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miércoles, 11 de mayo de 2011

Semana Mayo 16-21

Mayo 16


Cuarta Semana de Pascua

Tras la huellas del Pastor

Juan 10, 11-18

“El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”

Al leer esta parte de la catequesis de Jesús sobre el “Buen Pastor”, distingamos dos partes:

- Los versículos 11-13, que trazan el contraste entre un el Buen y el Mal Pastor, lo que podríamos llamar “el verdadero pastor”.

- Los versículos 14-18, que describe el rol del Buen Pastor, lo que podríamos llamar: “la excelencia del Pastor”.

1. El verdadero pastor (Jn 10,11-13)

Notemos las siguientes afirmaciones de Jesús:

1.1. Es “Pastor Bueno”

Conviene aquí hacer una anotación sobre el vocabulario utilizado en el evangelio. En griego hay dos palabras que se traducen por “bueno”: (1) el término “agathós”, que describe la cualidad moral de una persona que buena; (2) el término “kalós”, que también se traduce como “bello”, el cual le añade a la bondad una cualidad encantadora que hace a la persona que la posee atractiva y simpática (como cuando decimos: “¡Es una bellísima persona!”, refiriéndonos a sus cualidades internas como la amabilidad, la paciencia, la disposición para el servicio, etc.) y que hace que todo mundo quiera ser amigo de esa persona.

Cuando leemos “Buen Pastor”, vemos que en griego dice “Kalós”, es decir, el “pastor bello”, indicando así que más que la eficacia (administrativa) lo que le caracteriza es la belleza integral de su personalidad. Junto con la fuerza y la eficacia, en Jesús “Buen Pastor” se reflejan su amor y su simpatía.

1.2. Tiene “sentido de pertenencia”

A él “le pertenecen las ovejas”. Y por esto mismo es “confiable”, perseverará en sus responsabilidades cueste lo que cueste.

En tiempos de Jesús el verdadero pastor lo era de nacimiento, podríamos decir que lo hacían por “vocación”. Un pastor así no se ocupaba de nada más, las ovejas eran el motivo de sus desvelos y cuando se levantaba por la mañana corría alegre a cumplir con su deber.

En cambio había personas que no encontraban empleo en el pueblo y, ante la falta de alternativas, no les quedaba más remedio que ir al campo a pastorear ovejas, de ahí que no sentían mucho aprecio por la responsabilidad de su tarea, se volvían simples “asalariados” y por lo tanto “mercenarios” (este era su “negocio”, el valor mayor era su propia subsistencia).

A diferencia del “asalariado”, el buen pastor considera a sus ovejas como propias y por lo tanto no espera una paga. El que trabaja por el provecho que pueda sacar a su servicio, no piensa más que en el dinero y cuando éste –o cualquier otra gratificación falta- no persevera. Pero donde hay sentido de pertenencia hay amor y donde hay amor hay gratuidad.

La motivación fundamental del buen pastor es el amor y quien ama antes que esperar recibir lo que quiere es dar. El verdadero amor lleva hasta el don de la propia vida: “nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Juan 15,13).

1.3. Su compromiso no tiene límites

Y este compromiso es por la vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10).

Pero Jesús va más allá, no es suficiente decir que ha venido a dar vida, lo que llama la atención es el “cómo”: su manera de trabajar por la vida es dando la propia, “El buen pastor da la vida por las ovejas”. El Pastor auténtico no vacilaba en arriesgar y en dar su vida para salvar a sus ovejas ente cualquier peligro que las amenazara.

Es decir: no repara ni siquiera en su propia vida, nos ama más que a su propia vida y de este amor se desprende todo lo que hace por nosotros.

Esto es lo que se va a profundizar enseguida en los vv.14-18: la “excelencia del pastor”.

2. La excelencia del Pastor (Jn 10,14-18)

Esta sección se va mucho más a fondo, considerando ahora únicamente la figura del “Pastor Bueno” (que cumple los tres requisitos anteriores) delinea la belleza su personalidad, o mejor de su espiritualidad, de su secreto interno, respondiendo a estas preguntas: ¿Qué significa dar vida ofreciendo la propia? ¿Cuál es el contenido de esa vida? ¿A qué debe conducir? ¿Cuál es la raíz última de toda la entrega del Pastor?

En otras palabras, nos encontramos aquí con el contenido de la relación del buen pastor con sus ovejas. Esta es:

2.1. Una relación ardiente (Jn 10,14-15)

La relación del buen pastor con sus ovejas no es fría, material, impersonal, sino que está moldeada en la relación más cordial y personal que existe: la comunión del Padre y del Hijo (ver la introducción y la conclusión del Prólogo del Evangelio de Juan 1,1-3 y 18):

“Conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
como me conoce el Padre y yo conozco al Padre” (10,14-15)
“Como me conoce el Padre...”. La actitud de Jesús lleva la impronta de su relación con el Padre. Padre e Hijo se conocen profundamente, viven en una familiaridad recíproca, se aprecian mutuamente, se aman intensamente.

“Conozco mis ovejas...”. Si la relación de Jesús con nosotros es de este tipo, podemos apreciar que la relación del pastor es una relación “volcánica”, apasionada, ardiente de corazón. Si él es así con nosotros, también nosotros debemos serlo con él: “las mías me conocen a mí”.

¿Por qué Juan prefiere aquí el término “conocer”? Porque el “amor” está basado en el “conocimiento” personal. Para Jesús-Pastor “Bueno”, no somos números, él conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas nuestras características.

Porque nos conoce nos ama, es decir, nos acepta tal como somos y nos sumerge en la comunión con él.

Pero hay que ver también lo contrario: es necesario que “Jesús” no sea para nosotros un simple nombre, hay que aprender a conocerlo cada vez mejor, precisamente como el “Buen-bello Pastor” y tejer una relación profunda y fiel de amor con él.

