación de un Dios Trinidad?



6.6. Nuestra sociedad ha alcanzado altos niveles de comunicación global, pero esto no ha hecho más que poner de relieve las fragmentaciones sociales, los fracasos familiares, la marginación, las profundas y absurdas soledades. ¿El anuncio de un Dios amor –amor que unifica, que comparte todo, que envía, que salva- está contradiciendo el estilo de vida individualista de una sociedad de masas pero sin comunión de amor? ¿Qué debemos promover los discípulos de Jesús? ¿Qué tenemos que anunciar proféticamente?



6.7. Sabiendo que hay una relación estrecha entre la “comunitariedad” y la “vida plena”, ¿Cuál es el papel de una Iglesia-comunidad en medio de la sociedad? ¿Por qué y de qué manera está llamada a ponerse al servicio de la defensa y la promoción de la vida?





P. Fidel Oñoro Consuegra, cjm

Centro Bíblico del CELAM





Anexo 1



Para prolongar la meditación y la oración







El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en el Tríptico que Benedicto XVI regalo a los Obispos de Latinoamérica y el Caribe la inaugurar la V Conferencia General



“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme totalmente de mí para establecerme en Ti, inmóvil y tranquilo, como si ya mi alma estuviera en la eternidad. Que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de Ti, oh mi inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la hondura de tu Misterio.



Pacifica mi alma, haz de ella tu cielo, tu morada de amor y el lugar de tu descanso. Que en ella nunca te deje solo, sino que esté ahí con todo mi ser, todo despierto en fe, todo adorante, totalmente entregado a tu acción creadora.



Oh mi Cristo amado, crucificado por amor, quisiera ser, en mi alma, una esposa para tu Corazón, quisiera cubrirte de gloria, quisiera amarte..., hasta morir de amor. Pero siento mi impotencia: te pido ser revestido de Ti mismo, identificar mi alma con cada movimiento de la Tuya, sumergirme en Ti, ser invadido por Ti, ser sustituido por Ti, para que mi vida no sea sino irradiación de tu Vida. Ven a mí como Adorador, como Reparador y como Salvador.



Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero volverme totalmente dócil, para aprenderlo todo de Ti. Y luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas mis impotencias, quiero fijar siempre la mirada en Ti y morar en tu inmensa luz.



Oh Astro mío querido, fascíname, para que ya no pueda salir de tu esplendor.



Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor, desciende sobre mí, para que en mi alma se realice como una encarnación del Verbo: que yo sea para Él como una prolongación de su Humanidad Sacratísima en la que renueve todo su Misterio.



Y Tú, oh Padre, inclínate sobre esta pobre criatura tuya, cúbrela con tu sombra, no veas en ella sino a tu Hijo Predilecto en quien tienes todas tus complacencias.



Oh mis Tres, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a Ti como una presa. Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti, hasta que vaya a contemplar en tu luz el abismo de tus grandezas”.



(Sor Isabel de la Trinidad)

domingo, 22 de mayo de 2011

Festividad del Cuerpo y Sangre del Señor junio 26 de 2011

Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario
PARA QUE TENGAMOS VIDA
Eucaristía y encarnación que vivifican
Juan 6,51-58

“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”

Comencemos orando…

Te pedimos Señor,
ya que nos has concedido la gracia
de celebrar tu sacramento eucarístico,
que suscites en nosotros con tanta fuerza
la capacidad de hacer alianza Contigo.
Que podamos decir: ‘Yo en Ti y Tú en mi’.
Nuestra vida en Ti, salvada por ti,
nuestros pecados redimidos en tu cruz, pero Tú en nosotros,
tu opción por el hombre, tu opción por la vida
tu darte por los demás
son ahora la raíz de todas nuestras opciones,
es nuestra opción fundamental de la vida,
desde ahí queremos decidir todo lo que hagamos.

Cuando salgamos, Señor, a trabajar,
cuando salgamos a compartir,
cuando salgamos al estudio,
cuando salgamos a compartir con los vecinos,
que todo lo que decidamos
esté basado en esa opción fundamental
porque Tú estas en nosotros
y hemos hecho de tu causa nuestra causa.

