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martes, 26 de abril de 2011

Sexto Domingo de Pascua

Estudio de base para la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Sexto de Pascua – Mayo 29 de 2011

JESÚS NO NOS ABANDONA
El mandato del Amor y las Promesas de Jesús
Juan 14, 15-21


“Los mismos discípulos que antes temían la muerte,
después de la venida del Espíritu
se alegraban en sus tribulaciones”

(Teodoro de Mopsuestia)



“No los dejaré huérfanos”


Introducción

Seguimos en el ambiente del cenáculo. Los discípulos están conmovidos por el dolor de la separación y se preguntan cómo serán las cosas después de la partida de Jesús. En este contexto, Jesús pronuncia la enseñanza que leemos hoy.

La cuestión es importante, porque a veces sucede que también en la relación con Jesús uno puede llegar a tener la percepción de que Él está lejos de nuestras vidas, que lo sentimos poco y que es prácticamente inalcanzable.

En el pasaje de Juan 14,15-21 vemos que Jesús demuestra que así como no abandonó a sus discípulos tampoco nos abandona, siempre estará presente, nos comparte su vida y así como Él y el Padre son uno, así estará en nosotros.

¿Cómo lo hace?

En el núcleo del texto vemos que Jesús anuncia la venida de otra ayuda para sus discípulos, el Espíritu de la Verdad (14,15-17), y también su propia venida (14,18-21).

Si observamos de cerca el texto notaremos que está enmarcado, los vv.15 y 21, por la alusión al práctica del mandato de Jesús. Jesús declara que todas las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio no se invalidan con su partida, sino todo lo contrario: permanecen válidas para siempre. Se trata de una condición fundamental: sólo quien se atiene a sus mandamientos puede recibir el Espíritu y abrirse al amor de Jesús y del Padre. El amor por Jesús está estrechamente relacionado con la práctica de sus mandamientos.

Leamos despacio el texto:


15Si me amáis, guardaréis mis mandamientos;
16y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,
17el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.
18No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros.
19Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis.
20Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros.
21El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.»


1.     El amor a Jesús y la práctica de sus mandamientos (Juan 14,15.21)

15Si me amáis, guardaréis mis mandamientos…
21El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.»

En el dolor que los discípulos experimentan por la separación, se revela en el amor por Jesús. Pero los discípulos deben demostrar la sinceridad de su deseo de la presencia de Jesús y de la comunión con Él a través de la puesta en práctica de sus mandamientos, la cual nace del amor por su maestro.

¿De qué mandamientos se trata?

En el evangelio de Juan, la exhortación a amarnos unos a otros como Él nos amó es la única que se define prácticamente como el mandamiento de Jesús (13,34).

Pero también todo lo que Jesús hace, de palabra y de obra, es un llamado para hacer lo mismo: “El que crea en mí hará Él también las obras que yo hago…” (14,12ª). 

Por tanto, poner en práctica los mandamientos es tomarse en serio y con fe el conjunto de sus enseñanzas (14,23-24), dejándose conducir por Él. 

Jesús permanece presente en su palabra y en las exigencias que ella implica. Quien se deja guiar por la Palabra de Jesús, sigue a Jesús, permanece unido a él y conserva su amor.

Con esto se nos dice que  el amor no consiste en palabras, sentimientos o recuerdos, sino que se demuestra o verifica en la capacidad de escucha y en la obediencia a las enseñanzas del Maestro Jesús. El verdadero amor a Jesús se traduce en seguimiento de Jesús.  Amar es querer, adherirse al amado y asumir su voluntad.


2.     La promesa del “Paráclito”

El don del Paráclito (14,16-17)

16y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,
17el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.

Quien está unido a Jesús de la manera anteriormente enunciada, recibe por parte de Dios el don prometido: el Espíritu Santo.

Al Espíritu lo llama “Paráclito” (=Consolador, abogado, ayudador). El Espíritu es una nueva ayuda para la vida de los discípulos: Él hace posible el seguimiento, Él capacita para vivir el difícil mandato del “amor”, Él asiste a los discípulos en momentos duros de la tribulación. La acción del Espíritu Santo se describe con precisión: viene como un nuevo “apoyo” Jesús se va pero les deja su Espíritu.

