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domingo, 22 de mayo de 2011

Festividad del Cuerpo y Sangre del Señor junio 26 de 2011

Un apoyo para hacer la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Vigésimo Tercero del Tiempo Ordinario
PARA QUE TENGAMOS VIDA
Eucaristía y encarnación que vivifican
Juan 6,51-58

“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida”

Comencemos orando…

Te pedimos Señor,
ya que nos has concedido la gracia
de celebrar tu sacramento eucarístico,
que suscites en nosotros con tanta fuerza
la capacidad de hacer alianza Contigo.
Que podamos decir: ‘Yo en Ti y Tú en mi’.
Nuestra vida en Ti, salvada por ti,
nuestros pecados redimidos en tu cruz, pero Tú en nosotros,
tu opción por el hombre, tu opción por la vida
tu darte por los demás
son ahora la raíz de todas nuestras opciones,
es nuestra opción fundamental de la vida,
desde ahí queremos decidir todo lo que hagamos.

Cuando salgamos, Señor, a trabajar,
cuando salgamos a compartir,
cuando salgamos al estudio,
cuando salgamos a compartir con los vecinos,
que todo lo que decidamos
esté basado en esa opción fundamental
porque Tú estas en nosotros
y hemos hecho de tu causa nuestra causa.

Señor, que busquemos esta unidad de mi vida en Ti.
Que no busquemos esta unidad
a través de las fragmentaciones de nuestra existencia
sino que vivamos siempre en una gran unidad interior
gracias a la comunión contigo,
que no consiste simplemente en recibir la hostia.

Que no nos limitemos simplemente a recibir la Eucaristía
sino a asimilarte, a acogerte,
a asimilar tu Palabra, tus ejemplos, tus opciones.
Que yo nos tomemos tiempo para saborear
a través de la lectio divina tu modo de ser.
Tu síntesis es el sacramento Eucarístico.

Es ahí donde la lectura santa tiene sentido.
Una síntesis tan simbólica que resulta poco visible y perceptible,
a no ser Señor que seamos capaz de ensanchar idealmente
esta semilla sembrada en el corazón
y la convirtamos en ese árbol, en esos frutos.

Que la imitación de tu vida, que la continuación de tu vida
y de la acción evangélica en nosotros,
sea una acción santificante y santificadora.
Esto, Señor, es lo que tu comunión provoca en mí.

Concédenos, Señor,
que nuestras celebraciones de la Eucaristía
unifiquen nuestra vida y la centren en Ti.
Que lo concentremos todo en la Palabra
en la Eucaristía y en el compromiso con los demás.
Palabra, sacramento y servicio.
Palabra Eucaristía y testimonio
como tres realidades que brotan de la entrega
que Dios Padre ha hecho de sí mismo en Ti
Amado Jesús.
Amén, Señor.

Introducción

Dirijamos nuestra mirada al evangelio de este domingo. Llegamos al núcleo, al culmen del discurso del pan de vida, la revelación de Jesús sobre sí mismo en la Eucaristía llega al momento culminante. Un evangelio espectacular !Bellísimo!

Una vez que nosotros, descubríamos que no sólo Jesús es el verdadero pan del cielo, el pan de vida sino que hay que comerlo. Hay que pasar de comer el pan a comer la carne de Jesús. Y con esto se aludía al misterio de la Encarnación porque el término carne aquí evocaba “la Palabra se hizo carne”. Se añadió entonces una especificación importantísima: “Yo la doy para la vida del mundo”. “Es mi carne para la vida del mundo”. De esta manera se nos estaba enseñando a comprender, a acoger el misterio del sacrificio redentor de Cristo en la cruz en el pan eucarístico.

Y ahora avanzamos en el evangelio de los versículos 51-58 en el mismo capítulo 6. La última parte del discurso del pan de vida.

1. El texto

Leamos Juan 6,51-58:

“Enseñando un día en la sinagoga dijo Jesús a la multitud:
‘51Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
El que coma de este pan, vivirá eternamente;
y el pan que yo voy a dar, es mi carne por la vida del mundo’.
52 Los judíos discutían entre sí y diciendo:
‘¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?’
53 Jesús les respondió: ‘
Yo les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre,
y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes.
54 Y el que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día.
55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
57 A mi me envió el Padre que tiene vida y yo vivo por el Padre,
de la misma manera el que me come vivirá por mí.
58 Este es el pan bajado del cielo;
que no es como el que comieron sus padres, y murieron;
el que coma de este pan vivirá eternamente’.”

2. Contexto

La gente había sentido resistencia frente a las palabras de Jesús cuando dijo “He bajado del cielo”. Inmediatamente dijeron: pero si conocemos a la mamá, al papá, si este es Jesús! Y entonces la encarnación suscitó una gran dificultad.

Hoy nos encontramos con otra resistencia. Cuando Él dijo “Mi carne para la vida del mundo” inmediatamente la gente se pregunta: “¿Cómo puede éste hombre darnos a comer su carne?”.

La gente no entendía. Y si no entendían en aquella época, menos hoy nosotros. Nosotros vemos cómo responde Jesús entonces. Jesús responde con siete afirmaciones. El evangelio de este domingo contiene siete afirmaciones. Le gusta el número siete al capítulo 6 de Juan. Al discurso del pan de vida. Recuerdan ustedes que les había dicho que hay siete preguntas que sirven de hilo conductor y que dan la estructura, el esqueleto, de todo el discurso del pan de vida, de esta bella catequesis. Hay siete preguntas. Pues, ahora la última lección de Jesús está compuesta de siete afirmaciones.

3. Las siete afirmaciones de la parte final del discurso del “Pan de Vida”

En las siete afirmaciones se repite el mismo concepto. En las siete afirmaciones se repite siempre, ni una sola vez falta, la palabra “comer”. Comer significa asimilar, significa saber decir el Amén eucarístico, significa hacer verdaderamente la comunión. No un Jesús al cual contemplamos a distancia. Un Jesús al cual ahora nosotros encarnamos. Al cual ahora nosotros hacemos una sola cosa con nosotros. Siete afirmaciones en las cuales se repite la palabra comer.

Pero ni una sola afirmación se repite al pie de la letra. Siempre hay una variante, siempre hay una nueva luz, siempre se abre una nueva ventana para que comprendamos la profundidad del misterio.

La primera es una afirmación que comienza en negativo, en condicional. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”.

La segunda, por el contrario es positiva: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”.

Enseguida en la tercera vuelve a insistir: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

La cuarta afirmación vuelve sobre el mismo concepto con una proposición bellísima que habla ahora de la alianza. “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mi y yo en él”.

La quinta se basa en una comparación: “Así como el Padre que me ha enviado posee la vida y yo vivo por Él, así también el que me coma vivirá por mi”. La naturaleza de la alianza entre el discípulo y el Maestro viene de la comunión del Padre y del Hijo porque comulgar es hacer viva alianza con Cristo y en Él con la Trinidad.

La sexta afirmación es otra afirmación impositiva, muy bonita. Jesús dice lo que ocurre enseguida: “Este es el pan que ha bajado del cielo, no como el pan que comieron vuestros antepasados, ellos murieron”.

Y partiendo de esta realidad negativa, “ellos murieron”en seguida la séptima afirmación, la última, la más vibrante, la más alta, es la positiva para aquel que entra en alianza y en comunión con Cristo a través de la Eucaristía. “El que coma de este pan vivirá para siempre”.

4. Profundización

Como ya hemos dicho, las siete afirmaciones repiten una sola idea. Jesús es el verdadero pan, el pan que da la vida, la vida eterna, vivimos de Él. Vivimos de lo que recibimos y este pan tiene que ser comido, y comerlo significa no solamente asimilarlo como palabra y como ejemplo, como modelo de vida sino asimilarlo como víctima ofrecida en sacrificio por mí. Víctima con la cual hay que entrar en una misteriosa comunión.

Cada vez que comulgamos nosotros estamos invitados a asimilar el pan; Cristo. Usted no puede decir que desayunó simplemente colocando el pan sobre la mesa, mirándolo un par de minutos y pensando que ya desayunó No Usted tiene que coger el pancito y tiene que comerlo. Pues bien, esa analogía explica la comunión. A Jesús hay que comerlo. ¿Qué quiere decir eso? No basta únicamente con mirarlo y mirarlo y mirarlo ‘la miradera’. Hay que encarnarlo. Y lo que nosotros encarnamos, asimilamos, lo hacemos una sola cosa con nosotros es nada más y nada menos que la cruz.

Cuando comulgamos encarnamos el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, estamos comulgando con la cruz. De esa manera, al asimilar a Cristo nos hacemos también proexistentes. Nos hacemos Cristo crucificado para los demás, o sea, aquel que da la vida.

No podemos comulgar en la Eucaristía y regresar a la casa egoístas. No puede ser. Cuando comulgamos hacemos alianza con Cristo, nos hacemos uno con Él: ‘Él en mi y yo en Él’. Uno solo. Y entonces la cruz, Cristo con los brazos abiertos dando vida está en nosotros amando a todos los demás.

En estas palabras encontramos nosotros una expresión de lo que los otros evangelios presentan en la institución de la Eucaristía. En los otros evangelios Jesús dice “Tomad y comed esto es mi cuerpo, tomad y bebed esta es mi sangre”. Juan lo dice aquí de otra manera.

En el Evangelio de Juan, la institución de la Eucaristía está sustituida por un relato bautismal con el lavatorio de los pies y lo hace allá porque ya lo ha explicado aquí en el capítulo 6.

En definitiva, Jesús quiere subrayarnos que el hombre, nosotros, ustedes y yo, estamos llamados a alimentarnos del Verbo hecho carne, alimentarnos de Él como Palabra en la que hay que creer, como ejemplo que hay que seguir, como víctima propiciatoria a la que hay que adherirse. Adherirse místicamente, profundamente en un acto sacramental. En términos más sencillos y más pobres, Jesús es la vida del hombre.

