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viernes, 22 de abril de 2011

Domingo de Pascua

Domingo de Pascua – 24 de abril de 2011

EN EL GLORIOSO DÍA DE LA RESURRECCIÓN:
Los gestos contagiosos de un amor gozoso y perenne
Lectio de Juan 20, 1-9



“Si el Cordero es Cristo y Cristo es la Pascua,
las carnes de las palabras divinas
sólo pueden ser las divinas Escrituras”
(Orígenes)



     


“Día de la Resurrección.
Resplandezcamos de gozo en esta fiesta.
Abracémonos, hermanos, mutuamente.
Llamemos hermanos nuestros incluso a los que nos odian.
Perdonemos todo por la Resurrección
y cantemos así nuestra alegría:
Cristo ha resucitado de entre los muertos
con su muerte ha vencido la muerte
y a los que estaban en los sepulcros
les ha dado la vida”
(Del Tropario).



Introducción

Saludemos con júbilo este nuevo día

En este Domingo de Pascua gritamos con todas nuestras fuerzas y desde lo más profundo de nuestro corazón: “¡Cristo ha resucitado de entre los muertos dándonos a todos la vida!”.

Este es el Domingo que le da sentido a todos los domingos en el que, con la ayuda del Espíritu Santo, queremos hacer una proclamación de júbilo y de victoria que sea capaz asumir nuestros dolores y los transforme en esperanza, que nos convenza de una vez por todas que la muerte no es la última palabra en nuestra existencia.

A la luz de esta certeza hoy brota lo mejor de nosotros mismos e irradia con todo su esplendor nuestra fe como discípulos de Jesús.  Efectivamente, somos cristianos porque creemos que Jesús ha resucitado de la muerte, está vivo, está en medio de nosotros, está presente en nuestro caminar histórico, es manantial de vida nueva y primicia de nuestra participación en la naturaleza divina, de nuestro fundirnos como una pequeña gota de agua en el inmenso mar del corazón de Dios.

Y nos levantamos con una nueva mirada sobre el mundo porque la resurrección de Jesús tiene un significado y una fuerza que vale para toda la humanidad, para el cosmos entero y, de manera particular, para los dolorosos acontecimientos que afligen a la humanidad.

La Buena Nueva de la Resurrección de Jesús es palabra poderosa que impulsa nuestra vida.
Por eso en este Tiempo de Pascua que estamos comenzando tenemos que abrirle un surco en nuestro corazón a la Palabra, para que la fuerza de vida que ella contiene sea savia que corra por todas la dimensiones de nuestra existencia y se transforme en frutos de vida nueva.

Es así como la Buena Noticia de que Cristo ha resucitado cala hondo: se entreteje con nuestras dudas, con nuestro ensimismamiento en la tristeza, delatando nuestra pobre visión de la vida y mostrándonos el gran horizonte de Dios desde donde podemos comprender el sentido y el valor de todas las cosas.  Cristo resucitado se hunde en nuestro corazón y desata una gran batalla interior entre la vida y la muerte, entre la esperanza y la desesperación, entre la resignación y la consolación.

San Gregorio Nacianceno, predicando en un día como hoy decía: “Ha aparecido otra generación, otra vida, otra manera de vivir, un cambio en nuestra misma naturaleza”. ¡Esa es hoy nuestra seguridad!


Buscadores de los signos del Resucitado

La experiencia pascual desata una dinámica de vida hecha de búsquedas y encuentros, de conversión y de fe, que se delinea con gran riqueza en los relatos pascuales de los evangelios.

En Juan 20,1-10, leemos hoy el pasaje que describe el sensacional descubrimiento de la tumba vacía por parte de María Magdalena y de los dos más autorizados discípulos de Jesús, desatándose así una serie de reacciones. El relato contiene elementos muy valiosos que nos ayudan a dinamizar nuestro propio camino pascual. 