La relación con Jesús “Buen Pastor” es la de una íntima comunión. El Buen Pastor no nos mantiene a distancia, no quiere mantenernos pequeños e inmaduros. Debemos madurar cada vez más para llegar a ser capaces de entrar en comunión personal con él.

2.2. Una relación en la que caben todos (Jn 10,16)

La comunión que se construye con Jesús comienza a abarcar, poco a poco, todas nuestras relaciones y apunta a la unidad de la vida (con todas sus diversidades y complejidades) en el amor de Jesús.

El amor presupone el “conocimiento” y luego apunta hacia la unidad de las diversidades porque el amor es “unificante”.

La premura de Jesús pastor no se limita al pueblo de Israel. Él ha recibido del Padre la tarea de cuidar toda la humanidad, de hacer un solo rebaño, una comunidad de creyentes en él. Ésta es, en última instancia, su misión. Nadie es excluido de su cuidado pastoral, así la presencia del amor de Dios en él vale para todos los hombres.

Podemos ver en esta gran unidad dos líneas históricas: (1) una vertical, que unifica pasado, presente y futuro (comunidad de Israel, comunidad de los Doce, comunidad de todos los futuros creyentes en Cristo) y (2) una horizontal, que unifica a los diversos grupos de creyentes en Cristo y con ellos incluso a los no creyentes.

Por medio de Jesús, que es el único Pastor, y por medio de la comunión con él todos (y todas las comunidades) están llamadas a convertirse en una gran comunidad. Esta comunidad, que los hombres nunca podremos obtener por nosotros mismos (por más coaliciones que hagamos), será obra suya.

Sabremos vivir en comunidad cuando tengamos la mirada puesta en Jesús, el único Pastor. La excelencia de todo pastor está en saber construir unidad dondequiera que esté, y no en torno a él sino a Jesús.

2.3. La fidelidad: raíz del amor apasionado y unificante del Pastor Bueno (Jn 10,17-18)

La catequesis sobre el Buen Pastor termina con una contemplación del “misterio pascual”. El atardecer de la vida del Pastor, su gloria, su plenitud es la entrega de su propia vida en la Cruz: la hora de la fidelidad.

Este último criterio de la “excelencia” del Pastor está relacionado con el anterior. Notemos que en torno al versículo 16 (sobre la unidad a la cual conduce el Pastor) se repite (como enmarcándola) la frase: “doy mi vida”. Se entiende entonces que Jesús construye la “gran unidad” en la Cruz; efectivamente, él murió “no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52).

Pero observando internamente esta última parte, notemos que la referencia a Dios-Padre enmarca los versículos 17 y 18: “Por eso me ama el Padre...” y “esta es la orden que he recibido de mi Padre”. La relación de Jesús con el Padre explica su fidelidad y esta fidelidad es la que sustenta su “excelencia”:

Se trata de una fidelidad:

Sostenida por el amor fundante del Padre.
Vivida desde la libertad.
Expresada en la obediencia.

Esta fidelidad toma cuerpo:

 En el “dar” y “recibir” (notar la repetición de los términos).

 En la “autonomía” (tengo “poder”) y la “responsabilidad” (“para” o “en función de”)

 En la escucha del mandato (la “orden”) y la respuesta (la obediencia: “lo he recibido”).

Notemos finalmente que en el centro se afirma: “Yo la doy (mi vida) voluntariamente”. Y enseguida se dice: “Tengo poder para darla y poder para recibirla de nuevo”. En última instancia el “poder” de Jesús (término que se repite dos veces) se ejerce en la responsabilidad del “darse” a sí mismo apoyado en el amor fundante del Padre, de quien lo recibe todo (la vida siempre es recibida) y con quien tiene un solo querer (la raíz de su vida es el amor maduro: el que se hace uno solo con el amado). Esta es la gran conciencia de Jesús en la Cruz, la que lo acompaña en el momento sublime de dar “vida en abundancia” a todas sus ovejas. Todo está basado en este arrojo increíble del amor de Jesús.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿A quién se dirige hoy esta bellísima página del “Buen Pastor”? No olvidemos que la leemos en cuanto discípulos, en cuanto comunidad, en cuanto líderes.
2. ¿Qué le dice esta página bíblica a todos aquellos que nuestro contexto se sienten cansados, heridos, desilusionados, a aquellos que cargan un peso grave, que están en pecado, perdidos, sin orientación, que se sienten necesitados?
3. ¿Cuál es la diferencia entre el Buen y el Mal Pastor? ¿Qué es lo que identifica a un “verdadero” pastor?


Mayo 17
Cuarta Semana de Pascua
En las manos seguras del Pastor Bueno

Juan 10,22-30

“Nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre”

Veamos primero el contexto del pasaje. Después de la bellísima catequesis sobre el “Buen Pastor” (Juan 10,1-18) y de las reacciones del auditorio (10,19-21), el evangelista nos sitúa de nuevo en Jerusalén, en tiempo de invierno, en el marco de la fiesta judía de la “Dedicación del Templo” (ocurre en el mes de diciembre). Jesús está paseándose por el pórtico de Salomón (10,23). Entonces un grupo de judíos se coloca alrededor de Jesús y le exige una respuesta clara y abierta sobre si Él es o no el Mesías (o el “Cristo”; 10,24).

Jesús no les da la respuesta que esperan: un sí o un no. De hecho en el término “Cristo” (=Mesías) pueden encajar muchas ideas y expectativas, por eso no se puede responder tan fácilmente con monosílabos. De todas maneras Jesús responde y en su discurso va mucho más allá de lo que le piden.

Jesús aborda una vez más el tema del Pastor. La imagen de pastor habla de la calidad de las relaciones y del contenido de ellas; habla del qué, del por qué y del para qué de una relación; habla de todo lo que alguien puede y debe hacer por otro para ofrecerle bienestar y calidad de vida. Por eso la imagen es perfecta para hablar de la relación entre Jesús y nosotros. Quien quiera saber en definitiva quién es Él, cuál es su realidad más profunda, debe contemplar sus actitudes y acciones de Pastor.