El hombre está hecho para vivir en, con, por, e inclusive de Jesús. Vivir de Él mediante la fe que escucha su Palabra. Que le recibe como un Hijo de Dios, que cree que Él es el Hijo de Dios encarnado, el Hijo de Dios que ha dado su vida por mí. Comulgar es encarnar el sentido de la muerte y resurrección de Cristo, el acto salvífico por excelencia. Es traer a mí todo el poder y la fuerza de la cruz y hacerme uno con el crucificado mediante la comunión misteriosa con su sacrificio, su muerte, su cuerpo y su sangre benditos, entregados por nosotros en la cruz. Nosotros estamos destinados a vivir de Jesús. A encontrar en Cristo la plenitud de nosotros mismos y a realizar su destino en la comunión y en la identificación con Él. Comulgamos con sus opciones, con sus actitudes, con sus comportamientos, con todo el evangelio. Y comulgamos con la mayor de todas sus opciones, la de dar la vida por los demás.

P. Fidel Oñoro, cjm

Anexo 1

Pistas para las otras lecturas del Domingo

Sumario: Los textos de este domingo insisten en el tema de la Sabiduría, atributo de Dios. En el libro de los Proverbios, la “Dama Sabiduría” nos imita a su festín. El Salmo enseña el temor del Señor. Pablo invita a no vivir como gente insensata sino como sabios. Jesús, finalmente, en el Evangelio, da la clave de la verdadera felicidad: es él mismo, quien se nos da en nutrición.

Primera lectura: Proverbios 9,1-6

La literatura de sabiduría, de la cual el libro de los Proverbios hace parte, contrapone el hombre sabio al “sin inteligencia”. La sabiduría bíblica no se reduce a una acumulación de conocimientos, no es cerebral ni libresca, consisten en saber administrar nuestra vida.

En nuestro texto, la Sabiduría aparece personificada, es como una señora que sabe manejar su casa. Ella se dirige a los habitantes de la ciudad que se comportan como insensatos y los invita a venir a comer en pan y beber su vino.

Esta invitación será retomada por Jesús, la “sabiduría de Dios”, quien le pide a todos los creyentes que vengan a habitar en él. Él les propone su pan y su vino para que tengan la misma vida de Dios.

Salmo 33

El salmista recomienda “el temor de Señor”. Esta expresión no implica ni miedo ni sumisión servil, sino amor respetuoso de Dios.

El creyente es invitado a venerar la grandeza y la bondad del Señor. Debe bendecir, glorificar, adorar y buscar a Dios. El rico que no se apoya más que en sus riquezas, puede perder su felicidad, puede perder todo y quedar con hambre. Pero quien pone su confianza en el Señor será colmado.

En el Magnificat, María se acuerda de este Salmo: “A los hambrientos colmó de bienes t a los ricos despidió vacíos”.

Segunda lectura: Efesios 5,1-20

Con frases cortas, Pablo (o sus discípulos) da orientaciones para la vida de los nuevos bautizados. La verdadera sabiduría, tanto ayer como hoy, incluye una triple perspectiva: poner al servicio de los demás el tiempo que nos pertenece, ayudar a comprender mejor la voluntad de Dios sobre nosotros y darle su voz al Espíritu Santo.

(J. S.)

Anexo 2

Una invitación a la oración

Escuchar la Palabra
La vida que Jesús
le ofrece a sus hermanos
tiene su fuente
en el amor del Padre;
aquel que escucha
su Palabra cada día
vivirá de la misma vida de Dios
para siempre”.

(Frank Widro)

Pentecostés junio 12 de 2011

Estudio bíblico de base para la Lectio Divina

Solemnidad de Pentecostés –
INUNDADOS POR EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO:
Fuego y Viento impetuoso de Amor
Hechos 2,1-11

“Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo que llegó del cielo.
El gran racimo ya había sido pisado y glorificado”
(San Agustín)

“Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo”
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de
tu amor.
V. Envía tu Espíritu y todo será creado.
R. Y se renovará la faz de la tierra.
Oremos
¡Oh Dios!, que instruiste los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro,
R. Amén.


Introducción

Hoy celebramos y revivimos el misterio de Pentecostés, la plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo. Celebramos el fuego de amor que el Espíritu encendió en la Iglesia para que arda en el mundo entero: ¡fuego que no se apagará jamás!
Es el Espíritu Santo quien, con su fuerza unificadora, nos lleva a todos -en la multiplicidad de dones- a aceptar y confesar una misma fe en Jesús “Señor” nuestro.
Es el Espíritu, el que con toda su potencia actúa en nosotros ayudándonos a comprender y a poner en práctica las palabras de Jesús; sus actitudes, gestos y comportamientos se nos impregnan gracias al soplo del Espíritu.
Es el Espíritu Santo quien se hace presente en los oídos y en el corazón de todo oyente de la Palabra, para que sea posible la “Lectio Divina”, o sea, para que cada oyente se abra a la fuerza penetrante de la Palabra.
Es el Espíritu el que transforma el pan y el vino en el cuerpo entregado y en la sangre derramada de Jesús, prolongando en cada asamblea eucarística su Pentecostés.
Es el Espíritu Santo el que nos impulsa a anunciar el “Misterio de la fe”, de la muerte y resurrección del Señor, la semilla de la Palabra –kerigma- de la cual nace la Iglesia.
Es el Espíritu el que sopla sobre nuestra humanidad pecadora, para transformarnos y hacer de nosotros personas que aman y perdonan a sus hermanos.
Es el Espíritu Santo el que hace de la comunidad cristiana no una simple asociación de personas buenas y religiosas, sino el Cuerpo Místico de Cristo, el pueblo reunido en el amor de la Trinidad que canta en alabanza las maravillas de este amor de Dios en la historia.
Es el Espíritu el que nos impulsa en el seguimiento cotidiano de Jesús, infundiéndole a nuestra existencia una dimensión siempre nueva de alegría, paz, verdad, libertad y comunión. No es lo mismo vivir con Él que sin Él.
Es el Espíritu Santo quien es la fuente de la santidad de la Iglesia. Porque se ha derramado el Espíritu, la Iglesia es santa, e incluso podríamos decir que si hay santos es porque el Espíritu continúa obrando hoy como ayer.
Es el Espíritu el que con su presencia sigue y seguirá haciendo posible la realización del plan de salvación de Dios en la humanidad, hasta que ella llegue a su plenitud.
Es el Espíritu Santo el que hace fructuoso todos nuestros esfuerzos en nuestra peregrinación cristiana de cada día. El Espíritu Santo nos precede en todo lo que hacemos porque es en Él que Dios realiza toda su obra. Su venida le da la luz y el sabor de la presencia de Dios a todas las cosas.
¿Pero quién es este Espíritu Santo que obra tantas cosas en nuestra vida?
El Espíritu Santo es el amor personal del Padre y del Hijo, y amor quiere decir vida, alegría, felicidad.
El Espíritu Santo es Dios mismo vaciándose en el hombre y moviéndolo internamente para que se abra amorosamente –a la manera de Jesús- al hermano y se arroje confiadamente en los brazos del Abbá-Padre.
El mismo Dios que a lo largo de la historia les ha dado muchas cosas a los hombres, que les ha enviado personajes, incluso su propio Hijo, ahora se da a sí mismo de forma inaudita. Por eso decimos que es el don “escatológico” o “definitivo” de Dios (aquí escatológico quiere decir: “después de esto ya no hay más”, “más de eso no hay”).
Es así como el irresistible amor de Dios entra en lo más hondo de nuestras vidas. Su presencia causa muchos efectos, porque como nos enseña la Palabra de Dios, el Espíritu Santo viene para salvar, sanar, enseñar, exhortar, reforzar, consolar...
Por eso hoy clamamos con entusiasmo, con todas nuestras fuerzas: “¡Ven, Espíritu Santo!”.

El Pentecostés lucano
Sumerjámonos hoy en este misterio guiados por la Palabra, de manera que nos impregnemos de él.
Los invitamos a leer con mayor atención el Pentecostés lucano narrado en Hechos de los Apóstoles 2,1-11 (primera lectura de la Solemnidad). La “Lectio” de este pasaje nos ayudará a recrear la atmósfera, el estado de ánimo de Pentecostés, porque es verdad que no puede haber un estado de ánimo mejor, una actitud más completa con la cual podamos vivir la vida que ¡la del Espíritu Santo!
Salido de la artística pluma lucana, notamos que el relato de Pentecostés es un drama bellísimo, un drama en el sentido original del término, que es el de una participación, de un fuerte movimiento interno cargado de fuertes emociones que le da un gran giro al escenario. ¡Qué intensidad hay en cada palabra! Para captarlo, entremos en la atmósfera espiritual de los dos cuadros que lo componen:
(1) Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (2,1-4)
(2) Fuera del cenáculo (2,5-11)

Leamos despacio el texto de Hechos de los Apóstoles 2,1-11:
1 Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
3 Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4 quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.
6 Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
7 Estupefactos y admirados decían:
‘¿Es que no son galileos todos estos que están hablando?
8Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa?
9Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto,
Asia,10Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, forasteros
romanos, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra
lengua las maravillas de Dios’”.