Señor, que busquemos esta unidad de mi vida en Ti.
Que no busquemos esta unidad
a través de las fragmentaciones de nuestra existencia
sino que vivamos siempre en una gran unidad interior
gracias a la comunión contigo,
que no consiste simplemente en recibir la hostia.

Que no nos limitemos simplemente a recibir la Eucaristía
sino a asimilarte, a acogerte,
a asimilar tu Palabra, tus ejemplos, tus opciones.
Que yo nos tomemos tiempo para saborear
a través de la lectio divina tu modo de ser.
Tu síntesis es el sacramento Eucarístico.

Es ahí donde la lectura santa tiene sentido.
Una síntesis tan simbólica que resulta poco visible y perceptible,
a no ser Señor que seamos capaz de ensanchar idealmente
esta semilla sembrada en el corazón
y la convirtamos en ese árbol, en esos frutos.

Que la imitación de tu vida, que la continuación de tu vida
y de la acción evangélica en nosotros,
sea una acción santificante y santificadora.
Esto, Señor, es lo que tu comunión provoca en mí.

Concédenos, Señor,
que nuestras celebraciones de la Eucaristía
unifiquen nuestra vida y la centren en Ti.
Que lo concentremos todo en la Palabra
en la Eucaristía y en el compromiso con los demás.
Palabra, sacramento y servicio.
Palabra Eucaristía y testimonio
como tres realidades que brotan de la entrega
que Dios Padre ha hecho de sí mismo en Ti
Amado Jesús.
Amén, Señor.

Introducción

Dirijamos nuestra mirada al evangelio de este domingo. Llegamos al núcleo, al culmen del discurso del pan de vida, la revelación de Jesús sobre sí mismo en la Eucaristía llega al momento culminante. Un evangelio espectacular !Bellísimo!

Una vez que nosotros, descubríamos que no sólo Jesús es el verdadero pan del cielo, el pan de vida sino que hay que comerlo. Hay que pasar de comer el pan a comer la carne de Jesús. Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación porque el término carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne”. Se añadió entonces una especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo”. “Es mi carne para la vida del mundo”. De esta manera se nos estaba enseñando a comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz en el pan eucarístico.

Y ahora avanzamos en el evangelio de los versículos 51-58 en el mismo capítulo 6. La última parte del discurso del pan de vida.

1. El texto

Leamos Juan 6,51-58:

“Enseñando un día en la sinagoga dijo Jesús a la multitud:
‘51Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
El que coma de este pan, vivirá eternamente;
y el pan que yo voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’.
52 Los judíos discutían entre sí y diciendo:
‘¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?’
53 Jesús les respondió: ‘
Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre,
y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.
54 Y el que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.
55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
57 A mi me envió el Padre que tiene vida y yo vivo por el Padre,
de la misma manera el que me come vivirá por mí.
58 Este es el pan bajado del cielo;
que no es como el que comieron sus padres, y murieron;
el que coma de este pan vivirá eternamente’.”

2. Contexto

La gente había sentido resistencia frente a las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo”. Inmediatamente dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús! Y entonces la encarnación suscitó una gran dificultad.

Hoy nos encontramos con otra resistencia. Cuando Él dijo “Mi carne para la vida del mundo” inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?”.

La gente no entendía. Y si no entendían en aquella época, menos hoy nosotros. Nosotros vemos cómo responde Jesús entonces. Jesús responde con siete afirmaciones. El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones. Le gusta el número siete al capítulo 6 de Juan. Al discurso del pan de vida. Recuerdan ustedes que les había dicho que hay siete preguntas que sirven de hilo conductor y que dan la estructura, el esqueleto, de todo el discurso del pan de vida, de esta bella catequesis. Hay siete preguntas. Pues, ahora la última lección de Jesús está compuesta de siete afirmaciones.

3. Las siete afirmaciones de la parte final del discurso del “Pan de Vida”

En las siete afirmaciones se repite el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre, ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir el Amén eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Un Jesús al cual ahora nosotros encarnamos. Al cual ahora nosotros hacemos una sola cosa con nosotros. Siete afirmaciones en las cuales se repite la palabra comer.