Jesús dice “Otro Paráclito”. Hasta ahora Jesús ha sido el apoyo para sus discípulos: se ocupó de ellos, se puso a su servicio, los guió, le dio ánimo y fuerza. Como Buen Pastor, Jesús no los dejó nunca abandonados a su propia suerte; siempre estuvo al lado de ellos. Ahora Jesús se va, no quedarán solos: el Padre les dará el Espíritu Santo, quien estará siempre con ellos, al lado de ellos y en ellos.

También dice: “El Espíritu de la Verdad”. Esta definición del Espíritu lo presenta como Aquel que hace permanecer a los discípulos en la “Verdad” transmitida por Jesús, es el que da testimonio de Él, como el que continúa con su ministerio terrenal y los protege tanto de los falsos maestros como de las opciones equivocadas.

El mundo, que se ha cerrado a Jesús, “no lo puede recibir”. Sólo si creemos en Jesús y nos atenemos a sus mandamientos, estamos abiertos al Espíritu Santo, podemos recibirlo y hacer la experiencia de su acción.


El regreso de Jesús (14,18-20)

18No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros.
19Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis.
20Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros.

Jesús se ha dirigido a los discípulos llamándolos “hijitos” (13,33). Ahora les asegura que no quedarán “huérfanos”.

Así como los hijos pequeños quedan a la deriva cuando mueren los progenitores, así también los discípulos de Jesús quedarían solos por la muerte del Maestro. La ausencia de Jesús no crea orfandad en sus discípulos, ella da paso a su nueva presencia el “Paráclito”

Es verdad que Jesús va a morir, pero no es cierto que sus discípulos vayan a quedar huérfanos: Jesús los deja pero “volverá”. De esta forma al anunciar la muerte también les anuncia la resurrección: el Resucitado vendrá a su encuentro y ellos los verán. Como efectivamente se narra en el día pascual: “Se presentó en medio de ellos… Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (20,19.20).

Los discípulos no sólo lo “verán” sino que tendrán parte en su propia “vida”: “Me veréis porque yo vivo, y también vosotros viviréis”. El reconocer esta compañía permanente es sólo para los que tengan en común esa vida que Jesús posee tras su resurrección.  Lo percibirá vivo el creyente que vive de la vida de Jesús resucitado.

De hecho, también en el día pascual se dice que Jesús… “Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,22).

Pero no así con el “mundo”. Con su muerte, Jesús desaparece para siempre del mundo: el mundo sabe solamente que murió en una cruz. El mundo conoce la muerte pero no la vida. Jesús volverá exclusivamente a sus discípulos y se les mostrará como el viviente.

El día pascual es un día grandioso, porque en él se comprende finalmente a Jesús: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”.

En dos ocasiones, dentro de este evangelio, Juan se había referido al hecho de que solamente después de la resurrección los discípulos comprenderían el verdadero significado de las cosas:

(1) sobre lo que Jesús dijo en el Templo (2,21-22) y
(2) el sentido su entrada en Jerusalén en un asno (12,16).

En esta ocasión Jesús les anuncia a sus discípulos que solamente después de su  resurrección comprenderán verdaderamente su comunión con el Padre y con ellos.

Con la resurrección de Jesús se demuestra que –a pesar de su aparente silencio en la Cruz- Dios está a su lado, con todo su amor y su potencia, y que le confirma que Él es el Mesías e Hijo de Dios y que las obras que realiza en nombre del Padre son auténticas.

Pero no solamente con relación al Padre. La resurrección también hace más evidente el vínculo especial que Jesús tiene con los discípulos: Él se muestra y se hace reconocible como el Viviente solamente a ellos.

Su encuentro con el Resucitado es un nuevo impulso y un fundamento duradero para creer todo lo que él dijo sobre su unión perfecta con el Padre (14,10-11) y sobre su vínculo indisoluble con ellos.