Retomemos el texto frase por frase. Pero comencemos primero por la descripción del contexto:
1. La comunidad reunida en un día de fiesta (Hechos 2,1)
“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar”
1.1. La fecha: “Al cumplirse el día de Pentecostés…” (2,1ª)
La palabra “Pentecostés” quiere decir “el día número 50” o “el quincuagésimo día”. Se trata del nombre de una fiesta judía conocida como “Fiesta de las Semanas”, más exactamente la de las “siete semanas” que prolongaban la celebración de la gran fiesta de la Pascua. Se sumaba así una semana de semanas (7x7), número perfecto que se celebraba al siguiente del día 49.
La fiesta de la cosecha de los cereales
En un principio se trataba de una fiesta campesina: después de recoger las primeras gavillas, los campesinos festejaban agradecidos el fruto de la siega, “las primicias de los trabajos, de lo sembrado en el campo” (Éxodo 23,16). De ahí que se acostumbrara ofrecerle a Dios dos panes con levadura cocinados con granos de la primera gavilla (ver Levítico 23,17).
Pero con el tiempo, la fiesta campesina se convirtió en fiesta religiosa en la que se celebraba el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza en el Sinaí. Por esa razón los israelitas ofrecían también en esta fecha “sacrificios de comunión” (Levítico 23,18-20).
La fiesta era tan grande que merecía el suspender todos los trabajos: “No harás ningún trabajo servil” (Números 28,26). Puesto que era una las tres fiestas de peregrinación para los que vivían fuera de Jerusalén, sumado al hecho de que fuera día vacacional, se explica suficientemente el que hubiera tanta gente en la calle ese día en Jerusalén (ver Hechos 2,5-6).
De la fiesta campesina la fiesta de la Alianza del Sinaí
La antigua fiesta campesina se transformó después en una fiesta “histórica” que celebraba la Alianza del Sinaí. Después que Dios sacó a su pueblo de Egipto, y en medio del desierto, lo condujo hasta el Monte Sinaí para hacer con él la Alianza. Allí Dios se manifestó en medio de una tormenta, cargada de viento y fuego.
Según Éxodo 19, las doce tribus fueron reunidas al pie de la santa montaña para recibir los mandamientos. Algunas leyendas judías dicen que la voz de Dios se dividía en setenta voces, en setenta lenguas, para que todos los pueblos pudieran entender la Ley, pero sólo Israel aceptó la Ley del Sinaí.
En fiesta de “Pentecostés”, Dios renovaba su Alianza con los judíos de nacimiento y con los convertidos y simpatizantes del judaísmo (“temerosos de Dios” y “prosélitos”), que venían en peregrinación a Jerusalén. En el relato que vamos a leer enseguida notamos que así como en el Sinaí había doce tribus, en Jerusalén había gente venida de doce países diferentes: desde peregrinos venidos de Roma –centro del Imperio- hasta venidos de la región del mediterráneo así como del desierto.

Un nuevo “Pentecostés”: la realización plena del don de la Alianza
Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en este ámbito histórico y religioso.
Un detalle importante es que Lucas no se limita a darnos un dato cronológico sino que en su narración le da el énfasis de un “cumplimiento”, por eso el texto griego se puede leer como: “cuando se cumplió la cincuentena” (2,1). Con esto muestra que se trata del cumplimiento de una promesa. En efecto, ya en Lucas 24,49 y en Hechos 1,4-5.8 el terreno había sido preparado con la palabra profética sobre la venida del Espíritu Santo. Por lo tanto el trasfondo de la fiesta judía es retomado y notablemente superado por la palabra y la obra de Jesús: estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús.
En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior.
1.2 El lugar: “…Estaban reunidos todos en un mismo lugar” (2,1b)
La expresión “todos juntos” recalca la unidad de la comunidad y es una característica del discipulado en los Hechos de los Apóstoles. Una frase parecida la encontramos en 1,14.
Así se anuncia quiénes van a recibir el don del Espíritu Santo. Se trata de la comunidad que había sido recompuesta numéricamente cuando se eligió al apóstol Matías (1,26). Una comunidad cuyo número indica el pueblo de la Alianza que aguarda las promesas definitivas de parte de Dios. En ella no se excluyen, puesto que estaban “todos”, la Madre de Jesús y un grupo más amplio de seguidores de Jesús.
Este “todos” anuncia también la expansión del don a todas las personas que se abren a él, como efectivamente lo irá narrando –a partir de este primer día- el libro de los Hechos de los Apóstoles.
Pero, ¿cómo recibieron el don del Espíritu y qué hicieron enseguida? Veamos.

2. Dentro del cenáculo: la efusión del Espíritu (Hechos 2,2-4)
“2 De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban.
3 Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; 4 quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”

Sucede la venida del Espíritu Santo sobre la comunidad. Notemos en la narración lucana:
(1) Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
(2) La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
(3) La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)
Detengámonos en lo esencial de este anuncio que no hace san Lucas.
2.1. Dos signos: el viento y el fuego (2,2-3)
Así como cuando el cielo nos hace presentir que algo va a pasar, sea una tempestad u otra cosa, así sucede aquí: primero Dios manda signos que atraen la atención sobre lo que está a punto de suceder; este preludio de su manifestación da paso, luego, a la experiencia de su maravillosa presencia.
En la manifestación de la venida del Espíritu Santo al hombre, encontramos dos signos que despiertan nuestra atención: uno para el oído y otro para los ojos.
(1) Un signo para el oído: el viento (2,2)
Primero hay un viento, que es un signo para el oído, un viento que se hace sentir: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban” (2,2).
El viento en la Biblia, está asociado al Espíritu Santo: se trata del “Ruah” o “soplo vital” de Dios. Ya el profeta Ezequiel había profetizado que como culmen de su obra Dios infundiría en el corazón del hombre “un espíritu nuevo” (Ez 36,26), también Joel 3,1-2; pues bien, con la muerte y resurrección de Jesús, y con el don del Espíritu los nuevos tiempos han llegado, el Reino de Dios ha sido definitivamente inaugurado.
No sólo Lucas nos lo cuenta, también según Juan, el mismo Jesús, en la noche del día de Pascua, sopló su Espíritu sobre la comunidad reunida (ver el evangelio de hoy: Juan 20,22: “Sopló sobre ellos”; también Juan 3,8).
Pero lo que aquí llama la atención es el “ruido”, elemento que nos reenvía a la poderosa manifestación de Dios en el Sinaí, cuando selló la Alianza con el pueblo y le entregó el don de la Ley (Éxodo 19,18; ver también Hebreos 12,19-20). El “ruido” se convertirá en “voz” en el versículo 6. Éste es producido por “una ráfaga de viento impetuoso”, lo cual nos aproxima a un “soplo”.

Observemos que se dice “como”, o sea, que se trata de una comparación; el término en el lenguaje bíblico nos indica lo indescriptible que es la experiencia religiosa.
El hecho que provenga “del cielo”, quiere decir que se trata de una iniciativa de Dios. El cielo no se ha cerrado con el regreso de Jesús a él, todo lo contrario, como dice Pedro más adelante: “Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís” (Hechos 2,33).
(2) Un signo para la vista: el fuego (2,3)
Enseguida aparece un signo hecho para la vista: “Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (2,3).
Las “lenguas como de fuego”, también de origen divino, son un signo elocuente. Lo mismo que el “viento”, en la Biblia el “fuego” está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios (ver Éxodo 19,18) e indica la presencia del Espíritu de Dios.
No debería tomarnos por sorpresa. En este mismo evangelio, ya san Juan Bautista ya nos había familiarizado con el signo: “El os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (3,16). Por su parte Jesús había dicho: “He venido a traer fuego a la tierra y cuánto deseo que arda” (13,49).
Así como en el signo visual que el evangelista presentó en la escena del Bautismo de Jesús (“bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma”, Lucas 3,22), lo mismo sucede aquí pero con la imagen del “fuego” que se “posa sobre cada uno de ellos”. Pero a diferencia de la misteriosa imagen de la paloma, la imagen del fuego es coherente y más fácilmente comprensible dentro de lo que está narrando.
La forma de “lengua” atribuida al fuego sirve para describir la distribución del mismo fuego sobre todos, pero crea un bello juego de palabras con el término “lengua” que asocia las “lenguas como de fuego” (v.3) del Espíritu con el “hablar en otras lenguas” (v.4) por parte de los apóstoles.
Se cumple la profecía de Juan Bautista sobre el bautismo en Espíritu Santo y fuego (ver Lucas 3,16).
2.2. La realidad: “quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (2,4a)
Después de los signos iniciales, de referente externo, Lucas nos invita a entrar en la experiencia interna y así captar el significado: ¿Qué es lo que está pasando en el corazón de los discípulos? ¿Cuál es la acción interior del Espíritu Santo?
Después de los signos emerge la realidad, una realidad que se describe con sólo una línea: “Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (2,4ª).
Este es sin duda, el acontecimiento más importante de la historia de la salvación, junto con la creación, la encarnación, el misterio pascual y la segunda venida de Cristo. ¡Y está descrito solamente en una línea! (dan ganas de ponerse de rodillas).
Decir que los discípulos “quedaron llenos” del Espíritu Santo, que el mismo Dios los llenó de Espíritu Santo, es como decir, para explicarnos con un ejemplo, como un gran embalse de agua –de esos que se utilizan para generar energía- que de repente se convirtiera en una inmensa catarata que se vacía a través un dique y entonces toda esa enorme masa de agua, que es la vida trinitaria, se vaciara en los pequeños recipientes de los corazones de cada uno de los apóstoles.
“Quedaron llenos”. Después de purificar a los hombres por la cruz de su Hijo, de prepararlos como odres nuevos, Dios los hace partícipes de su misma Vida. El corazón de los discípulos ha sido hecho partícipe, por así decir, como un vaso comunicante, de la vida trinitaria. Por el don de su Espíritu, Dios infunde su amor en cada criatura y la recrea con su luz.
“Quedaron llenos”. Los discípulos hicieron la experiencia de ser amados por Dios, una experiencia verdaderamente transformante, puesto que sana a fondo todas las fisuras que permanecen en el corazón por los dolores de la vida, por las carencias, y le da a la vida un nuevo impulso, una nueva proyección.
“Quedaron llenos”. La palabra que repetimos con tanta frecuencia, “el amor de Dios”, que muchas veces es una palabra vacía, aquél día fue para los apóstoles una gran realidad. Les cambió la vida. Les dio un corazón nuevo, el corazón nuevo prometido por Jeremías (31,33) y por Ezequiel (36,26). Y, como veremos enseguida, se nota que desde ese momento, los apóstoles comenzaron a ser otras personas.
2.3. La reacción de los destinatarios de la unción: hablar en lenguas (2,4b)
El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los que están en el cenáculo y las “lenguas como de fuego” sobre cada uno se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión. Aquí se nota el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús.
El Espíritu Santo, el soplo vital de Dios, lleva a hablar otras lenguas: “Y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse” (2,4b).
El término “otras” (lenguas) es importante aquí para que lo distingamos del hablar incomprensible (la oración en lenguas o “glosolalia”), la cual necesita de un intérprete (de esto habla Pablo en 1ªCorintios 12,10). Lo que sucede aquí parece más próximo a lo que el mismo Pablo dice en 1ªCorintios 14,21, citando a Isaías 28,11-12, y está relacionado con la predicación cristiana a los no convertidos. En otras palabras, lo que el Espíritu Santo pone en boca de los discípulos es el “kerigma” (ver el evangelio del domingo pasado), el cual recoge “las maravillas de Dios” (2,11) realizadas a través de Jesús de Nazareth, particularmente su muerte y resurrección.
Pero esta capacidad de comunicarse irá más allá: se convertirá poco a poco en el lenguaje de un amor que se la juega toda por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de todos. No hay que perder de vista que el don del Espíritu es del amor de Dios.
Lo que aquí comienza como “lengua” o “comunicación”, terminará generando el mayor espacio de comunicación profunda que hay: la comunidad cristiana. Su motor es el amor. Es como si el Espíritu continuamente nos dijera al oído: “en todo pon amor”, “lleva siempre amor en tu corazón”, “si corriges, pon amor; si la dejas pasar, pon amor; si callas, pon amor”.