1. A Jesús se le conoce mejor contemplando su rostro de “Pastor”: ¿Quién eres Tú en mi vida?

Jesús no se describe a sí mismo con definiciones abstractas sino de forma concreta, con acciones verificables: “Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí” (10,25). En la observación atenta de las acciones de Jesús descubrimos el sentido de su presencia en el mundo y cómo todo lo que hace proviene de una relación de base, fundante, entre Él y el Padre Dios.

Y Jesús pronuncia enseguida un discurso en el que la lista de los verbos retoma el contenido más profundo de sus “obras”. En los verbos enunciados por Jesús vemos cómo Aquél que ha venido al mundo como “Verbo encarnado” deja conocer su identidad. Estos verbos son:

(1) “conocer”,
(2) “dar” (vida),
(3) no dejar “arrebatar” de la mano (que en realidad es “proteger”, “ofrecer seguridad” en el peligro) y
(4) “ser uno”, es decir, atraer hacia la comunión total en la unidad de vida, de proyecto y de acción.

Todos éstos en realidad son variantes del gran verbo: “Amar” [este verbo será profundizado en la Lectio del próximo domingo].

En estos verbos se descubre la enorme significación de Jesús para nuestras vidas, en ellos se dice con claridad de qué forma es el “Cristo” (=Mesías) para nosotros y qué podemos esperar que suceda en el encuentro con Él.

Jesús es el Pastor enamorado de sus ovejas y completamente entregado a ellas. Su inmenso amor ilumina, rescata, purifica y dilata el nuestro. Al verlo así, entendemos que nuestra vida necesita de Él.

Poniéndole atención a lo que Jesús “hace” por nosotros, toma impulso entonces el camino de la fe –la dinámica del “creer”-, que es el de la relación cada vez más profunda, estrecha y amorosa con Jesús, una relación tan viva y tan diciente como la que se da entre un pastor y su oveja. Si invertimos de negativas a positivas la frases que enmarcan los versículos 25 y 26 notaremos que se está diciendo que “creer” es “hacerse oveja” de Jesús. El movimiento del “creer” se especifica en los versículos que leemos hoy, en los siguientes verbos:

(1) “escuchar” la voz de Jesús,
(2) “seguir” la dirección del Pastor,
(3) descubrirse a sí mismo como “don” del Padre a Jesús.

Sumamos entonces siete verbos claves de la relación con Jesús, los cuales pueden ser visualizados y captados, con todos los toques de ternura que entrañan, mediante la contemplación de la relación de un pastor con sus ovejas.

No se debe perder de vista la pregunta planteada inicialmente. A lo largo de la lectura orante de este pasaje también nosotros estamos invitados a interrogar a Jesús: ¿Quién eres tú para mí? ¿Qué haces por mí? ¿Cuáles son los indicadores de que tú eres mi “Cristo”? Para comprender su respuesta debemos, ante todo, dejarlo hablar y escuchar atentamente su enseñanza. En su respuesta nos muestra quién es verdaderamente Él, cómo está presente en nuestra vida y qué podemos esperar de Él con seguridad.

2. La bellísima dinámica de la relación entre Jesús y “los suyos”

Como se acaba de indicar, las palabras de Jesús en Juan 10,27-30, teniendo como trasfondo la preciosa imagen del pastoreo de las ovejas, se centran todas ellas en la descripción de la relación entre Él y todas las personas que le pertenecen, esto es, todos aquellos que han entrado en el camino de la fe, confiando en Él sus vidas.

Notemos las tres primeras características de la relación con Jesús:

(1) “Mis ovejas escuchan mi voz... y ellas me siguen” (10,27)

Las dos acciones que caracterizan a un discípulo de Jesús son (a) la escucha del Maestro y (b) el ejercicio del seguimiento, mediante la obediencia a la Palabra.

Pero es interesante leer esta misma frase desde la perspectiva de Jesús. Jesús habla de “mis” ovejas. Los dice en primera persona. Las ovejas son de Él, el Padre se las ha dado y el las cuida con amor responsable. Decir que las ovejas son “suyas”, implica mucho.

Este “mis ovejas”, que luego se vuelve “me” (siguen), es como una pequeña ventana que nos descubre el amplio panorama del estilo del Pastor: Jesús, como buen pastor a quien el Padre le ha confiado sus ovejas, vive toda su misión con una dedicación gratuita e incondicionada, en la disposición de ofrecer la propia vida, dispuesto a afrontar la muerte, dispuesto a exponerse en primera persona para salvar a sus ovejitas, dispuesto a tomar sobre sus hombros el mal y las heridas provocadas por los lobos para impedir que las ovejas le sean raptadas al Padre.

(2) “Yo las conozco... Yo les doy vida eterna” (10,27-28ª)

Para Jesús no somos números en medio de una gran masa de gente, ¡no! Jesús, más bien, nos identifica claramente en el cálido ámbito de una gran familiaridad: conoce nuestra historia, nuestras dificultades, nuestros defectos y todas las características de nuestra personalidad. Porque nos conoce nos acepta como somos, nos quiere todavía más (ver 10,14-15), y nos introduce dentro de la relación todavía más profunda que habita su corazón: la amistad con el Padre. Esta amistad es eterna. En ella nos ofrece una “vida eterna”.

De aquí deriva el sentido de responsabilidad propio del verdadero pastor: Jesús está cercano a sus ovejas con premura, con atención, con paciencia, con delicadeza, con una dedicación incansable hasta el don total de sí mismo sobre la Cruz, para que las ovejas tengan vida.

(3) “(Mis ovejas) no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano” (10,28b)

Ninguno de los que entra en este tipo de relación con Jesús irá a la perdición ni podrá ser arrebatado de la mano de Jesús, porque Él es Buen Pastor. Cuando hay amor nadie se quiere morir, más bien al contrario: el amor pide eternidad. La relación con Jesús da vida y seguridad.