3.     Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“‘Vosotros –dice- debéis rezar ante todo amando y demostrando amor con la puesta en práctica de mis mandamientos; dispuestos de esta manera, os concederé la gracia del Espíritu Santo, para que lo tengáis con vosotros para siempre, como vuestro Maestro de la Verdad’. 

Pero dice  ‘Otro Paráclito’, esto es, otro maestro llamado Paráclito, quiere decir, Consolador, aquel que enseña en los momentos de angustia. Porque el Espíritu Santo, con su gracia, aliviará los males que les serán inflingidos por los hombres y, a manera de consolación, con sus dones hará que ellos soporten los males de buen grado, como de hecho ocurre.

De hecho, los mismos discípulos que antes temían la muerte, después de la venida del Espíritu se alegraban en sus tribulaciones.

Pero lo llamó “Espíritu de Verdad”, porque es Aquel que solamente enseña la verdad, nunca cambia hasta el punto de enseñar lo que quiere que sea ajeno a la verdad. Dice “Otro”, indicando que Él mismo, cuando estaba con ellos, había desempeñado una función idéntica con ellos. Además de eso, también todas aquellas cosas que, estando presente, les había enseñado con sus palabras, fueron ciertamente confirmadas por el Espíritu Santo”

(Teodoro de Mopsuestia, Sobre el Evangelio de Juan, VI)



4.     Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón

4.1.      ¿En que consisten los “mandamientos” de Jesús?
4.2.      ¿Por qué el amor por Jesús se demuestra en la observancia de sus mandamientos?
4.3.      ¿Qué se requiere para recibir el don del Espíritu Santo y la comunión honda y definitiva con Dios?
4.4.      ¿Por qué el “mundo” (lo que se ha cerrado a Dios) no lo puede alcanzar?
4.5.      ¿Mi amor por otras personas (mis progenitores, mis hermanos de comunidad, mis hijos, etc.) está sostenido por el respeto y la consideración?



P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

Anexo 1

Algunas pistas sobre las otras lecturas del domingo

Primera lectura: Hechos 8,5-8.14-17

Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1,8). El texto escogido para este domingo nos permite asistir al momento en que la misión, confiada por Jesús a los apóstoles, llega a Samaría, yendo más allá de los límites del judaísmo ortodoxo.

En el origen de la expansión está la persecución que siguió a la muerte de Esteban. El evangelizador es Felipe, el No.2 del grupo de los “siete” (En Hechos 21,8 se le da el título de “evangelista”). Pero el verdadero protagonista es, sin duda, el Espíritu Santo.

Los samaritanos eran una población mixta, resultado de la unión de los habitantes que quedaron en el Reino de Israel después de la deportación asiria en el año 722 aC y de los colonos asirios que en esa época se establecieron ahí. A pesar de ser considerados “herejes” y en “cisma” con los judíos, los samaritanos esperaban también la venida del Mesías (ver el diálogo de Jesús con la Samaritana, en Juan 4,25).

Yendo al encuentro de esa esperanza, Felipe les anuncia que ésta se realizó en Jesús: “Jesús es el Mesías”. Su predicación, acompañada por señales convincentes, fue coronada por el éxito: “hombres y mujeres se hacían bautizar” (8,12, omitido en la lectura). Y así llegó a Samaría la alegría típica de los tiempos mesiánicos.


Salmo responsorial: Salmo 65

Este Salmo prolonga la primera lectura. Lo mismo que Felipe salió de las fronteras de Israel para dirigirse a los samaritanos y anunciarles la buena nueva de Cristo resucitado, de la misma manera, el salmista sale de los límites de su pueblo. Tiene en vista las naciones paganas: a ellas les lanza una invitación a aclamar a Dios.

Las acciones de Dios no aparecen descritas. El orante evoca probablemente a la vez el poder del Dios creador y del Dios liberador. En cuanto creador, Dios sometió las aguas primitivas y los monstruos marinos (símbolos del mal). En cuanto liberador, hizo pasar a su pueblo a través del mar, por la mano de Moisés, y les dio una tierra al otro lado del Jordán, gracias a la conducción de Josué. Estos recuerdos del pasado llevan al gozo de la fiesta. El Dios de la historia, del cual el pueblo se acuerda leyendo las Escrituras, es el Dios que reina ahora sobre su pueblo y sobre el mundo.