3. Fuera del cenáculo (Hechos 2,5-11)
“5 Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo.
6 Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua.
7 Estupefactos y admirados decían…”
La segunda escena ocurre en la plaza frente al cenáculo. Allí vemos como el corazón nuevo de los apóstoles se expresa concretamente en la vida.
3.1. La gente estaba estupefacta (2,5-6)
Todos quedaron fuertemente admirados. Los efectos de la venida del Espíritu son los mimos que se daban cuando Jesús entraba poderosamente en la vida de las personas; por ejemplo, cuando manifestó sobre el lago su potencia divina, se dice que quienes lo vieron quedaron estupefactos (ver Lucas 8,25). Aquí se dice lo mismo con relación a la manifestación del Espíritu Santo: “la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. (Estaban) estupefactos y admirados...”.
3.2. La congregación de todos los pueblos (2,7-11)
Confrontando los humildes galileos con la multitud internacional y pluricultural que se congrega frente al cenáculo, Lucas sigue el relato haciendo la lista de las naciones (ver 2,7-11ª). La enumeración sigue círculos concéntricos.
La lista termina diciendo, “todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b). Así aparece otro elemento importante del mensaje de Pentecostés.
Teniendo presente el relato la torre de Babel (ver Génesis 11,1-9), Lucas nos muestra una gran transformación operada por la venida del Espíritu Santo.
En Babel se confunden las lenguas: hay caos lingüístico que representa cómo cuando cada persona se apega a su propio proyecto y no es capaz de abrirse al de los demás, nunca es posible construir un proyecto comunitario. Babel, entonces, es caos ideológico, reflejo del caos sicológico puede darse dentro de uno: conflicto de proyectos y de deseos contradictorios que emergen continuamente.
Babel se repite todos los días: se comienza hablando una misma lengua, se diseñan proyectos comunes, pero de repente aparecen los intereses personales que mandan todas las alianzas al piso, que rompen en definitiva las relaciones.
Pero en Pentecostés todos son capaces de comprenderse: todos hablan diversas lenguas (y por eso esa larga lista de pueblos), pero llega un momento en que todos se entiende, como si estuvieran hablando una misma lengua. Esta lengua es la del amor, cuya máxima expresión es el amor de Dios: “las maravillas de Dios”.
3.3. La honra al nombre de Dios (2,11b)
Retomemos la frase final: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (2,11b).
Recordemos que en Babel la torre allí mencionada en realidad era un templo en forma de pirámide sacra, por lo tanto se trataba de una experiencia religiosa. ¿A qué se alude? Se alude a un problema que puede surgir de una experiencia religiosa mal llevada. El mismo texto lo dice: “Hagámonos un nombre para que no nos dispersemos sobre la faz de la tierra” (Génesis 11,4; la Biblia de Jerusalén traduce: “hagámonos famosos”). Aquí el pecado no está en el hecho de honrar a la divinidad con un templo sino querer “hacerse un nombre”, es decir, el querer ser adorados ellos mismo y no Dios. Esto sucede a veces, es lo podemos llamar la “instrumentalización” de Dios. Se dice que se trabaja por Dios pero en el fondo podría estarse buscando otra cosa: “hacerse un nombre”.
En Pentecostés es distinto: los apóstoles no trabajan para sí mismos, no quieren hacerse un nombre, sino darle honra al nombre de Dios, esto es, proclamar las grandes maravillas de Dios: “Todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios” (v.11).
Cuando en el mundo de las relaciones cada uno trata de hacerse un nombre, se crean polos, tantos polos cuantas sean las personas que están centradas en sí mismas. Babel es la guerra de los egoísmos, en cambio Pentecostés es la formación de la comunidad en la comunión de diversidades cuyo centro es Dios.
Los mismos discípulos que antes de la Cruz de Jesús discutían quién era el mayor, viven ahora una conversión radical que es como la revolución copernicana: se han descentrado de sí mismos –están llenos de amor- y se han centrado en Dios.
Todo está orientado hacia la gloria de Dios, hacia la alabanza de Dios y es en Él en quien convergemos todos, poniendo nuestros mejores esfuerzos en ayudar a construir su proyecto creador en el mundo.
Esta es la conversión que nos aguarda a todos. Lo que sucedió el día de Pentecostés fue apenas la inauguración; el evento nos sigue envolviendo a todos los que los que lo aguardamos con el corazón ardiendo por la escucha de la Palabra de Dios y la oración.
Así, en cada uno de sus miembros, la Iglesia adquiere todos los días un rostro nuevo, reflejo del amor de Dios.

Entremos en este camino, haciendo nuestra esta bella oración:
“Ven, oh Espíritu Santo,
y danos un corazón grande, abierto a tu silenciosa y potente palabra inspiradora;
(un corazón) hermético ante cualquier ambición mezquina;
un corazón grande para amar a todos, para servir a todos, para sufrir con todos;
un corazón grande, fuerte para resistir en cualquier tentación, cualquier prueba, cualquier desilusión, cualquier ofensa;
un corazón feliz de poder palpitar al ritmo del corazón de Cristo y cumplir humildemente, fielmente, virilmente, la divina voluntad”

(Pablo VI, el 17 de mayo de 1970).

Lo que viene es grande, porque Pentecostés es fiesta de la esperanza: la esperanza de que la humanidad entera –comenzando por quien tenemos cerca- pueda ser invadida por el Espíritu Santo en la alegría del don de sí mismo, así como el Cristo pascual.
4. Releamos el pasaje bíblico con los Padres de la Iglesia
Proponemos hoy tres textos en el siguiente orden: (1) San Basilio Magno nos invita a contemplar la acción del Espíritu Santo en Jesús y en la Iglesia; (2) San Agustín hace un paralelo entre la primera y la segunda Alianza sellada en el Sinaí (sentido de la celebración de Pentecostés hebreo); y luego (3) recalca en el pasaje de los Hechos de los Apóstoles el cumplimiento de la promesa.
4.1. San Basilio Magno: La soberanía del Espíritu Santo
“Toda la actividad de Cristo se realizó en la presencia del Espíritu. Él estaba allí, aún cuando fue tentado por el diablo, pues está escrito: ‘Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado’ (Mateo 4,1). Y continuaba con Él, inseparablemente, cuando Jesús realizaba sus milagros, porque, -son sus palabras- ‘Yo expulso los demonios por la virtud del Espíritu de Dios…’ (Mateo 12,28).
Él no lo abandonó después de su resurrección de los muertos: cuando el Señor, para renovar al hombre y restituirlo –una vez que la perdiera- la gracia recibida por el soplo de Dios, cuando el Señor sopló sobre el rostro de los discípulos, ¿qué fue lo que les dijo? ‘Recibid el Espíritu Santo; los pecados serán perdonados a quienes se los perdonen y quedarán retenidos a quienes se los retengan’ (Juan 20,22-23).
¿Y la organización de la Iglesia? No es evidentemente y sin contestación, obra del Espíritu Santo? En efecto, según san Pablo, es Él quien le dio a la Iglesia ‘en primer lugar los apóstoles, en segundo los profetas, en tercero los doctores; después el don de milagros, después los carismas de curación, de asistencia, de gobierno, de lenguas distintas’ (1 Corintios 12,28). El Espíritu distribuye esta orden según la repartición de sus dones”

(“De Spiritu Sancto”, 16, 39)