3. Hay que corresponder al amor: la necesaria reciprocidad

En la descripción de la relación entre Jesús y los suyos puede verse que (1) la iniciativa es de Jesús: Él ha hablado y obrado primero; (2) que Jesús entabla la relación mediante la atracción, mediante el llamado, no hay una superioridad o dominancia que fuerce a amar o a ir en contra de la voluntad; (3) que Jesús busca incluso a quien le cierra las puertas a su amor, como de hecho sucede en este pasaje con sus enemigos que le interrogan.

El amor de Jesús Pastor nos sobrepasa. Pero también es verdad que la relación no se entabla si las partes interesadas no se reconocen entre sí, si no se dan la aprobación y se reciben mutuamente. Por eso es importante nuestra respuesta. A Jesús Pastor no se le vive únicamente recibiendo pasivamente las pruebas de su amor, se requiere una respuesta activa de parte nuestra.

Nosotros entramos en comunión con el Buen Pastor si lo “escuchamos” y si lo “seguimos”, si el abandonarnos en sus manos se convierte en docilidad para vivir según su querer. Para que Jesús sea verdaderamente nuestro Pastor tenemos que dejarlo que nos guíe, que nos indique la dirección –el “camino recto” de que habla el Salmo 23,3- y que este nuevo horizonte purifique todas nuestras motivaciones y deseos, de manera que el mayor sueño de nuestra vida sea el alcanzar la plenitud, la realización total de nuestro ser, que proviene de la comunión eterna con Él.

4. El Buen Pastor nos lleva muy dentro de Él. Una honda comunión: “Nadie las arrebatará de mi mano” (10,29)

Las palabras de Jesús sobre el “Buen Pastor” enfocan finamente nuestra mirada hacia el futuro. De hecho, los verbos de Jesús Pastor, en los vv.27-28 van progresando del presente hacia el futuro.

Jesús ya había dicho: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10). Ahora Jesús muestra la contundencia de dicha afirmación: “Nadie las arrebatará de mi mano...” (10,29). Con esto Jesús nos asegura lo que ningún ser humano, ni siquiera con todo el cariño que nos tenga ni con todos los cuidados que nos prodigue, podría prometernos: (1) la vida eterna, (2) la defensa de todo mal y (3) la comunión indestructible.

(1) Primera promesa: el don de una vida para siempre

Para que podamos ayudarnos entre nosotros la condición es que estemos vivos; de hecho, cuando el ser amado muere ya no se puede hacer nada por él. La relación con Jesús es diferente: para Él no existe ese límite cruel de la muerte que nos deja impotentes para darle la mano a quien amamos. ¿Podrá haber algo mayor que esto? Los cuidados de Jesús Pastor rompen la barrera del tiempo: la finalidad última, el punto culminante de su ser Pastor por nosotros es darnos “vida eterna”.

(2) Segunda promesa: un amor que resguarda al amado de todo peligro

Esto vale también para nuestra relación con Él en el presente. Ya, desde ahora, nuestra vida está en manos seguras y su protección es más fuerte que todas las fuerzas del mal que traen la ruina y la destrucción. Si Jesús nos protege, no podemos perdernos, nada puede vencer su mano protectora extendida sobre nosotros. Y hay todavía más: todos los signos de su amor en el presente son una degustación primera de todo lo que quiere hacer por nosotros sin fin, en la vida sumergida definitivamente con Él en la eternidad.

Así entendemos su respuesta a la pregunta inicial sobre si Jesús es “el Cristo”. ¡Por supuesto que sí y de qué manera! Su vida entera está en función de la nuestra. Jesús no es cualquier persona y por eso no nos puede ser indiferente. Jesús juega un papel decisivo para el sentido de nuestra vida y para el logro de nuestra realización personal.

Jesús no es un personaje frío o indiferente, sino uno que nos busca, nos conoce, nos ama apasionadamente y hace por nosotros lo que ningún otro podría hacer. Pero eso sí, tenemos que purificar nuestro concepto de Él: Jesús no es un Mesías de bienes terrenos -si bien su providencia nunca falta-, ni tampoco un Mesías de esplendor y poder –aunque su gloria es infinita-, Jesús es el Pastor que nos invita a vivir una relación intensa, profunda y estable con Él.

Si esto es claro, entonces estamos listos para abordar la tercera promesa del Pastor: la comunión indestructible. En ella se detienen los versículos 29 y 30, que vamos a considerar enseguida.

5. Detrás de todo está Dios Padre: “Nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre” (10,29)

Jesús nunca se presenta como una persona solitaria, al contrario: se muestra siempre como una persona amada que es capaz de amar; Jesús siempre está generando y animando relaciones. Si miramos con atención el evangelio notaremos enseguida que Jesús aparece continuamente inquieto por hablarnos de su relación con el Padre y por demostrarnos todo el “hacer” eficiente, salvífico y vivificante que proviene de esta relación. El amor fundante entre el Padre y el Hijo se concreta en obras vivificantes por la humanidad.

Pues bien, la comunión de Jesús con sus discípulos se deriva de la relación primera de Jesús Padre y está resguardada –en última instancia- por el poder del Padre. Examinando los vv.29-30, vemos que allí Jesús dice:

(1) El Padre “me los ha dado” (esta es una forma concreta del amor del Padre por Él: todo discípulo está involucrado en el amor del Padre por Jesús)
(2) El Padre es “más grande que todos”
(3) Lo que está en manos del Padre está seguro: “nadie puede arrebatar nada”
(4) El Padre y Jesús son “uno”

En estas frases se describe el vínculo de amor más fuerte y sólido que jamás podrá existir. Nadie es más poderoso que Dios Padre y Jesús Pastor está sostenido por el poder y el amor de este Padre con quien es “uno”: “Yo y el Padre somos uno” (10,30).