Esta vez vamos a hacer anotaciones breves sobre las frases más importantes del relato, como una invitación para saborear el texto entero.


1. María Magdalena descubre que la tumba está vacía (20,1-2)

Notemos los movimientos de María Magdalena:

·       María madruga: “Va de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro” (20,1). 

Esta acción es signo evidente de que su corazón latía fuertemente por Jesús. El amor no da espera. Pero también es cierto que la hora de la mañana y los nuevos acontecimientos tienen correspondencia: de madrugada muchos detalles anuncian un gran y radical cambio, la noche se aleja, el horizonte se aclara y bajo la luz todas las cosas van dando poco a poco su forma.  Así sucederá con la fe en el Resucitado: habrá signos que anuncian algo grande, pero sólo en el encuentro personal y comunitario con el Resucitado todo será claro, el nuevo sol se habrá levantado e irradiará la gloria de su vida inmortal.

·       María “corre” enseguida y va a informarle a los discípulos más autorizados, apenas se percata que el sepulcro del Maestro está vacío (20,2a).

Esta carrera insinúa el amor de María por el Señor. Lo seguirá demostrando en su llanto junto a la tumba vacía (20,11ss). Así María se presenta ante Pedro y el Discípulo Amado como símbolo y modelo del auténtico discípulo del Señor Jesús, que debe ser siempre movido por un amor vivo por el Hijo de Dios.

·       María confiesa a Jesús como “Señor”: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto” (20,2b).

A pesar de no haberlo descubierto vivo, para ella Jesús es el “Señor” (Kýrios), el Dios de la gloria y por lo tanto inmortal (lo seguirá diciendo: 20,13.10). Ella está animada por una fe vivísima en el Señor Jesús y personifica así a todos los discípulos de Cristo, que reconocen en el Crucificado al Hijo de Dios y viven para Él. 

He aquí un ejemplo para emular en las diversas circunstancias y expresiones de la existencia, sobre todo en los momentos de dificultad y aún en las tragedias de la vida. Para la fe y el corazón de esta mujer la muerte en Cruz de Jesús y su sepultura, con todo su amor por el Señor se ha revelado “más fuerte que la muerte” (Cantar 8,6).


2. Los dos discípulos corren a la tumba (20,3-10)

Según Juan los dos seguidores más cercanos a Jesús se impresionan con la noticia e inmediatamente se ponen en movimiento, ellos no permanecen indiferentes ni inertes sino que toman en serio un anuncio (que tiene sujeto comunitario: “no sabemos”, v.2).

Notemos cómo las acciones de los dos discípulos se entrecruzan entre sí y superan cada vez más las primeras observaciones de María Magdalena.

·       Se encaminaron al sepulcro” (20,3)

La mención de los dos discípulos no es casual, ambos gozan de amplio prestigio en la comunidad y la representan. Se distingue en primer lugar a Pedro, a quien Jesús llamó “Kefas” (Roca; 1,42), quien confiesa la fe en nombre de todos (Jn 6,68-69), dialoga con Jesús en la cena (13,6-10.36-38) y al final del evangelio recibe el encargo de pastorear a sus hermanos (Jn 21,15-17).  Por su parte el Discípulo Amado es el modelo del “amado” por el Señor, pero también del que “ama” al Señor (13,23; 19,26; 21,7.20).

·       El otro discípulo llegó primero al sepulcro” (20,4)

El Discípulo Amado corre más rápido que Pedro (v.4). Esto parece aludir a su juventud, pero también a un amor mayor. ¿No es verdad que correr es propio de quien ama?

·       Se inclinó, vio las vendas en el suelo, pero no entró” (20,5)

El discípulo amado llega primero a la tumba, pero no entra, respeta el rol de Pedro. Se limita a inclinarse y ver las vendas tiradas en la tierra. Él ve un poco más que María, quien sólo vio la piedra quitada del sepulcro.

·       Simón Pedro entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte” (20,6-7).