4.2. San Agustín: Del Sinaí al Cenáculo
“El pueblo hebreo celebraba la Pascua con la inmolación del cordero y con los ázimos (…); y cincuenta días después de esta celebración, le fue dada sobre el Monte Sinaí la Ley escrita con el dedo de Dios.
Vino la verdadera Pascua y es inmolado Cristo, que opera el paso de la muerte a la vida (…). Y cincuenta días después viene el Espíritu Santo, el Dedo de Dios.
(…) Antes el pueblo estaba a distancia, había terror, no amor. (…) Dios descendió en el fuego sobre el Sinaí, como está escrito, inspirando terror al pueblo que estaba a distancia, y escribiendo con su dedo sobre la piedra, no en el corazón.
Aquí, por el contrario, cuando viene el Espíritu Santo, los fieles estaban reunidos en conjunto. No los asustó como en el Monte, sino que entró en la casa. De repente se escuchó desde el cielo un ruido como si se levantara un viento impetuoso; hubo estruendo, pero ninguno se asustó. Oíste que hubo un estruendo, nota que también hubo fuego. Porque sobre el monte había lo uno y lo otro, el fuego y el estruendo.
… Reconoce también al Espíritu que escribe no sobre la piedra sino en el corazón. De hecho ‘la Ley del Espíritu que da vida’ está escrita en el corazón, no sobre la piedra; “en Cristo Jesús”, en quien fue celebrada la verdadera Pascua, ‘te liberó de la ley del pecado y de la muerte’ (Romanos 8,2).
(Sermón 155, 5-6).
4.3. San Agustín: Odres nuevos en la espera del vino nuevo
“La solemnidad de hoy nos trae a la me memoria la grandeza del Señor Dios y de su gracia, que derramó sobre nosotros. Para eso es que se celebra la solemnidad: para que no se borre del recuerdo lo que ocurrió de una vez por todas (…)
Hoy celebramos la venida del Espíritu Santo. De hecho, el Señor envió desde el cielo al Espíritu Santo prometido ya en la tierra. Así era que había prometido enviarlo desde el cielo: ‘Él no puede venir mientras yo no me haya ido; pero cuando me haya ido, lo enviaré’.
Para eso padeció, murió, resucitó y subió al cielo; sólo le falta cumplir la promesa. Era lo que esperaban sus discípulos, ciento veinte personas, según lo que está escrito; es decir, diez veces el número de los apóstoles. Efectivamente, escogió a doce y envió el Espíritu sobre ciento veinte.
Esperando la promesa, ellos estaban reunidos orando en una casa, pues deseaban ya con la misma fe lo mismo que con la oración y el ansia espiritual. Eran odres nuevos a la espera del vino nuevo que llegó del cielo. El gran racimo ya había sido pisado y glorificado”
(Sermón 267, 1)

5. Cultivemos la semilla de la palabra en lo profundo del corazón
En una reunión ecuménica en Upsala, el patriarca metropolitano oriental dijo estas palabras: “Sin el Espíritu Santo Dios es lejano. El Evangelio es letra muerta. La autoridad de la Iglesia es una dominación. La liturgia es pura evocación. El actuar de los cristianos es una moral de esclavos. Pero cuando el Espíritu Dios está presente, el Evangelio es Espíritu y Vida, la autoridad de la Iglesia es servicio, la liturgia es conmemoración y anticipación de lo esperado, y el actuar cristiano es deificado”.
5.1 ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué obra de particular en nosotros el Espíritu Santo?
5.2. ¿De dónde viene la palabra “Pentecostés”? ¿Qué era para el pueblo de Israel?
5.3. ¿Qué me dicen los signos del “viento” y del “fuego”?
5.4. ¿Me siento “lleno” del Espíritu Santo? ¿Cómo se sabe que una persona está “llena” de Espíritu Santo? ¿Qué sucede dentro de ella y cómo se nota fuera?
5.5. ¿Qué conversión me lleva a vivir el bautismo en el Espíritu Santo? ¿Qué voy a hacer en el Pentecostés de este año para avanzar más en este camino por el cual me conduce el Espíritu Santo de Dios?
5.6. ¿Qué efectos tiene Pentecostés tanto a nivel comunitario (del grupo, la pequeña comunidad, la parroquia) como a nivel de la sociedad?
5.7. ¿Por qué decimos que la Iglesia nació en Pentecostés? ¿Qué caracteriza profundamente la vida de la Iglesia?

P. Fidel Oñoro, cjm



Anexo 1
Agunas sugerencias para los animadores de la liturgia dominical
I
La fiesta de la Pascua no acaba hoy: llega a su culmen. Lo que sucedió en el Señor resucitado, se realiza ahora en los creyentes por el don del Espíritu Santo. La palabra “Pentecostés” alude al número cincuenta: guante cincuenta días, desde la noche pascual, celebramos la alegría del Señor resucitado en medio de nosotros.
II
Todo el tono festivo de la Pascua debe ser evidenciado por los elementos que le son característicos. Sólo terminado el domingo es que el cirio pascual dejará el presbiterio para ser colocado en el bautisterio. En la medida de lo posible, cántese el prefacio propio. Después de la segunda lectura y antes de la aclamación del Evangelio, cántese la “secuencia” (si no se canta, que sea leída solemnemente; verla debajo de este texto). El canto y los instrumentos, las luces y las flores (privilegiar las rosas y el color rojo), la ornamentación de la Iglesia, el incienso, todo debería darle a la celebración su verdad de apoteosis pascual. Y, en la despedida, con el “Pueden ir en paz…”, que no falte el Aleluya.
III
En la noche del sábado, las comunidades son invitadas a celebrar la Vigilia de Pentecostés. Imitarán así a la comunidad de Jerusalén, la cual estuvo recogida en oración en torno a los apóstoles y de la santísima Virgen María, esperando el Espíritu Santo prometido. El Misal explica cómo celebrar esa Vigilia y nos da algunos textos. Para realzar la dinámica orante, se sugiere la integración de la oración de Vísperas para abrir la celebración. Pueden utilizarse todas las lecturas propuestas en el Leccionario (4 del Antiguo y 2 del Nuevo Testamento). Enseguida se canta un Salmo responsorial apropiado y, como en la Vigilia pascual, se hace una oración (ver indicaciones en el Misal).
IV
Para los lectores.
Primera lectura. La lectura está llena de movimiento y tiene expresiones muy fuertes que requieren una buena dicción. Atención a las interrogaciones. Intente hacer esas preguntas a alguien en casa (con frecuencia cambiamos nuestra actitud interior y nuestra expresión cuando pasamos del lenguaje oral a la simple lectura de un texto: eso es lo que hay que evitar). Si siente dificultad para la pronunciación de los nombres de los pueblos (“partos… medos… elamitas… Panfilia…”), pregúntele a alguien.
Segunda lectura. Podemos pensar la segunda lectura en tres secciones: (1) “Nadie puede… sino es bajo la acción del Espíritu Santo” (v.3b); (2) “Hay diversidad de carismas… para provecho común” (vv.4-7); (3) “Pues del mismo modo que el cuerpo… Todos hemos bebido de un solo Espíritu” (vv.12-13).
La segunda sección reviste una forma doxológica, por eso las tres fases son interdependientes (eso se debe hacer notar en la lectura). La última sección tiene una palabra de valor que es el polo de las frases: “cuerpo”.

(V. P.)

Anexo 2
Para prolongar la meditación y la oración
Profundizar en la enseñanza de Jesús (Juan 14,15-26)
“Profundizo
la enseñanza
de Jesús
viviendo plenamente
su Palabra en mi vida,
por medio de gestos,
de diálogo con lo cotidiano
llevando un perfume
de amor para mi prójimo”

(Franck Widro)



En esta maravillosa solemnidad de Pentecostés hagamos nuestra la “Llama de Amor Viva” de san Juan de la Cruz:
De profezieonline
¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
pues ya no eres esquiva,
acaba ya si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!,
matando muerte en vida la has trocado.
¡Oh lámparas de fuego
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido
que estaba oscuro y ciego
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!
¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras
y en tu aspirar sabroso
de bien y gloria lleno
cuán delicadamente me enamoras!

La Ascención 5 de junio de 2011

Solemnidad de la Ascensión del Señor –

EXALTADO AL CIELO,

EL RESUCITADO PERMANECE CON NOSOTROS

La misión del discipulado

Mateo 28, 16-20



“Jesús dijo:
‘Ya no me separaré de vosotros.
Yo estoy con vosotros,
nadie prevalecerá contra vosotros’”
(Himno de Romano el Melode)


“Y he aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo”

Comencemos orando:
¿Qué hacéis mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
Ya es vuelta y es cercanía.

El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha.
El padre ya os ha sentado
Conmigo a su derecha.
(Himno de la Liturgia de las Horas)

Introducción

Al comienzo del Evangelio según Mateo, Jesús fue presentado como el “Dios-con-nosotros” (1,23), ahora al final del Evangelio es Jesús mismo quien dice: “Yo-estoy-con-vosotros” (28,20). ¡Pues bien, en Jesús Dios se hizo visible a nuestros ojos!
Al regresar a la casa del Padre, Jesús no nos abandona sino que –como le dice a los apóstoles- nos da el mandato de integrar en la familia de Dios a todos los pueblos de la tierra. Para ello nos promete su ayuda y su asistencia para que podamos cumplir la tarea de enseñarle el evangelio a “todas” las naciones en nombre de aquel que tiene “todo” poder y que está con nosotros “todos” los días hasta el fin del mundo.
En el espacio y en el tiempo se ejerce a partir de ahora el Señorío de Cristo. Es así como la Ascensión de Jesús no es ausencia del mundo sino otra manera de estar presente en él. Jesús es para siempre el “Dios-con-nosotros”.

1. El texto, su estructura y sus particularidades
Leamos Mateo 28,16-20:
“28,16 Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
17 Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
18 Jesús se acercó a ellos y les habló así:
‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.
19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.
Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’”.