Jesús y Dios Padre son “uno” en sus intenciones y en su acción. Por lo tanto el amor de Jesús y sus discípulos está sustentado por esta indestructible unidad. Jesús le anuncia esta Buena Nueva a sus discípulos con el símbolo muy diciente de la “mano” que acoge, sostiene y protege. Así es la mano potente y tierna del Padre Creador. Nuestra amistad con Jesús se beneficia del amor poderoso de Jesús con el Padre. De esta forma el pastoreo de Jesús tiene garantía: podemos confiar en Él porque bajo su dirección lograremos la meta de nuestra vida. El futuro de nuestra vida no es distinto del futuro de nuestro amor.

Pero esto no sólo vale para nuestra relación con Jesús. Todo discípulo del Señor aprenderá a ser pastor de sus hermanos, prolongando esta identificación de amor y de obra que caracteriza la relación del Padre con Jesús y de Jesús con los suyos. Estamos llamados, en todas nuestras relaciones, a inspirar seguridad y confianza. De esta forma tejeremos la anhelada comunión, la unidad (como la del Padre y el Hijo), que colma de sentido cada segundo de nuestro tiempo, que es capaz de vencer el mal que amenaza y acaba con las relaciones más bellas, que es capaz –incluso- de “pastorear” el amor hasta traspasar las barreras del muerte y prolongarlo indefinidamente en la eternidad.

En conclusión...

La voz amorosa del Pastor se siente hoy con toda su intensidad en la fuerza de las palabras que pronuncia en el Evangelio. Su voz quiere seducirnos profundamente y atraernos hacia Él.

Su voz seguirá resonando durante todo este tiempo pascual, porque el Resucitado está ahora en medio de nosotros realizando todo lo que su amor nos promete. Quien ama promete y cumple. Pero a diferencia de nuestro amor y de nuestras promesas –a veces deficientes-, el de Jesús tiene un fundamento y una garantía: su amor y su promesa ya se hicieron realidad en su Misterio Pascual, en su muerte y resurrección por amor a nosotros. Lo que tenemos que hacer es tratar de comprender la Cruz Pascual de Jesús, la Cruz luminosa del Buen Pastor que dio su vida por nosotros. Es así como nuestra esperanza ya muestra signos de realización, como bien dice el poeta:

“Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto incierto”

(Fray Luis de León, Oda a la vida retirada).

El Evangelio quiere impregnar en nosotros una renovada confianza en Dios. Jesús es el Pastor Resucitado que no deja de decirnos: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Juan 16,33).

Por tanto, protegidos por Jesús, nuestro Buen Pastor, estamos seguros en las manos de Dios, quien está por encima de todo.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

El evangelio del Buen Pastor no sólo nos da la Buena Noticia de que Jesús Resucitado está y camina a nuestro lado en todos los instantes de nuestra vida sino que la profundiza: nos invita a descubrir todo lo que su presencia viva está obrando en nosotros y todo lo que seguirá haciendo de aquí en adelante para que tengamos “vida en abundancia”. Por eso démonos un tiempo amplio de meditación y oración, “saboreando” con calma y amor todas las palabras del evangelio de hoy, y respondamos:

1. ¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué me dice la imagen del “Pastor”? ¿Qué sentimientos suscita en mí la imagen de Jesús Pastor?
2. ¿Qué tan grande es mi confianza en Jesús? ¿Me siento seguro de Él? ¿Soy capaz de abandonarme completamente en sus manos?
3. ¿Qué espero que haga por mí? ¿Qué es lo que Él me dice que quiere hacer por mí tanto ahora como en el futuro?
4. ¿Qué me pide Jesús que haga en correspondencia? ¿Qué significa “seguir” a Jesús Pastor? ¿Qué implica para mi estilo de vida? ¿De qué forma concreta lo voy a hacer?
5. Todo buen pastor debe ser seguridad para los suyos. ¿Me considero “buen pastor” en mi vida de familia: con mi cónyuge, con mis hijos, hermanos, padres y todas las personas que están bajo mi responsabilidad? ¿Me siento seguro del amor de mis seres amados?
6. El evangelio del Buen Pastor habla de estabilidad en las relaciones, apunta incluso a una dinámica de crecimiento en el amor hasta la plenitud. ¿Es esto lo que deseo en mis relaciones familiares y comunitarias? ¿Las relaciones de pareja, por ejemplo, serían cada vez más bellas, santas y auténtico camino de realización personal para ambos si se le pusiera mayor atención a los siete verbos de hoy?
7. ¿Cómo transparento el rostro de Jesús Pastor en el liderazgo dentro de mi comunidad de fe y de amor y en los otros ámbitos donde ejerzo responsabilidad? ¿En qué aspecto debo crecer?



Mayo 18
Cuarta Semana de Pascua
Ante Jesús hay que tomar una decisión:

o se le acepta o se le rechaza
Juan 12,44-50

“Yo he venido al mundo para que todo el que cree en mí no siga en las tinieblas”

Leemos hoy el pasaje conclusivo de la primera parte del Evangelio de Juan (que abarca los capítulos 1-12: la revelación de Jesús Verbo a través de signos). Aquí encontramos, en labios de Jesús, un resumen de los principales temas expuestos.

Estamos un texto solemnísimo. Llama la atención la manera de hablar de Jesús: grita y lo hace con la autoridad de quien ya está exaltado en la gloria. Desde allí, confrontando con su destino personal el destino de todos los hombres de la tierra.

En el centro de todo está la persona de Jesús, quien ha revelado ampliamente a través de sus obras y palabras el misterio escondido de Dios Padre y deseo inmenso de salvar a la humanidad entera. Su revelación requiere la fe: la única respuesta adecuada ante semejante revelación es el “creer”. Nadie que se abra a la luminosa revelación de Jesús se quedará sin recibir un influjo vital.