Al principio Pedro ve lo mismo que vio el Discipulado Amado, pero luego ve un poco más: ve que también el sudario que estaba sobre la cabeza de Jesús, estaba doblado aparte en un solo lugar (v.7). 

Este detalle quiere indicar que el cadáver del Maestro no ha sido robado, ya que lo más probable es que los ladrones no se hubieran tomado tanto trabajo.  Por lo tanto Jesús se ha liberado a sí mismo de los lienzos y del sudario que lo envolvían, a diferencia de Lázaro, que debió ser desenvuelto por otros (ver 11,44). Las ataduras de la muerte han sido rotas por Jesús.

La tumba vacía y las vendas no son una prueba, son simplemente un signo de que Jesús ha vencido la muerte. Sin embargo Pedro no comprende el signo.

·       Entonces entró también el otro discípulo... vio y creyó” (20,8) “...que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos” (20,9)

El Discípulo Amado ahora entra en la tumba, ve todo lo que vio Pedro y da el nuevo paso que éste no dio: cree en la resurrección de Jesús.

La constatación de simples detalles despierta la fe del Discípulo Amado en la resurrección de Jesús, el orden que reinaba dentro de la tumba para él fue suficiente. No necesitó más para creer, como sí necesitó Tomás. A él se le aplica el dicho de Jesús: “dichosos los que no han visto y han creído” (v.29).

Pero ¡atención! El Discípulo Amado “vio” y “creyó” en la Escritura que anunciaba la resurrección de Jesús (v.9). Esto ya se había anunciado en Juan 2,22.  Aquí el evangelista no cita ningún pasaje particular del Antiguo Testamento, tampoco ningún anuncio por parte de Jesús.  Pero queda claro que la ignorancia de la Escritura por parte de los discípulos implica una cierta dosis de incredulidad (ver también 1,26; 7,28; 8,14).

La asociación entre el “ver” y el “creer” (v.8) formará en adelante uno de los temas centrales del resto del capítulo, donde se describen las apariciones del resucitado a los discípulos, para terminar diciendo: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (v.29). Nosotros los lectores, hacemos el camino del Discípulo Amado mediante de los “signos” testimoniados por él en el Evangelio (20,30-31).


3. En la pascua Jesús se convierte en el centro de la vida y de todos los intereses del discípulo

En la mañana del Domingo la única preocupación de los tres discípulos del Señor –María, Pedro y el Discípulo Amado- es buscar al Señor, a Jesús muerto sobre la Cruz por amor pero resultado de entre los muertos para la salvación de toda la humanidad. El amor los mueve a buscar al Resucitado en ese estupor que sabe entrever en los signos el cumplimiento de las promesas de Dios y de las expectativas humanas. Entre todos, cada uno con su aporte, van delineando un camino de fe pascual.

La búsqueda amorosa del Señor se convierte luego en impulso misionero.  Como lo muestra el relato, se trata de una experiencia contagiosa la que los envuelve a todos, uno tras otro.

Es así como este pasaje nos enseña que el evento histórico de la resurrección de Jesús no se conoce solamente con áridas especulaciones sino con gestos contagiosos de amor gozoso y apasionado. El acto de fe brota de uno que se siente amado y que ama, como dice San Agustín: “Puede conocer perfectamente solamente aquél que se siente perfectamente amado”. 

¡Así todos nosotros, discípulos de Jesús, debiéramos amar intensamente a Jesús y buscar los signos de su presencia resucitada en esta nueva Pascua!


4. Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón

4.1.      ¿Qué proceso de fe pascual se va delineando en las sucesivas intervenciones de María, Pedro y el Discípulos Amado en el texto de hoy?
4.2.      ¿Por qué el Discípulo Amado espera a Pedro? ¿Qué me dice este comportamiento para la vivencia eclesial de la Pascua?
4.3.      ¿Qué primeros frutos puedo recoger hoy del camino preparatorio de la Cuaresma, de esta Semana Santa y del Triduo Pascual que hoy culmina?
4.4.      ¿De que manera me invita a vivir el Evangelio la alegría Pascual y cómo voy a “cultivar” la vida nueva en la cincuentena celebrativa que hoy comienza?
4.5.      ¿Con qué signos externos concretos voy a celebrar la Resurrección de Jesús en mi casa y en mi comunidad?