Pero ni una sola afirmación se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante, siempre hay una nueva luz, siempre se abre una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio.

La primera es una afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”.

La segunda, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

Enseguida en la tercera vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”.

La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”. La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.

La sexta afirmación es otra afirmación impositiva, muy bonita. Jesús dice lo que ocurre enseguida: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”.

Y partiendo de esta realidad negativa, “ellos murieron”en seguida la séptima afirmación, la última, la más vibrante, la más alta, es la positiva para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía. “El que coma de este pan vivirá para siempre”.

4. Profundización

Como ya hemos dicho, las siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Cada vez que comulgamos nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Usted no puede decir que desayunó simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunó No Usted tiene que coger el pancito y tiene que comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo ‘la miradera’. Hay que encarnarlo. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros es nada más y nada menos que la cruz.

Cuando comulgamos encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos comulgando con la cruz. De esa manera, al asimilar a Cristo nos hacemos también proexistentes. Nos hacemos Cristo crucificado para los demás, o sea, aquel que da la vida.

No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas. No puede ser. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mi y yo en Él’. Uno solo. Y entonces la cruz, Cristo con los brazos abiertos dando vida está en nosotros amando a todos los demás.

En estas palabras encontramos nosotros una expresión de lo que los otros evangelios presentan en la institución de la Eucaristía. En los otros evangelios Jesús dice “Tomad y comed esto es mi cuerpo, tomad y bebed esta es mi sangre”. Juan lo dice aquí de otra manera.

En el Evangelio de Juan, la institución de la Eucaristía está sustituida por un relato bautismal con el lavatorio de los pies y lo hace allá porque ya lo ha explicado aquí en el capítulo 6.

En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre, nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre.

El hombre está hecho para vivir en, con, por, e inclusive de Jesús. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.

P. Fidel Oñoro, cjm

Anexo 1

Pistas para las otras lecturas del Domingo

Sumario: Los textos de este domingo insisten en el tema de la Sabiduría, atributo de Dios. En el libro de los Proverbios, la “Dama Sabiduría” nos imita a su festín. El Salmo enseña el temor del Señor. Pablo invita a no vivir como gente insensata sino como sabios. Jesús, finalmente, en el Evangelio, da la clave de la verdadera felicidad: es él mismo, quien se nos da en nutrición.

Primera lectura: Proverbios 9,1-6

La literatura de sabiduría, de la cual el libro de los Proverbios hace parte, contrapone el hombre sabio al “sin inteligencia”. La sabiduría bíblica no se reduce a una acumulación de conocimientos, no es cerebral ni libresca, consisten en saber administrar nuestra vida.

En nuestro texto, la Sabiduría aparece personificada, es como una señora que sabe manejar su casa. Ella se dirige a los habitantes de la ciudad que se comportan como insensatos y los invita a venir a comer en pan y beber su vino.

Esta invitación será retomada por Jesús, la “sabiduría de Dios”, quien le pide a todos los creyentes que vengan a habitar en él. Él les propone su pan y su vino para que tengan la misma vida de Dios.

Salmo 33

El salmista recomienda “el temor de Señor”. Esta expresión no implica ni miedo ni sumisión servil, sino amor respetuoso de Dios.

El creyente es invitado a venerar la grandeza y la bondad del Señor. Debe bendecir, glorificar, adorar y buscar a Dios. El rico que no se apoya más que en sus riquezas, puede perder su felicidad, puede perder todo y quedar con hambre. Pero quien pone su confianza en el Señor será colmado.

En el Magnificat, María se acuerda de este Salmo: “A los hambrientos colmó de bienes t a los ricos despidió vacíos”.

Segunda lectura: Efesios 5,1-20

Con frases cortas, Pablo (o sus discípulos) da orientaciones para la vida de los nuevos bautizados. La verdadera sabiduría, tanto ayer como hoy, incluye una triple perspectiva: poner al servicio de los demás el tiempo que nos pertenece, ayudar a comprender mejor la voluntad de Dios sobre nosotros y darle su voz al Espíritu Santo.