En el pasaje del evangelio de Mateo que la liturgia nos propone para esta solemnidad de la Ascensión del Señor podemos notar inicialmente algunas particularidades:
(1) El pasaje se compone de una parte narrativa (28,16-18ª) y de una parte discursiva (28,18b-20).
(2) La parte narrativa cuenta en pocas palabras el único encuentro de Jesús resucitado con su comunidad. Se trata, por tanto, de un momento solemne en el cual convergen los acontecimientos pascuales. Sobre este encuentro ya se había despertado expectativa desde la última cena y en la mañana de la Pascua.
(3) Dentro de la parte discursiva notamos que en sólo cinco versículos se repite cuatro veces el término “Todo” (que alguno compara con los cuatro puntos cardinales):

• “Todo” poder (28,18b): la totalidad del poder está en Jesús
  “Todas” las gentes (28,19ª): la totalidad de la humanidad será evangelizada
• “Todo” lo que Jesús enseñó (28,20ª): la totalidad de la enseñanza será aprendida
• “Todos” los días (28,20b): la totalidad de la historia será abarcada por la presencia del Resucitado

El acento del texto recae sobre esta última parte, donde Jesús (1) declara su victoria definitiva sobre el mal y la muerte (“Me ha sido dado todo poder…”), (2) les confiere a los discípulos un mandato (“Id, pues, y haced discípulos”) y (3) les hace la promesa de su asistencia continua (“Yo estaré con vosotros…”). Todo esto tendrá valor hasta el fin del mundo.

Comentemos algunos detalles valiosos de nuestro pasaje.

2. Estudio del texto
2.1. El encuentro del Resucitado con sus discípulos (28,16-18ª)

“16 Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
17  Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.
18 Jesús se acercó a ellos y les habló así…”

Veamos algunos de los elementos contenidos en esta primera parte del relato.
2.1.1. Pasado, presente y futuro de la relación con Jesús
Pasado. El encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos nos remite al comienzo del evangelio, cuando comenzó el discipulado a la orilla del lago a partir de la vocación (4,18-22). Un largo camino han recorrido juntos, en él la relación se fue estrechando cada vez más en cuanto el Maestro los insertaba en su ministerio, haciéndolos los primeros destinatarios de su obra, y los atraía para una relación aún más profunda con Él mediante el seguimiento. Jesús los devuelve al punto de partida.

Presente. Ahora los discípulos van a “Galilea”, y allí, a una “Montaña”:
(1) Ellos van a Galilea, que como “Galilea de los gentiles”, ha sido destinada por Dios como campo de misión de Jesús (ver 4,12-16). Allí habían sido llamados (ver 4,18-22) y allí fueron testigos de misericordia de Jesús con enfermos y pecadores (ver 8-9), donde la multitud andaba “vejada y abatida como ovejas sin pastor” (9,35).
(2) La Montaña la que van nos recuerda el lugar donde Jesús pronunció su primera y fundamental instrucción, el Sermón de la Montaña, la Ley esencial de la vida cristiana que comienza con las bienaventuranzas (ver 5,1-7,29) y configura la existencia entera según “el Reino y la Justicia” (ver 6,33).

Futuro. En este ambiente, el Resucitado se le aparece a los discípulos. Vuelven a la relación que tenían antes y a todo lo que vivieron juntos. Ahora les dice qué es lo que va a determinar en el futuro la relación con él: “Se acercó a ellos y les habló así…” (28,18ª).
Lo que Jesús aquí les dice será determinante y así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta cuando Jesús venga por segunda con la plenitud de su poder y su definitiva revelación (ver 24,3).

2.1.2. Una herida que se sana
El grupo que ha sido convocado en Galilea tiene una herida producida por la traición y la muerte de Judas: ya no son “Doce” (ver 10,2.5; 26,20), sino “Once” (“Los once discípulos marcharon a Galilea…”).
Esta herida recuerda que todos han sido probados en su fidelidad a Jesús. Ellos se han encontrado con su propia fragilidad. Cuando comenzó la pasión de Jesús, todos los discípulos interrumpieron el seguimiento: la traición de Judas (26,47-50), la triple negación de Pedro (26,69-75) y la fuga despavorida de los otros diez (26,56).
Con todo, Jesús sana la herida provocada por la ruptura del seguimiento. No llama a otros discípulos, sino a los mismos que le fallaron en la prueba de la pasión.

Jesús cumple una promesa.
• La última noche había anunciado que los precedería en Galilea: “Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea” (26,31-32).
• En la mañana del día de la resurrección, el Ángel, junto a la tumba, les confió a las mujeres la tarea de recordarles a los discípulos estas palabras: “Id enseguida a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis’. Ya os lo he dicho” (28,7).
• Enseguida el Resucitado en persona les confirmó la tarea: “No temáis. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán” (28,10).

Los discípulos llegan a Galilea cargando sobre sus espaldas toda la historia dolorosa de la deslealtad. Pero la confianza del Maestro se muestra mayor que la fragilidad de sus discípulos. Jesús sí cumple sus promesas hecha durante la última cena.
Es bello notar que en este encuentro con el Maestro después de la dolorosa historia de traición, negación y fuga, no escuchan ni una sola palabra de reclamo por parte de Jesús. Más bien todo lo contrario: cuando los manda llamar a través de las mujeres, los denomina por primera vez “mis hermanos” (28,10).

2.1.3. La reacción ante el Resucitado: adoración y duda
El narrador continúa diciéndonos que los discípulos “al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron” (28,17).
Así como lo había prometido (28,7.10), ellos ven al Resucitado. La primera reacción es que se arroja por tierra en un gesto de adoración que nos recuerda el comienzo del evangelio (cuando los magos “vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron”; 2,11). También en medio del evangelio habíamos visto un gesto similar por parte de los discípulos: “Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: ‘Verdaderamente eres Hijo de Dios’” (14,33). En este momento cumbre del evangelio, los discípulos reconocen a Jesús resucitado como el Señor.
Pero Mateo hace notar que algunos todavía “dudan”. No debe extrañarnos. Reconocimiento y duda pueden estar juntos, como lo muestra la petición: “Creo. Ayúdame en mi incredulidad” (Mc 9,24).

2.2. Las palabras de Jesús: el nuevo camino de la comunidad y del Maestro (28,18b-20)
“18 Jesús se acercó a ellos y les habló así:
‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. 19Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.
Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo’”.

Las palabras de Jesús tienen tres partes:
(1) El anuncio del Señorío del Resucitado (28,18b)
(2) El envío misionero de sus discípulos (28,19-20ª)
(3) La promesa de su permanencia fiel en medio de los discípulos (28,20b)

2.2.1. El Señorío de Jesús (28,18b)
“Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”
Al postrarse, los discípulos reconocen que él es el Señor, el Señor sin límites, el Señor por excelencia.
Ante ellos, Jesús afirma que el Padre, el Señor del cielo y de la tierra (11,25), le ha dado todo poder en todo ámbito: en el cielo y sobre la tierra.
Ya desde el comienzo del evangelio el mensaje de Jesús se refirió a este “poder” cuando anunció la cercanía del “Reino de los Cielos” (ver 4,17). A lo largo de su ministerio Jesús ofreció los dones de este Reino (“Bienaventurados… porque de ellos es el Reino”; 5,3.10). La obra de Jesús fue continuamente experimentada como una “obra con poder” (ver 7,29; 8,8s; 21,23). Con este “poder” venció a Satanás y levantó al hombre postrado en sus sufrimientos y marginaciones. Ahora, una vez que su ministerio ha llegado a su culmen, el Resucitado se revela a sus discípulos como el que posee toda autoridad, es decir, un poder absoluto sobre todo.
Una vez que ha vencido al mal definitivamente en su Cruz, Jesús se presenta vivo y victorioso ante sus discípulos: el Señor del cielo y de la tierra. Y con base en esta posición real, Jesús les entrega ahora la misión, prometiéndoles su asistencia continua y poderosa.

2.2.2. El envío misionero de los discípulos (28,19-20ª)
“19 Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,
20 y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado”.

Con esta autoridad suprema de Jesús sobre el cielo y la tierra, los discípulos reciben el envío a la misión. Notemos las diversas afirmaciones que Jesús hace a partir del imperativo: “Vayan”.
(1) El contenido de la misión: “Hacer discípulos”
“Id, pues, y haced discípulos”
La tarea fundamental es hacer discípulos a todas las gentes. Por medio de ellos el Señor resucitado quiere acoger a toda la humanidad en la comunión con Él.
Hasta ahora ellos han sido los únicos discípulos. Jesús los llamó y los formó mediante un proceso de discipulado. En este momento los discípulos son enviados para dar en el tiempo post-pascual lo que recibieron en el tiempo pre-pascual.