Sigamos la dinámica del texto:

1. El gran horizonte de la revelación de Jesús: la comunión del Padre y el Hijo (12,44-45)

La estrecha relación del Padre y del Hijo, su inefable amor, se han hecho visibles al mundo por medio del Verbo Encarnado. De nuevo hoy (como ayer) encontramos un paralelo entre “ver” y “creer”: quien “ve”-“cree” en Jesús en realidad está “viendo”-“creyendo” en el Padre, quien subyace en él como Aquel que lo ha “enviado”.

2. El misterio se revelado “ilumina” la existencia de quien se abandona a Jesús mediante la apertura total del “creer” (12,46)

El creyente es una persona “iluminada” por el fulgor de la gloria del Verbo (ver 1,14). Jesús-Luz penetra amablemente en lo más recóndito de la vida humana que le permite entrar. Entonces las tinieblas se transforman y se camina (=seguimiento) en el proyecto de vida de Jesús: “Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas” (14,46).

Pero por ahora estamos en la propuesta. Jesús enseguida urge la respuesta.

3. En el optar por Jesús o el rechazarlo nos jugamos la vida (12,47-48)

El “creer” tiene que concretarse en la “escucha” de la Palabra y su consecuente puesta en “práctica”. Jesús enuncia esto en positivo (12,47) y en negativo (12,48) como las únicas dos alternativas posibles.

Cualquier camino que se escoja tiene una consecuencia: el “creer” lleva a la “salvación” y el “rechazar” (a Jesús) lleva al “ser juzgado”.

El querer de Jesús es la salvación.

4. La finalidad última de la misión de Jesús es darnos vida, de calidad y eterna (12,49-50)

El mandato del Padre a Jesús “es vida eterna”. Todas las palabras y acciones de Jesús a favor de la gente es el ejercicio obediente de esta tarea. Todo el que entre en contacto con Jesús será siempre vivificado.

Jesús insiste en que ha sido fiel a su misión: “lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí”. Enseguida, en la segunda parte del Evangelio de Juan (capítulos 13-21) veremos hasta dónde es capaz de ir esta obediencia.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué revela Jesús “Palabra encarnada” a través de todas sus palabras? ¿Qué debe buscar detrás de cada pasaje del Evangelio?
2. El bautismo es una iluminación de la vida. ¿Qué es ser iluminado por Jesús? ¿Qué relación tiene con el seguimiento del Maestro?
3. ¿Mi opción por Jesús es firme y responsable, esto es, ejerzo mi fe en el arraigo cotidiano de las palabras de Jesús en el Evangelio? ¿Mi obediencia a la Palabra es similar a la de que Jesús tenía con la Palabra de su Padre?

Mayo 19
Cuarta Semana de Pascua
Sentarse en la mesa con Jesús implica identificarse con Él
Juan 13,16-20

“Quien acoja al que yo envíe me acoge a mí”

Comenzamos la lectura de la segunda parte del Evangelio de Juan, la cual leeremos prácticamente en su totalidad (los pasajes que no aparecerán, ya fueron leídos en semanas anteriores).

Hoy nos situamos en la mesa de la última cena de Jesús con sus discípulos. Esta mesa es lenguaje elocuente de “comunión”. En torno a ella Jesús va a hablar de sus relaciones: con el Padre, con los discípulos, con sus adversarios. Todos los discursos que vamos a abordar se refieren al cómo tejer la relación con Jesús, como avanzar en su amor.

El hecho de que en torno a la mesa estén los Doce, es un llamado de atención para los animadores de las comunidades. La tarea principal de un pastor es la animación de las relaciones de cada uno de sus hermanos con Dios (el crecimiento en la fe) y de los hermanos entre sí (la vida comunitaria mediada por la caridad y el servicio).

Las primeras expresiones de las instrucciones de Jesús a sus discípulos están en el discurso silencioso pero elocuente del lavatorio de los pies: el Maestro les dice de qué tipo es la relación que Él entabla con los suyos. Jesús define su relación a partir del servicio, pero no el servicio frío de que simplemente cumple funciones, sino el servicio de que “purifica” al otro a fuerza de amor y lo “involucra” (de forma bautismal: lo sumerge) en su propia existencia.

A partir de este momento, en las palabras siguientes de Jesús, comienzan a aparecer los términos de la mutua vinculación de los discípulos con Él y entre ellos:

(1) El “servicio”. Las relaciones en la comunidad se definen a partir del lavatorio de los pies (13,16-17; ver desde el v.15).
(2) El “conocimiento”. Jesús “conoce” a quienes ha elegido (13,18a). Las relaciones se profundizan y se hacen sólidas por la ruta de este conocimiento.
(3) El ser el uno para el otro “rostro” de Cristo, así como Jesús es “rostro” del Padre (13,20)

Pero no falta el contraste que hace todavía más luminoso el mensaje. Justo en medio de la enseñanza se menciona al traidor: aquél que tejió relaciones mentirosas dentro de la comunidad (por eso la cita del Salmo 41,10). La sinceridad en la relación es esencial para que ésta sea fuente de crecimiento y no de dolor.

Al citar el Salmo 41,10 (“El que come mi pan ha alzado contra mí su talón”) Jesús se reviste con la figura de un inocente perseguido. Abrirnos a una relación es hacernos vulnerables. Será el riesgo que correrá Jesús y que lo llevará finalmente a la muerte.

Pero en su increíble humildad, Jesús no se retrae ante el misterio de la doblez y de la traición humana (porque se le hace más daño a quien mejor se conoce); más bien, por el contrario, consigue entrar por esta fractura de la mezquindad humana en la situación que ha venido a redimir. Por eso en medio de la traición se revela la grandeza del “Yo Soy” (13,19).

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

Comienza la lectura pascual más profunda: el discurso de despedida de Jesús (Juan 13-17).
El texto de hoy nos prepara para la escucha de este texto inmenso (en todos los sentidos).

1. ¿Por qué la Biblia le da tanta importancia a la “mesa” y a la “cena”? ¿Cuáles son los espacios que hoy privilegiamos para entablar relaciones?
2. ¿Cuáles son las características de una relación “a la manera de Jesús”?
3. ¿Por qué se menciona la traición de Judas? ¿Sobre qué me advierte?