(J. S.)

Anexo 2

Una invitación a la oración

Escuchar la Palabra
La vida que Jesús
le ofrece a sus hermanos
tiene su fuente
en el amor del Padre;
aquel que escucha
su Palabra cada día
vivirá de la misma vida de Dios
para siempre”.

(Frank Widro)

Pentecostés junio 12 de 2011

Estudio bíblico de base para la Lectio Divina

Solemnidad de Pentecostés –
INUNDADOS POR EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO:
Fuego y Viento impetuoso de Amor
Hechos 2,1-11

“Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo que llegó del cielo.
El gran racimo ya había sido pisado y glorificado”
(San Agustín)

“Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo”
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de
tu amor.
V. Envía tu Espíritu y todo será creado.
R. Y se renovará la faz de la tierra.
Oremos
¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro,
R. Amén.


Introducción

Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás!
Es el Espíritu Santo quien, con su fuerza unificadora, nos lleva a todos -en la multiplicidad de dones- a aceptar y confesar una misma fe en Jesús “Señor” nuestro.
Es el Espíritu, el que con toda su potencia actúa en nosotros ayudándonos a comprender y a poner en práctica las palabras de Jesús; sus actitudes, gestos y comportamientos se nos impregnan gracias al soplo del Espíritu.
Es el Espíritu Santo quien se hace presente en los oídos y en el corazón de todo oyente de la Palabra, para que sea posible la “Lectio Divina”, o sea, para que cada oyente se abra a la fuerza penetrante de la Palabra.
Es el Espíritu el que transforma el pan y el vino en el cuerpo entregado y en la sangre derramada de Jesús, prolongando en cada asamblea eucarística su Pentecostés.
Es el Espíritu Santo el que nos impulsa a anunciar el “Misterio de la fe”, de la muerte y resurrección del Señor, la semilla de la Palabra –kerigma- de la cual nace la Iglesia.
Es el Espíritu el que sopla sobre nuestra humanidad pecadora, para transformarnos y hacer de nosotros personas que aman y perdonan a sus hermanos.
Es el Espíritu Santo el que hace de la comunidad cristiana no una simple asociación de personas buenas y religiosas, sino el Cuerpo Místico de Cristo, el pueblo reunido en el amor de la Trinidad que canta en alabanza las maravillas de este amor de Dios en la historia.
Es el Espíritu el que nos impulsa en el seguimiento cotidiano de Jesús, infundiéndole a nuestra existencia una dimensión siempre nueva de alegría, paz, verdad, libertad y comunión. No es lo mismo vivir con Él que sin Él.
Es el Espíritu Santo quien es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer.
Es el Espíritu el que con su presencia sigue y seguirá haciendo posible la realización del plan de salvación de Dios en la humanidad, hasta que ella llegue a su plenitud.
Es el Espíritu Santo el que hace fructuoso todos nuestros esfuerzos en nuestra peregrinación cristiana de cada día. El Espíritu Santo nos precede en todo lo que hacemos porque es en Él que Dios realiza toda su obra. Su venida le da la luz y el sabor de la presencia de Dios a todas las cosas.
¿Pero quién es este Espíritu Santo que obra tantas cosas en nuestra vida?
El Espíritu Santo es el amor personal del Padre y del Hijo, y amor quiere decir vida, alegría, felicidad.
El Espíritu Santo es Dios mismo vaciándose en el hombre y moviéndolo internamente para que se abra amorosamente –a la manera de Jesús- al hermano y se arroje confiadamente en los brazos del Abbá-Padre.
El mismo Dios que a lo largo de la historia les ha dado muchas cosas a los hombres, que les ha enviado personajes, incluso su propio Hijo, ahora se da a sí mismo de forma inaudita. Por eso decimos que es el don “escatológico” o “definitivo” de Dios (aquí escatológico quiere decir: “después de esto ya no hay más”, “más de eso no hay”).
Es así como el irresistible amor de Dios entra en lo más hondo de nuestras vidas. Su presencia causa muchos efectos, porque como nos enseña la Palabra de Dios, el Espíritu Santo viene para salvar, sanar, enseñar, exhortar, reforzar, consolar...
Por eso hoy clamamos con entusiasmo, con todas nuestras fuerzas: “¡Ven, Espíritu Santo!”.