Hacer “discípulos” es iniciar a otros en el “seguimiento”. De la misma manera que Jesús los llamó a su seguimiento y a través de ella los hizo pescadores de hombres (4,19), también los misioneros deben atraer a todos los hombres al seguimiento de Jesús, con el cual vivieron y continúan viviendo.
“Seguimiento” quiere decir configurar el propio proyecto de vida en la propuesta de Jesús, entablar una cercana con la persona de Jesús, entrar en comunión de vida con Él. El “discipulado” supone la docilidad: aceptar que es Jesús quien orienta el camino de la vida, quien determina la forma y la orientación de vida.
El “discipulado” lleva a abandonarse completamente en Jesús, porque sólo Él conoce el camino y la meta y nos conduce con firmeza y seguridad hacia ella. Este camino y esta meta se han revelado a lo largo del evangelio.
Entonces, la esencia de la misión de los discípulos es conducir a toda la humanidad a la persona del Señor, a su seguimiento. De la misma manera como Jesús los lamó, sin forzarlos sino seduciendo su corazón y apelando a la libre decisión de cada uno, así ellos deben hacer discípulos a todos los pueblos de la tierra.
(2) Los destinatarios: la humanidad entera
“…A todas las gentes”
Puesto que se le ha puesto en sus manos el mundo entero y es superior al tiempo y al espacio, Jesús los manda todos los pueblos de la tierra.
Recordemos que en la primera misión la tarea apostólica se limitaba explícitamente a las “ovejas perdidas de la casa de Israel” (10,6; ver 15,24). Ahora la misión no conoce restricciones: a todos los hombres, y podríamos agregar “al hombre todo” (con todas sus dimensiones).
(3) Insertando al nuevo discípulo en la familia trinitaria
“…Bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
En el bautismo se realiza la plena acogida de los discípulos de Jesús en el ámbito de la salvación y en su nueva familia.
El presupuesto de la fe. El Bautismo “en el nombre del Padre y del Hijo y de Espíritu Santo” presupone el anuncio de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y la fe en este Dios.
El “nombre” de Dios está puesto en relación con el conocimiento de Él. Como se evidencia a lo largo del Evangelio:
• Dios manifiesta su amor para que nosotros podamos conocerlo y así entrar en relación con Él.
• Es través de Jesús que Dios ha sido conocido como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Jesús predicó sobre de Dios de una manera que no se conocía en el Antiguo Testamento. Allí se conocía al Dios en cuanto creador del cielo y de la tierra, pero al mismo tiempo se afirmó –y con razón- la enorme distancia entre el Creador y su criatura, lo cual hacía pensar en la infinita soledad de Dios. Jesús anunció que Dios no está solo sino que vive en comunión. Frente al Padre está el Hijo, ambos están unidos entre sí, se conocen, se comprenden y se aman recíprocamente (ver 11,25) en la plenitud y perfección divina por medio del Espíritu Santo.
Los discípulos deben bautizar en el “nombre” de este Dios, del Dios que así fue anunciado y creído.
Al interior de la familia trinitaria. El bautismo:
• Nos sumerge en el ámbito poderoso de este Dios y obra el paso hacia Él.
• Nos pone bajo su protección y su poder.
• Nos posibilita la comunión con Él, que en sí mismo es comunión.
• Nos hace Hijos del Padre, quien está unido con un amor ardiente a su Hijo.
• Nos hace hermanos y hermanas del Hijo que, con todo lo que Él es, está ante el Padre.
• Nos da el Espíritu Santo, quien nos une al Padre y al Hijo, nos abre a su benéfico influjo y nos hace vivir la comunión con ellos.
Si es verdad que el seguimiento nos introduce en el ámbito de vida de Jesús, también es verdad que esta vida es su comunión con el Padre en el Espíritu Santo. El bautismo sella nuestra acogida en esta adorable comunión.
(4) El enseñar a poner en práctica las enseñanzas de Jesús: el discipulado como un nuevo estilo de vida
La comunión con este Dios, determinada por el seguimiento y sellada por el bautismo, le exige a los discípulos un estilo de vida que esté a la altura de ese don.
Notamos una gran continuidad entra la misión de Jesús y la de sus apóstoles:
• De muchas maneras, desde las bienaventuranzas (5,3-12) hasta la visión del juicio final (25,31-46), Jesús instruyó a sus discípulos. A lo largo del evangelio distinguimos cinco grandes discursos de Jesús. Ahora los apóstoles deben transmitírselas a los nuevos discípulos atraídos por ellos. Las enseñanzas de Jesús no son opcionales.
• Hasta el presente fue Jesús quien llamó discípulos y los educó en una existencia según la voluntad de Dios. Ahora son ellos los que, por encargo suyo, deben llamar a todos los hombres como discípulos y educarlos en una vida recta.
En otras palabras, todo lo que los discípulos recibieron del Maestro debe ser transmitido en la misión.

2.2.3. El Resucitado muestra el significado pleno de su nombre “Emmanuel”, “Dios-con-nosotros” (28,20b)
“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”
Durante su ministerio terreno, la relación de Jesús con sus discípulos estuvo caracterizada por su presencia visible y viva en medio de ellos. A partir de la Pascua esta presencia no termina sino que adquiere una nueva modalidad.
Jesús utiliza una expresión conocida en la Biblia. En el Antiguo Testamento la expresión “El Señor está contigo”, le aseguraba a la persona que tenía una misión particular que Dios lo asistiría con poder y eficacia en su tarea. Con ello se quería decir que Dios no abandona al hombre a sus propias fuerzas, sino más bien que a la tarea que Dios le encomienda se le suma su presencia y su ayuda.
Jesús, a quien se le ha dado todo poder, habla con la potestad divina, asegurando su presencia y su ayuda a la Iglesia misionera. Quien al principio fue anunciado como el “Emmanuel”, el “Dios con nosotros” (1,23), muestra ahora la verdad de esta expresión: Él es la fidelidad viviente del Dios de la Alianza (“Dios-con-nosotros” es una expresión referida al “Yo soy vuestro Dios y vosotros mi pueblo”) que permanece al lado de sus discípulos con todo su poder, con su vivo interés y con su poderosa asistencia a lo largo de toda la historia.
En fin…
La celebración de la Ascensión nos coloca ante estas palabras de Jesús, quien la plenitud de su potestad toma determinaciones hacia el futuro. Él, ya no estará de forma visible en medio de sus discípulos, pero sí garantiza su presencia poderosa en medio de los suyos. Así permanecerá “hasta el fin del mundo”, hasta que no ocurra con su venida el cumplimiento, y con él la plena e inmediata comunión de vida con la Trinidad Santa.
3. Releamos el Evangelio con los Padres de la Iglesia
Proponemos hoy dos textos. El primero referido al texto que Mateo que acabamos de abordar y el segundo a la versión lucana del acontecimiento de la Ascensión. La belleza de la poesía del segundo texto es memorable.
3.1. San León Magno: La Ascensión: la fiesta del “Dios con nosotros”
“Para que los fieles sepan que poseen aquello que les dará la fuerza de elevarse hasta la sabiduría que viene de lo alto, despreciando las concupiscencias del mundo, el Señor nos prometió su presencia diciendo: ‘He aquí que yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos’ (Mateo 28,20).
No fue, pues, en vano que el Espíritu Santo predijera por boca de Isaías: ‘He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo que será llamado Emmanuel, que quiere decir, Dios con nosotros’ (Is 7,4).
Jesús realiza, por tanto, el significado de su propio nombre y, aún si sube al cielo, no abandona a sus hijos de adopción: en cuanto está sentado a la derecha del Padre, continúa habitando en todo el cuerpo; en la tierra conforta en orden a la paciencia; en el cielo convida a la gloria. Por tanto, nosotros no nos disipamos entre las cosas vanas, ni temblamos en circunstancias adversas. Allí somos lisonjeados por realidades engañosas; aquí nos oprimen las penas. Pero, porque “de su gracia está llena la tierra” (Salmo 32,5), la victoria de Cristo en todo, viene en nuestra ayuda, para que se cumpla su palabra: ‘Tened confianza, yo he vencido al mundo’ (Juan 16,33).
Si nos mantenemos lejos del fermento de malicia, nunca nos apartaremos de la fiesta de Pascua.
(Tract. 2, 3-5)

3.2. Romano el Melode: “Que descienda sobre nosotros, Señor, tu bendición”
“Aquél que bajó a la tierra en el modo que sólo el conoce, y que de nuevo sube allá en el modo que sólo él sabe, invitó a aquellos que había amado a ir a un monte elevado y condujo a cuando había reunido, a fin de que, elevando el alma y los sentidos, se olvidaran de las cosas terrenas.
Conducidos, pues, al Monte de los Olivos, ellos se reunieron alrededor de su Benefactor, con refiere Lucas, el inspirado. El Señor extendió los brazos como si fueran alas, como el águila extiende sus alas sobre los polluelos para protegerlos en el nido. Y les dijo a sus aguiluchos:
‘Os dejé protegidos de todos los males. Como os amé, amadme también vosotros. Ya no me separaré de vosotros. Yo estoy siempre con vosotros, nadie prevalecerá sobre vosotros.

De lo alto, oh discípulos míos, como Dios, autor de toda la creación, impondré sobre vosotros mis manos que los impíos extendieran, prendieran y clavaran. Vosotros, pues, inclinando la cabeza sobre estas manos, entended, comprended, amigos, lo que estoy a punto de hacer. Del mismo modo que en el bautismo, también ahora impondré sobre vosotros las manos y, habiéndoos bendecido, os enviaré iluminados, repletos de sabiduría.
Sobre vuestras cabezas, la alabanza y la magnificencia; y en vuestras almas, la iluminación, como está escrito. Porque yo infundiré en vosotros el Espíritu y, una vez que hayáis acogido como huésped, seréis mis discípulos, elegidos, mis fieles y familiares. Ya no me separaré de vosotros. Yo estoy con vosotros, nadie prevalecerá contra vosotros’”.
(Tomado del “Himno de la Ascensión”)

4. Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón
4.1. ¿Qué relación tiene este pasaje de hoy con las palabras pronunciadas en la última cena y en la mañana pascual sobre la nueva convocación de los discípulos?
4.2. ¿Cómo iban los discípulos hacia el encuentro con Jesús en Galilea?
4.3. ¿Qué evocan aquí los términos: Discípulo, Galilea y Montaña? ¿Cuáles son las características de la relación entre Jesús y sus discípulos?
4.4. ¿Qué significado tiene esta relación de discipulado para el contenido de la misión apostólica?
4.5. ¿Qué sucede en el Bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo? ¿Qué implicaciones tiene para mi vida como discípulo(a) de Jesús?