P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM




“Hoy el cielo y la tierra cantan ‘el nombre’ inefable y sublime del Crucificado resucitado.
Todo parece como antes, pero, en realidad, nada es ya como antes.
Él, la Vida que no muere, ha redimido y vuelto a abrir a la esperanza a toda existencia humana.
‘Pasó lo viejo, todo es nuevo’ (2 Co 5,17).
Todo proyecto y designio del ser humano, esta noble y frágil criatura, tiene hoy un nuevo ‘nombre’ en Cristo resucitado de entre los muertos,
porque ‘en Él hemos resucitado todos’”.

(Juan Pablo II, Mensaje de Pascua para el Nuevo Milenio)




ANEXO 1
Pistas para las otras lecturas del Domingo


Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 10,34-43

La resurrección de Jesús es anunciada en contexto pagano. Hasta el momento los apóstoles no se dirigían sino a aquellos que creían en el Dios de la Biblia. En Pentecostés, Pedro anunció la Buena Nueva a los creyentes que vivían en Israel y a los de la diáspora. Felipe evangelizó a los samaritanos y a un funcionario de la reina de Candace, un simpatizante de la fe de Israel. Pero nunca nadie había ido donde un pagano.

Aceptando la hospitalidad del centurión Cornelio, Pedro dio un paso decisivo. Le explicó a su anfitrión: “Vosotros sabéis que no le está permitido a un judío juntarse con un extranjero ni entrar en su casa; pero a mí me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre” (10,28). Pedro se refiere a una visión que tuvo tres días antes, en la cual Dios le pidió que comiera de cualquier animal, cosa imposible en la religión judía. Pedro concluye que, si a los ojos de Dios no había ningún animal impuro, tampoco había hombres impuros.

La primera lectura de este día de Pascua nos propone extractos del discurso de Pedro. En la casa del pagano, su discurso es de un tenor distinto al de Jerusalén ante multitudes judías. Pedro no invoca más “al Dios de los Padres” ni tampoco hace citas bíblicas, sino que se apoya en la vida de Jesús de Nazaret, un hombre “pasó haciendo el bien” porque “Dios estaba con Él”.

Esta presentación de un hombre de Dios está bien adaptada al mundo pagano. Los apóstoles son los testigos de lo que Jesús de Nazaret hizo. También de lo que hizo con Él: Dios lo resucitó de entre los muertos. Por su resurrección, Cristo fue constituido en el Viviente por excelencia y en el juez del fin de los tiempos. Por Él, Dios se reconcilió definitivamente con los hombres ofreciéndoles su perdón.


Salmo responsorial: 118

No es imposible que este Salmo haya sido compuesto a partir de una fiesta, marcando el fin de la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén después del exilio. Después de la destrucción de la ciudad por el enemigo, algunos decían que el Señor estaba vencido y que no había sabido proteger a su pueblo. Por eso el salmista dirá con mucha fuerza que el Señor es vencedor y que Él viene a habitar en su Templo.

Este Salmo era cantado en las grandes peregrinaciones, entre ellas en la fiesta de las Tiendas en el otoño, pero sobre todo en la fiesta de la Pascua. Allí era entonado al fin de la cena pascual.  Cantado en la Santa Cena, constituye la última oración común de Jesús con sus discípulos: “Después de haber cantado los Salmos, partieron para el monte de los Olivos” (Mc 14,26).

La comunidad cristiana naciente vio en el Salmo un anuncio de la muerte y resurrección de Jesús. Él es la piedra rechazada por los constructores, pero que Dios convirtió en la piedra angular de la Iglesia.