El Pentecostés lucano
Sumerjámonos hoy en este misterio guiados por la Palabra, de manera que nos impregnemos de él.
Los invitamos a leer con mayor atención el Pentecostés lucano narrado en Hechos de los Apóstoles 2,1-11 (primera lectura de la Solemnidad). La “Lectio” de este pasaje nos ayudará a recrear la atmósfera, el estado de ánimo de Pentecostés, porque es verdad que no puede haber un estado de ánimo mejor, una actitud más completa con la cual podamos vivir la vida que ¡la del Espíritu Santo!
Salido de la artística pluma lucana, notamos que el relato de Pentecostés es un drama bellísimo, un drama en el sentido original del término, que es el de una participación, de un fuerte movimiento interno cargado de fuertes emociones que le da un gran giro al escenario. ¡Qué intensidad hay en cada palabra! Para captarlo, entremos en la atmósfera espiritual de los dos cuadros que lo componen:
(1) Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (2,1-4)
(2) Fuera del cenáculo (2,5-11)

Leamos despacio el texto de Hechos de los Apóstoles 2,1-11:
1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
3 Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4 quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.
6 Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
7 Estupefactos y admirados decían:
‘¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?
8Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?
9Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto,
Asia,10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros
romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra
lengua las maravillas de Dios’”.

Retomemos el texto frase por frase. Pero comencemos primero por la descripción del contexto:
1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar”
1.1. La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…” (2,1ª)
La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7x7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.
La fiesta de la cosecha de los cereales
En un principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (ver Levítico 23,17).
Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían también en esta fecha “sacrificios de comunión” (Levítico 23,18-20).
La fiesta era tan grande que merecía el suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).
De la fiesta campesina la fiesta de la Alianza del Sinaí
La antigua fiesta campesina se transformó después en una fiesta “histórica” que celebraba la Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de una tormenta, cargada de viento y fuego.
Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los mandamientos. Algunas leyendas judías dicen que la voz de Dios se dividía en setenta voces, en setenta lenguas, para que todos los pueblos pudieran entender la Ley, pero sólo Israel aceptó la Ley del Sinaí.
En fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los convertidos y simpatizantes del judaísmo (“temerosos de Dios” y “prosélitos”), que venían en peregrinación a Jerusalén. En el relato que vamos a leer enseguida notamos que así como en el Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes: desde peregrinos venidos de Roma –centro del Imperio- hasta venidos de la región del mediterráneo así como del desierto.

Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza
Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y religioso.
Un detalle importante es que Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que en su narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como: “cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa. En efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta judía es retomado y notablemente superado por la palabra y la obra de Jesús: estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús.
En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior.
1.2 El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)
La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la encontramos en 1,14.
Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús.
Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a él, como efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron enseguida? Veamos.

2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (Hechos 2,2-4)
“2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
3 Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4 quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”

Sucede la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad. Notemos en la narración lucana:
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
(2) La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
(3) La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)
Detengámonos en lo esencial de este anuncio que no hace san Lucas.
2.1. Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa presencia.
En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al hombre, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.
(1) Un signo para el oído: el viento (2,2)
Primero hay un viento, que es un signo para el oído, un viento que se hace sentir: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (2,2).
El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios. Ya el profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.
No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8).
Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.

Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa.
El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios. El cielo no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como dice Pedro más adelante: “Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).
(2) Un signo para la vista: el fuego (2,3)
Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2,3).
Las “lenguas como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo que el “viento”, en la Biblia el “fuego” está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios.
No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Por su parte Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).
Así como en el signo visual que el evangelista presentó en la escena del Bautismo de Jesús (“bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando.
La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego sobre todos, pero crea un bello juego de palabras con el término “lengua” que asocia las “lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por parte de los apóstoles.
Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas 3,16).
2.2. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
Después de los signos iniciales, de referente externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?
Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: “Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª).
Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas).
Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó de Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran embalse de agua –de esos que se utilizan para generar energía- que de repente se convirtiera en una inmensa catarata que se vacía a través un dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida trinitaria, se vaciara en los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.
“Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.
“Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.
“Quedaron llenos”. La palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que muchas veces es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que desde ese momento, los apóstoles comenzaron a ser otras personas.
2.3. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)
El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús.
El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b).
El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece más próximo a lo que el mismo Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, particularmente su muerte y resurrección.
Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un amor que se la juega toda por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios.
Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, terminará generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.

3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)
“5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.
6 Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
7 Estupefactos y admirados decían…”
La segunda escena ocurre en la plaza frente al cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente en la vida.
3.1. La gente estaba estupefacta (2,5-6)
Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de la venida del Espíritu son los mimos que se daban cuando Jesús entraba poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (Estaban) estupefactos y admirados...”.
3.2. La congregación de todos los pueblos (2,7-11)
Confrontando los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª). La enumeración sigue círculos concéntricos.
La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje de Pentecostés.
Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la venida del Espíritu Santo.
En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa cómo cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no es capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que emergen continuamente.
Babel se repite todos los días: se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en definitiva las relaciones.
Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y por eso esa larga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se entiende, como si estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.
3.3. La honra al nombre de Dios (2,11b)
Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b).
Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en realidad era un templo en forma de pirámide sacra, por lo tanto se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice: “Hagámonos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis 11,4; la Biblia de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho de honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando otra cosa: “hacerse un nombre”.
En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (v.11).
Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos, tantos polos cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de diversidades cuyo centro es Dios.
Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical que es como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos –están llenos de amor- y se han centrado en Dios.
Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien convergemos todos, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto creador en el mundo.
Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración.
Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.

Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:
“Ven, oh Espíritu Santo,
y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;
(un corazón) hermético ante cualquier ambición mezquina;
un corazón grande para amar a todos, para servir a todos, para sufrir con todos;
un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;
un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad”

(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).

Lo que viene es grande, porque Pentecostés es fiesta de la esperanza: la esperanza de que la humanidad entera –comenzando por quien tenemos cerca- pueda ser invadida por el Espíritu Santo en la alegría del don de sí mismo, así como el Cristo pascual.
4. Releamos el pasaje bíblico con los Padres de la Iglesia
Proponemos hoy tres textos en el siguiente orden: (1) San Basilio Magno nos invita a contemplar la acción del Espíritu Santo en Jesús y en la Iglesia; (2) San Agustín hace un paralelo entre la primera y la segunda Alianza sellada en el Sinaí (sentido de la celebración de Pentecostés hebreo); y luego (3) recalca en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles el cumplimiento de la promesa.
4.1. San Basilio Magno: La soberanía del Espíritu Santo
“Toda la actividad de Cristo se realizó en la presencia del Espíritu. Él estaba allí, aún cuando fue tentado por el diablo, pues está escrito: ‘Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado’ (Mateo 4,1). Y continuaba con Él, inseparablemente, cuando Jesús realizaba sus milagros, porque, -son sus palabras- ‘Yo expulso los demonios por la virtud del Espíritu de Dios…’ (Mateo 12,28).
Él no lo abandonó después de su resurrección de los muertos: cuando el Señor, para renovar al hombre y restituirlo –una vez que la perdiera- la gracia recibida por el soplo de Dios, cuando el Señor sopló sobre el rostro de los discípulos, ¿qué fue lo que les dijo? ‘Recibid el Espíritu Santo; los pecados serán perdonados a quienes se los perdonen y quedarán retenidos a quienes se los retengan’ (Juan 20,22-23).
¿Y la organización de la Iglesia? No es evidentemente y sin contestación, obra del Espíritu Santo? En efecto, según san Pablo, es Él quien le dio a la Iglesia ‘en primer lugar los apóstoles, en segundo los profetas, en tercero los doctores; después el don de milagros, después los carismas de curación, de asistencia, de gobierno, de lenguas distintas’ (1 Corintios 12,28). El Espíritu distribuye esta orden según la repartición de sus dones”