P. Fidel Oñoro, cjm

Anexo 1
Pistas sobre las otras lecturas del Domingo

Sumario: La Ascensión de Jesús es una de las facetas del misterio central de nuestra fe. Jesús, quien fue colgado sobre la cruz por los hombres y quien fue levantado de entre los muertos por su Padre, ahora permanece exaltado por él: Jesús es constituido Señor del Universo. Dios Padre hizo de él la cabeza de la Iglesia que es su cuerpo, escribe san Pablo. Que aplaudan todos los pueblos, canta el Salmo. Todos los pueblos, de hecho, tienen que ver con la Ascensión de Jesús. Es hacia ellos que los discípulos de Jesús son enviados con el soplo del Espíritu Santo para anunciarles al buena nueva de la salvación.
Primera lectura: Hechos 1,1-11
Podemos distinguir tres partes en esta introducción del libro de los Hechos de los Apóstoles:
(1) Los versículos 1-2 le recuerdan al destinatario (“Teófilo”) en qué punto quedó el Evangelio, conectando así las dos partes de la obra lucana.
(2) Los versículos 3-9 presentan bajo una nueva forma lo contenido en Lc 24,46-53.
(3) Los versículos 10-11 narran la ascensión de Jesús e introducen (con el v.6) el tema de la segunda venida de Cristo.
Como es sabido, en la Biblia los “40 días” más que una medida de tiempo –según Lc 24,51 todo ocurre en un solo día- significa un período de preparación: se trata de una iniciación a la enseñanza del Resucitado, un “tiempo intermedio” que fundamenta la autoridad de los primeros testigos y asegura la continuidad entre Jesús y la comunidad apostólica. Particularmente importante es la vinculación de la actividad del “dar testimonio” de la persona de Jesús y por virtud del Espíritu Santo. Así como el Espíritu Santo fue el “motor” de la actividad apostólica de Jesús, desde el bautismo en el Jordán, así también será el alma de la misión apostólica.
Las palabras de Jesús, “serán mis testigos en Jerusalén… hasta los confines de la tierra”, nos da el esquema del libro de los Hechos de los Apóstoles, trazando una especie de círculos concéntricos. El punto de partida es Jerusalén y el punto de llegada “los confines de la tierra” (que algunos interpretan como Roma).
La Ascensión se describe enseguida con sobriedad. Nótese la alusión a la “nube”, símbolo de manifestación de la presencia del “Dios escondido”; también nos remite a la venida del Hijo del hombre, según la simbología de Daniel 7,13.
La presencia de Jesús en medio de la Iglesia y del mundo, deja entonces de estar ligada a un dato físico. Pero no quiere decir que terminó la obra de Jesús. De aquí en adelante serán los discípulos, con la compañía cierta y segura del Resucitado, quienes continuarán el anuncio del Reino.
Los dos hombres vestidos de blanco no remiten a la mañana de Pascua (Lucas 24,1-6). Estos personajes invitan a los apóstoles a cambiar de enfoque la mirada, así como lo hicieron en la mañana de Pascua con las mujeres. En Pascua les preguntaron a las mujeres: “¿Por qué buscáis entre los muertos al Viviente? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24,5-6). En los Hechos de los Apóstoles, los ángeles invitan a no mirar hacia el aire, a no evadirse del mundo, sino a poner la mirada donde es.
Elevado al cielo, el Señor está también presente en el mundo. Está al interior de la comunidad creyente, su predicación evangelizadora, en los signos sacramentales. Él se revelará definitivamente al final de los tiempos.

Salmo responsorial: Salmo 47,2-3.6-9
Como todos los Salmos del Reino, el Salmo 46 celebra la soberanía de Dios sobre su pueblo y sobre el mundo. Parece tener su origen en una celebración litúrgica.
Este Salmo se puede representar como una procesión que sube a través de las calles de Jerusalén hasta el Templo llevando el arca de la Alianza. Así se conmemora el gesto del Rey David, quien introdujo el arca en Jerusalén (ver 2 Samuel 6).
Dios sube entre las ovaciones populares: “¡Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de alegría!” (v.2). Allí escucha el toque del “shofar” (trompeta fabricada con un cacho): “Sube Dios entre aclamaciones, Yahvé al clangor de trompeta” (v.6).
Pero este Salmo no se acantona en su recuerdo histórico. Al dirigirse hacia el Templo, el pueblo celebra a la vez a aquel que allí reside, pero igualmente a aquel cuyo trono está en los cielos. La morada terrena de Dios no es más que una imagen imperfecta de su morada celestial.
El orante designa la divinidad con dos vocablos: (1) “El Señor”: es decir, Yahvé, el Dios de Israel; (2) “Dios”: es decir, Elohim, el Dios creador del cielo y de la tierra. Con estos dos términos se invoca al mismo Dios, el que reina sobre su pueblo y sobre el mundo: “Rey grande sobre la tierra toda… Que de toda la tierra él es rey… Reina Dios sobre las naciones” (vv.3b.8ª.9ª). Su dominio es universal.
Este Salmo encaja bien para este día de la Ascensión, cuando Jesús sube hacia Dios para ser entronizado en su gloria real. Por medio de Jesús resucitado, Dios reina sobre el universo.

Segunda lectura: Efesios 1,17-23
El tema de la ascensión también está presente en este texto solemne, casi hímnico. Hay que ver sobre todo los vv.20-23. Veamos también en este pasaje cómo la glorificación de Jesús tiene su impacto en una transformación real del hombre y, en particular, de la Iglesia entera (1,19). La Iglesia es su “cuerpo” y presencia suya en el mundo: presencia iluminadora, benigna, redentora.
No se puede entrar en el misterio de la realeza del Señor más que por el camino de la humildad. Éste es el corazón de la sabiduría a la que se refiere Pablo. Esta realeza no es algo exterior, sino que tiene consecuencias éticas esenciales en la medida en que, en Cristo, cada uno de nosotros está llamado reflexionar sobre este carácter real “aquí y ahora”.
En consecuencia, Cristo no es rey en un cielo exterior sino en nosotros, no para hacernos esclavos sino para conferirnos su propia realeza, una realeza que ha manifestado su legitimidad a través de la “fuerza misma, el poder, el vigor llevados a cabo en Cristo resucitado de entre los muertos, sentado a la derecha del Padre”. El rey está exaltado por una victoria y nosotros, por él, siendo miembros de su cuerpo real estamos llamados a ser lenguaje de Cristo vivo. Un lenguaje dirigido al mundo para hacerlo entrar en la luz de una herencia prometida a la multitud y dada en el Espíritu. Ser es cuerpo de lenguaje de cara a todas las naciones de la tierra, es el tema del último mandato de Jesús a su Iglesia, como nos lo recuerda el evangelio de hoy.

Nota de cultura bíblica
De acuerdo con una simbología antigua y universal, la Biblia sitúa en lo “alto”, “encima”, “en el cielo”, aquello que es superior, que sobrepasa nuestro horizonte, que trasciende el nivel del mundo. Debajo, por el contrario, se sitúa el mal y la muerte (los “infiernos”). De ahí que se describa el encuentro entre el hombre y Dios con la imagen de un trayecto de subida y descenso: Dios “baja”; el hombre “sube”.
En consecuencia, cuando hablamos de “ascensión” estamos utilizando una imagen de desplazamiento espacial para significar el dinamismo de inserción de lo humano en la esfera de lo divino, de lo temporal en lo eterno. La Ascensión de Jesús, más que un episodio de crónica, es una forma de señalar su triunfo, su “glorificación”, su plenitud.
Siendo así, todos los domingos de pascua también son domingos de ascensión.
(V. P. – J. S. – F. O.)

Anexo 2
Sugerencias para los animadores de la liturgia dominical
I
La celebración pascual se encamina hacia el fin, hacia su apogeo. Hoy no se conmemora la salida de Jesús de este mundo. Al contrario, celebramos la “aparición mayor”: la solemne aparición del Resucitado a sus discípulos, presentándose como centro de la historia, glorificado (sentado) a la derecha del Padre, llamándolos a participar de su gloriosa divinidad, haciéndolos continuadores de su misión.
II
Todos los elementos festivos requeridos para la solemne celebración pascual, deben aparecer: el Cirio, la música, el aleluya, las luces, las flores, etc. Durante todo el tiempo pascual podía usarse el incienso. Pero particularmente en estos últimos dos domingos, este elemento podría dar una nota especial que subraya la solemnidad.
III
Para los lectores.
Primera lectura: El lector tendrá cuidado, usando las posibilidades de su voz, de distinguir el estilo narrativo del discurso directo, sobre todo cuando se pasa del uno al otro sin hacer transición: “…promesa del Padre, ‘que oísteis de mí…’” (v.4).
Otro aspecto delicado son las interrogaciones. Regla general: la entonación está en el comienzo (cuidado con aquellos que exageran con una elevación de voz al final de la pregunta). Es importante descubrir cuál es la palabra que interroga: “¿Es ahora…?” (v.6), “¿Qué hacéis ahí…?” (v.11).
Segunda lectura: Una lectura con tres frases, como esta que tenemos hoy, es difícil. Más aún, está llena de palabras y expresiones que no son comunes: espíritu de sabiduría y de luz, los ojos de vuestro corazón, los tesoros de gloria, la inconmensurable grandeza, la eficacia de la fuerza poderosa, el principado, poder, virtud, soberanía… Todas estas expresiones exigen una buena división del texto y capacidad respiratoria.
(V. P. – F. O.)

Anexo 3
Para prolongar la meditación y la oración

Himno a la Ascensión de Jesús
“No, yo no dejo la tierra.
No. Yo no olvido a los hombres.
Aquí yo he dejado la guerra;
Arriba, están vuestros nombres.
¿Qué hacéis mirando al cielo,
varones, sin alegría?
Lo que ahora parece un vuelo
Ya es vuelta y es cercanía.

El gozo es mi testigo.
La paz, mi presencia viva,
Que al irme, se va conmigo
La cautividad cautiva.

El cielo ha comenzado.
Vosotros sois mi cosecha.
El padre ya os ha sentado
Conmigo a su derecha.

Partid frente a la aurora.
Salvad a todo el que crea.
Vosotros marcáis mi hora.
Comienza vuestra tarea.

Amén”
(Himno de la Liturgia de las Horas