Mayo 20
Jesús Resucitado nos invita a su casa

Juan 14,1-6
“Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros”

Comenzamos una nueva etapa en nuestro itinerario bíblico, la última, nuestro caminar pascual con Cristo resucitado. Por eso, a partir de hoy, leeremos una de las secciones más bellas del evangelio de Juan: el “discurso de despedida de Jesús” que se encuentra en los capítulos 14 al 17 de este evangelio.

Del rostro del pastor enamorado pasamos ahora a la descripción de vida de su amor por los suyos y a la exposición amplia de la manera como teje una profunda relación. Estamos ante un discurso de Jesús extenso pero profundo y emocionante.

El contexto

Para entender mejor el texto reconstruyamos brevemente la situación. Jesús les ha anunciado a sus discípulos que se irá y que la comunión de vida, la convivencia, la amistad sostenida durante tres años entre ellos llega a su fin con la muerte en la cruz, ya no lo verán, y perdonen la redundancia, visiblemente.

La nostalgia surge entonces como un sentimiento cruel que aprieta la garganta. La primera reacción de los discípulos deja entrever que, según ellos, el seguimiento estrecho del maestro, la amistad sabrosa con él, no habría sido más que algo pasajero que queda para el recuerdo una vez que la muerte se interpone en medio del amor y separa para siempre a los que se han amado intensamente.

Por eso a la hora de la despedida, en medio las lágrimas, tratando de aprovechar con intensidad los últimos instantes que les quedan juntos, la palabras de la despedida se van convirtiendo poco a poco en palabras de consolación.

Jesús le explica a sus amigos que no se separa de ellos para siempre sino que su separación marca un giro importante en la vida del discipulado. No se trata del fin sino de un giro importante y decisivo en la manera de seguir a Jesús. Dicho giro tiene como finalidad la creación de lazos de amor todavía más fuertes, profundos e indestructibles que los anteriores.

El pasaje de hoy nos introduce de lleno en este tema. Detengámonos en los tres puntos principales del texto:

(1) Confiar en el Maestro
Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1).
“No se turbe vuestro corazón” (14,1ª). El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido, Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar (11,35). Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de uno a quien todo se le vuelve oscuro: la pérdida de todas las seguridades. Es una sensación desagradable. Por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos.
Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Seguir viviendo sin el amado es como morir.

Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “creéis en Dios, creed también en mi” (14,1b).

Jesús no será visto más físicamente, por eso da una pista importante: así como Dios no es visible a los ojos mortales, tampoco Él lo será. En otras palabras, así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado. Jesús y el Padre están al mismo nivel.

El primer paso a dar, entonces, es de la fe como actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la separación: “¡creed!”. A Jesús y al Padre se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y actúa en comunión inseparable con el Hijo.

Al “no ver”, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y el Hijo, construyendo todo sobre ellos, sobre el piso sólido de su comunión eterna. Es en esa comunión eterna que los discípulos ahora deben poner la mirada de fe que le da sentido a sus vidas.

(2) Contemplar el Misterio Pascual

Esta nueva forma de comunión es un don de Jesús. Por eso Jesús les pide enseguida que contemplen su obra pascual: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, ¿le habría dicho que voy a prepararles un lugar? Cuando haya ido y les haya preparado el lugar, vendré otra vez para llevarlos conmigo, a fín de que donde yo esté, estéis también vosotros” (14,2-3).

No es Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa, así como lo que se aman construyen una casa para vivir juntos.

Hay tres pistas importantes:

• Para Jesús, la muerte es un retorno a la casa del Padre (ver también 13,1). De esta manera, exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.

• Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del tempo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: lo decía refiriéndose a su propio cuerpo. Entonces Jesús resucitado es la nueva construcción, el nuevo Templo en cual se “habita” en Dios.

• Jesús no es un templo vacío: Él viene, toma consigo a aquellos que han entablado una profunda relación con él y los lleva a la comunión eterna consigo y con el Padre.

La Pascua de Jesús fue la preparación de la “morada”.

(3) Hacer el camino para entrar en la “casa”

Pero el don de Jesús, que se acaba de describir, pide nuestra participación, nuestro compromiso. Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”. Hay que ponerse en movimiento por el camino que es Él mismo: sus palabras, sus obras, todo lo que supone la convivencia amiga con él. Esto es lo que los discípulos ya aprendieron en la convivencia terrena con él: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (14,6).

Se trata de un camino que conduce a la verdad y a la vida, es decir, al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno. El camino conduce no sólo a un conocimiento sino también a una relación con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación que genera una unión en la cual se genera una vida eterna.

Dejemos que la Palabra nos lleve a la oración:

“Jesús, ahora sabemos que nada ni nadie nos puede separar de ti. Nada nos puede separar de ti si acogemos el don de tu casa y si aceptamos el reto de caminar en ti hacia la verdad y la vida. Yo sé que sin ti no puedo vivir, pero también sé que gracias a la morada que me has preparado con tu muerte y resurrección, viviré para siempre contigo porque tu voluntad es que allí donde tú estés también estén todos los que tú amas. Y yo sé que tú me amas”. Amén.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿De qué sienten miedo los discípulos? ¿Cuál es la raíz de mis temores?
2. ¿Qué relación hay entre la Pascua de Jesús y la preparación de la morada en el cielo? ¿Es Jesús resucitado el “mundo vital” en el que quiero habitar eternamente?
3. ¿Qué hay que hacer para entrar en la “morada” de Jesús?