(“De Spiritu Sancto”, 16, 39)

4.2. San Agustín: Del Sinaí al Cenáculo
“El pueblo hebreo celebraba la Pascua con la inmolación del cordero y con los ázimos (…); y cincuenta días después de esta celebración, le fue dada sobre el Monte Sinaí la Ley escrita con el dedo de Dios.
Vino la verdadera Pascua y es inmolado Cristo, que opera el paso de la muerte a la vida (…). Y cincuenta días después viene el Espíritu Santo, el Dedo de Dios.
(…) Antes el pueblo estaba a distancia, había terror, no amor. (…) Dios descendió en el fuego sobre el Sinaí, como está escrito, inspirando terror al pueblo que estaba a distancia, y escribiendo con su dedo sobre la piedra, no en el corazón.
Aquí, por el contrario, cuando viene el Espíritu Santo, los fieles estaban reunidos en conjunto. No los asustó como en el Monte, sino que entró en la casa. De repente se escuchó desde el cielo un ruido como si se levantara un viento impetuoso; hubo estruendo, pero ninguno se asustó. Oíste que hubo un estruendo, nota que también hubo fuego. Porque sobre el monte había lo uno y lo otro, el fuego y el estruendo.
… Reconoce también al Espíritu que escribe no sobre la piedra sino en el corazón. De hecho ‘la Ley del Espíritu que da vida’ está escrita en el corazón, no sobre la piedra; “en Cristo Jesús”, en quien fue celebrada la verdadera Pascua, ‘te liberó de la ley del pecado y de la muerte’ (Romanos 8,2).
(Sermón 155, 5-6).
4.3. San Agustín: Odres nuevos en la espera del vino nuevo
“La solemnidad de hoy nos trae a la me memoria la grandeza del Señor Dios y de su gracia, que derramó sobre nosotros. Para eso es que se celebra la solemnidad: para que no se borre del recuerdo lo que ocurrió de una vez por todas (…)
Hoy celebramos la venida del Espíritu Santo. De hecho, el Señor envió desde el cielo al Espíritu Santo prometido ya en la tierra. Así era que había prometido enviarlo desde el cielo: ‘Él no puede venir mientras yo no me haya ido; pero cuando me haya ido, lo enviaré’.
Para eso padeció, murió, resucitó y subió al cielo; sólo le falta cumplir la promesa. Era lo que esperaban sus discípulos, ciento veinte personas, según lo que está escrito; es decir, diez veces el número de los apóstoles. Efectivamente, escogió a doce y envió el Espíritu sobre ciento veinte.
Esperando la promesa, ellos estaban reunidos orando en una casa, pues deseaban ya con la misma fe lo mismo que con la oración y el ansia espiritual. Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo que llegó del cielo. El gran racimo ya había sido pisado y glorificado”
(Sermón 267, 1)

5. Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
En una reunión ecuménica en Upsala, el patriarca metropolitano oriental dijo estas palabras: “Sin el Espíritu Santo Dios es lejano. El Evangelio es letra muerta. La autoridad de la Iglesia es una dominación. La liturgia es pura evocación. El actuar de los cristianos es una moral de esclavos. Pero cuando el Espíritu Dios está presente, el Evangelio es Espíritu y Vida, la autoridad de la Iglesia es servicio, la liturgia es conmemoración y anticipación de lo esperado, y el actuar cristiano es deificado”.
5.1 ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué obra de particular en nosotros el Espíritu Santo?
5.2. ¿De dónde viene la palabra “Pentecostés”? ¿Qué era para el pueblo de Israel?
5.3. ¿Qué me dicen los signos del “viento” y del “fuego”?
5.4. ¿Me siento “lleno” del Espíritu Santo? ¿Cómo se sabe que una persona está “llena” de Espíritu Santo? ¿Qué sucede dentro de ella y cómo se nota fuera?
5.5. ¿Qué conversión me lleva a vivir el bautismo en el Espíritu Santo? ¿Qué voy a hacer en el Pentecostés de este año para avanzar más en este camino por el cual me conduce el Espíritu Santo de Dios?
5.6. ¿Qué efectos tiene Pentecostés tanto a nivel comunitario (del grupo, la pequeña comunidad, la parroquia) como a nivel de la sociedad?
5.7. ¿Por qué decimos que la Iglesia nació en Pentecostés? ¿Qué caracteriza profundamente la vida de la Iglesia?