Segunda lectura: Colosenses 3,1-4

En la nueva comunidad cristiana de Colosas, pequeña ciudad situada a 200 km al oriente de Éfeso, circulaban ideas seductoras (“vana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas”, 2,8), slogans: “no tomes”, “no gustes”, “no toques” (2,21), consejos sobre “un culto voluntario” (según la traducción de Ósty de 2,23), sobre “la devoción” y “la ascesis”.

Pablo reacciona: el cristiano no se hace sin religión, el cristiano vive con Cristo.

Vale destacar en el pasaje seleccionado para la liturgia, el orden: (1) Vosotros habéis resucitado con Cristo; (2) Vosotros habéis muerto con Cristo.  Es la Resurrección de Cristo lo que acontece en cada uno de nosotros. No de manera ostentosa, sino “escondida”.

(J. S.)


ANEXO 2
Pistas para los animadores de la Liturgia

I
Hoy comienza el “tiempo pascual”, un tiempo prolongado que irradia los temas de la noche santa. En verdad un día no es suficiente para comprender y vivir el misterio de este acontecimiento que modificó el sentido de la historia: la muerte y la resurrección de Jesús. Por eso le dedicamos 50 días completos que son como que un único día: el día de la vida, el día de la resurrección, “el día que hizo el Señor” para que nos alegremos y en él exultemos.

II
Todos los recursos expresivos aptos para crear e intensificar un clima de alegría y fiesta,  hoy están llamados a dar su máxima contribución a la celebración de la Iglesia: la música (especialmente el canto del Gloria y del Aleluya), la iluminación, la decoración floral, los ornamentos… En el presbiterio –en el mejor candelabro que haya- deberá sobresalir el Cirio Pascual, junto al ambón o al altar. Ojalá sea actual y de buenas dimensiones. El Cirio Pascual es el signo de Cristo que resucita glorioso, disipando las tinieblas del corazón y de la mente.

III
La tradición litúrgica privilegia la celebración de las Vísperas de la Resurrección, eventualmente con una procesión al Bautisterio durante el cántico evangélico. Puesto que estamos en el Ciclo A, no se aconseja la lectura de la aparición a los discípulos de Emaús, propuesta facultativamente para las Misas de la tarde, ya que éste será el Evangelio del Tercer Domingo de Pascua.

IV
En la medida de lo posible, acójase la sugerencia de la Iglesia que hoy nos propone sustituir el Acto Penitencial de la Misa por el rito de aspersión con agua bendecida en la Vigilia, al tiempo que se canta una antífona o himno apropiado. Con la misma agua deberán llenarse las pilas tradicionalmente colocadas en las entradas de las Iglesias. Donde no se haya celebrado al Vigilia se procederá también a la bendición del agua (ver la rúbrica).

V
Para la preparación de lectores:
1ª Lectura: El lector que le dará voz al pregón pascual de Pedro deberá vibrar con la convicción de una experiencia arrebatadora. La dificultad reside en las frases largas que exigen un entrenamiento de la respiración y de la puntuación.
2ª Lectura: También aquí el entusiasmo de la fe es el presupuesto de una buena lectura. En la primera frase, téngase cuidado de no dejar caer la voz antes del punto final. Lea despacio. Entone las frases con la debida elevación, evitando la recitación monocórdica. Sin comerse las sílabas, saboree las palabras respetando el vigor propio de cada una.

(V. P. – F.O.)

ANEXO 3
Para prolongar la meditación y la oración

Jesús ha transformado mi vida (Juan 20,1-9)

“Jesús resucitado”, del Beato Fra Angelico (Florencia)


“Mi fe
en la Resurrección
ha transfigurado mi vida;
he recibido
la fuerza que da
el Amor de Jesucristo;
mi corazón se ha abierto
al conocimiento
y a la caridad;
mis conversiones me hacen crecer
en sabiduría
y santidad”

(Franck Widro)