 
“Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Sólo Dios basta”.
(Santa Teresa de Jesús)


Mayo 21
Cuarta Semana de Pascua
Una Escuela de Padres
Juan 14,7-14

“El que me ha visto a mí, ha visto al Padre”

En el itinerario bíblico para el ejercicio de la Lectio Divina, hasta ahora nos hemos dedicado a dar “pistas” para que cada lector aborde el evangelio con buenos elementos. En esta ocasión vamos a concedernos un reposo sabático y probaremos otro estilo más aplicativo: haremos una “Escuela de Padres” con la frase central del pasaje de hoy, es decir, vamos a masticar un poco más el texto en función de la vivencia familiar según el evangelio.

1. Una súplica intensa: Ver el rostro de un “Padre”

“¡Muéstranos al Padre y nos basta!”, le dice el discípulo Felipe a Jesús, justo en el corazón de los discursos de adiós del evangelio de Juan (14,8). Es como decir: “ya está bueno de signos, de misterios, no nos aplaces más el desenlace de tu revelación. Lo que queremos es llegar a la verdad completa enseguida, llegar a lo definitivo que no deja atrás ninguna duda ni oscuridad”.

Aquel Padre que Felipe desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura, del cumplimiento. Eso lo ha captado en la manera como Jesús se refiere a su Padre: lo llama Abbá en la oración, con un gran sentimiento de intimidad y de ternura.

Pero infelizmente, muchos hijos –adultos- oran este “Muéstranos al Padre”, pero tratando de pasar por alto cualquier mediación.

Son hijos que cargan con fuertes desilusiones con sus papás y sus mamás terrenas. Muchos incluso arrastran grandes heridas de sucesos del pasado en la familia: marcas dolorosas que les han generado inconsistencias y serios problemas en sus vivencias afectivas ya en la edad adulta.

Es por eso algunas personas incluso tienen dificultad para recitar un “Padre Nuestro”. El término “Padre” les sabe amargo. A propósito, no olvidemos que la figura de Dios Padre en la Biblia, que es el generador de vida por excelencia, contiene tanto el aspecto materno como paterno. Según la Biblia, Dios “Padre” no es una proyección de las paternidades terrenas, es al revés: la paternidad de Dios es una revelación que viene de lo alto y que purifica las malas experiencias terrenas.

Hay una tentación en la vida espiritual: pasar por alto los signos inciertos y poco descifrables de la carta que Dios Padre nos dirige a través de nuestros propios padres; nos habría gustado más bien que nos hubiera llegado una mensaje completo, perfecto, revelación total de la paternidad divina.

2. La respuesta de Jesús

¿Qué responde Jesús frente a este punto? ¿Cómo responde frente al deseo profundo y legítimo de sus discípulos de verle la cara a ese Padre de quien Jesús habla tanto y a quien le ora con tanto amor?

Jesús les responde con algo de tristeza: “¿Tanto tiempo que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muestranos al Padre?” (14,9).

Hay que dejarse sorprender: ver a Jesús significa ver al Padre. Es claro, en el evangelio de Juan, que no es tanto un ver físico sino intuir el misterio de la persona de Jesús que nos muestra al Padre.

Pero Jesús dice todavía más. Aterriza al discípulo para que no se pierda en abstracciones: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre” (14,12).

Jesús acababa de decir: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” (14,11). Y la prueba eran las obras: “El Padre que permanece en mí es el que realiza las obras” (14,10b). Pues bien, el mismo esquema vale también para el discípulo: quien ve las obras de un discípulo de Jesús ve a Jesús que muestra al Padre a través de la cotidianidad de cualquiera de nosotros.

Todo esto es posible gracias a una ausencia: al hecho de que Jesús ya esté habitando junto al Padre, que no es sino otro modo de su presencia. Una presencia que hay que captar aceptando su misterio a través de los signos. Así los cristianos tenemos una responsabilidad seria que es la de mostrarnos unos a los otros el rostro de Dios Padre a través de nuestro “hacer”, a través de las obras que realizamos todos los días.

3. Palabras que le da una nueva visión a la vida de familia

El deseo de ver al Padre que manifestó Felipe lo podemos encontrar a través de nuestros padres terrenos: hay que saber reconocerlo a través de ellos, no importa que haya alguno que otra sombra que todavía no hayamos comprendido en la historia de nuestras relaciones familiares.

Es importante que dejemos que nuestros padres sean signo de la paternidad de Dios, para cual hay verlos por encima de nuestras expectativas y dejando de lado nuestros juicios.

Antes de juzgar diciendo quizás que no fuimos suficiente amados como hijos, que no recibimos lo que creíamos merecer, lo primero que hay que hacer es hacer una aproximación a los papás con un respeto infinito y valorar más sus esfuerzos. Para entrar en ése ámbito, primero hay que renunciar a la agresividad y a los reclamos.

Entonces se verá que a través de ellos se me ha manifestado el Padre. Es como si se repitieran las palabras de Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. Veremos los destellos, no siempre evidentes, del rostro del Padre en ellos.

¿Qué tal si nos explicamos con una historia?

“Le sucedió a un hijo que hasta los 40 años le había repetido a sus familiares y amigos, e incluso se la había contado a su primer hijo pequeñito, la triste historia de su papá con cierto resentimiento. A todos les hacía sentir que no había sido amado. Pero un día cayó en cuenta de un recuerdo lejano que se le había quedado guardado en el corazón. Su papá, quien paraba poco en casa y que, cuando llegaba, lo hacía borracho, un día bendito, un día de lluvia, lo cargo y puso sus piecitos sobre sus propios zapatos -enormes para el niño- para ayudarlo a atravesar el charco de fango helado y así cruzar la calle. Y fue el calor de aquella mano que le acariciaba la nuca que se convirtió para él en signo de la presencia de Dios”.

Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué provoca en mí la oración de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”?
2. ¿La revisión de las relaciones con Jesús –en el ámbito de la última cena- qué otras relaciones fundamentales de mi historia personal me pide también que examine?
3. ¿Cómo se es “Papá” y “Mamá” en la escuela de Jesús?

"Mi espejo ha de ser María.

Puesto que soy su hija, debo parecerme a ella
y así me pareceré a Jesús”
(Santa Teresa de los Andes)