P. Fidel Oñoro, cjm



Anexo 1
Agunas sugerencias para los animadores de la liturgia dominical
I
La fiesta de la Pascua no acaba hoy: llega a su culmen. Lo que sucedió en el Señor resucitado, se realiza ahora en los creyentes por el don del Espíritu Santo. La palabra “Pentecostés” alude al número cincuenta: guante cincuenta días, desde la noche pascual, celebramos la alegría del Señor resucitado en medio de nosotros.
II
Todo el tono festivo de la Pascua debe ser evidenciado por los elementos que le son característicos. Sólo terminado el domingo es que el cirio pascual dejará el presbiterio para ser colocado en el bautisterio. En la medida de lo posible, cántese el prefacio propio. Después de la segunda lectura y antes de la aclamación del Evangelio, cántese la “secuencia” (si no se canta, que sea leída solemnemente; verla debajo de este texto). El canto y los instrumentos, las luces y las flores (privilegiar las rosas y el color rojo), la ornamentación de la Iglesia, el incienso, todo debería darle a la celebración su verdad de apoteosis pascual. Y, en la despedida, con el “Pueden ir en paz…”, que no falte el Aleluya.
III
En la noche del sábado, las comunidades son invitadas a celebrar la Vigilia de Pentecostés. Imitarán así a la comunidad de Jerusalén, la cual estuvo recogida en oración en torno a los apóstoles y de la santísima Virgen María, esperando el Espíritu Santo prometido. El Misal explica cómo celebrar esa Vigilia y nos da algunos textos. Para realzar la dinámica orante, se sugiere la integración de la oración de Vísperas para abrir la celebración. Pueden utilizarse todas las lecturas propuestas en el Leccionario (4 del Antiguo y 2 del Nuevo Testamento). Enseguida se canta un Salmo responsorial apropiado y, como en la Vigilia pascual, se hace una oración (ver indicaciones en el Misal).
IV
Para los lectores.
Primera lectura. La lectura está llena de movimiento y tiene expresiones muy fuertes que requieren una buena dicción. Atención a las interrogaciones. Intente hacer esas preguntas a alguien en casa (con frecuencia cambiamos nuestra actitud interior y nuestra expresión cuando pasamos del lenguaje oral a la simple lectura de un texto: eso es lo que hay que evitar). Si siente dificultad para la pronunciación de los nombres de los pueblos (“partos… medos… elamitas… Panfilia…”), pregúntele a alguien.
Segunda lectura. Podemos pensar la segunda lectura en tres secciones: (1) “Nadie puede… sino es bajo la acción del Espíritu Santo” (v.3b); (2) “Hay diversidad de carismas… para provecho común” (vv.4-7); (3) “Pues del mismo modo que el cuerpo… Todos hemos bebido de un solo Espíritu” (vv.12-13).
La segunda sección reviste una forma doxológica, por eso las tres fases son interdependientes (eso se debe hacer notar en la lectura). La última sección tiene una palabra de valor que es el polo de las frases: “cuerpo”.

(V. P.)

Anexo 2
Para prolongar la meditación y la oración
Profundizar en la enseñanza de Jesús (Juan 14,15-26)
“Profundizo
la enseñanza
de Jesús
viviendo plenamente
su Palabra en mi vida,
por medio de gestos,
de diálogo con lo cotidiano
llevando un perfume
de amor para mi prójimo”

(Franck Widro)



En esta maravillosa solemnidad de Pentecostés hagamos nuestra la “Llama de Amor Viva” de san Juan de la Cruz:
De profezieonline
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido
que estaba oscuro y ciego
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!