En la última estrofa, el orante adopta un tono más personal. Convoca a su auditorio a contar lo que Dios ha hecho por él. Dios no es únicamente el Todopoderoso que reina sobre el universo, es también el que se interesa por cada una de sus criaturas. Él le concede su gracia a quien le implora.


Segunda lectura: 1 Pedro 3, 15-18

Pedro, después de exhortar a los cristianos a no tener miedo de la persecución (3,14), les dice que esta puede ser una ocasión propicia para la evangelización. Así tendrán la oportunidad de “dar razón de su esperanza”.

En condiciones adversas, la mejor defensa de los cristianos es su “buen comportamiento en Cristo” y la práctica del bien.  Pedro concreta algunas de las características de esta actitud de base: sinceridad (recta conciencia), no violencia, tolerancia (respeto)…

Pero esta puesta en práctica de las virtudes no es asimilable a la ética de los estoicos. Tiene, de hecho, una motivación específicamente cristiana. Por eso los cristianos encontrarán fuerza para perseverar en su testimonio luminoso, “adorando” a Cristo en sus corazones y siguiendo con generosidad sin límite el camino pascual de Aquel a quien confiesan como el Señor. Él murió según la carne, pero resucitó por el poder del Espíritu. Fue así como nos condujo hasta Dios.


(V. P. – F. O.)

Anexo 2
Pistas para los animadores de la Liturgia

I
El Evangelio, situado todavía en la intimidad del Cenáculo, nos orienta claramente hacia los próximas solemnidades que señalan el punto culminante del tiempo pascual: la Ascensión y Pentecostés.

II
En una perspectiva mistagógica, este domingo se presta para una profundización del tema del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia (Evangelio y primera lectura), en los sacramentos –especialmente la Confirmación- (primera lectura) y en la profesión y testimonio de nuestra esperanza (segunda lectura).

III
La palabra de Jesús en el Evangelio –“No los dejaré huérfanos”- nos lleva a sugerir para este domingo el prefacio pascual III: “Cristo vive eternamente e intercede por nosotros”.

IV
Para los lectores

Primera lectura: El texto no es difícil. Esto no quiere decir que no necesite de estudio y preparación. Nadie debería tener la osadía de subir al ambón sin haber estudiado el texto que va a proclamar. Con alguna frecuencia, los textos más fáciles acaban siendo los proclamados con mayor deficiencia.
Un ejemplo con la primera frase: “En aquellos días,// Felipe bajó a una ciudad de Samaría / y les predicaba a Cristo //”.

Segunda lectura: No tiene dificultades, pero no se olvide hacer una lectura lenta (no demasiado) y bien pausada. Que se sienta el lenguaje coloquial de una carta-catequesis.


(V. P. – F. O.)

Quinto Domingo de Pascua

Estudio de base para la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Quinto de Pascua – Mayo 22 de 2011

Jesús Camino, Verdad y Vida:
Cómo alcanzar la más profunda aspiración humana
Juan 14, 1-12

“El mismo Camino vino a tu encuentro
y te despertó del sueño en que dormías.
¡Levántate y camina!”
(San Agustín)


“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí”


Oremos:

“Señor, Dios nuestro,
tú nos has redimido y nos has concedido
la gracia de la adopción;
mira con bondad a estos hijos que tanto amas,
para que quienes creemos en Cristo
alcancemos la libertad verdadera”
(Oración colecta de este Domingo)

Introducción

El quinto (hoy) y el sexto domingo de esta cincuentena pascual nos trasladan hasta el cenáculo, donde –en una amplia conversación– Jesús se despide de sus discípulos y les deja su testamento (ver el discurso de despedida completo en Juan 14-16).

Una pregunta de fondo nos da la clave para entrar en los pasajes escogidos: ¿Qué implicaciones tiene la resurrección de Jesús para el presente y el futuro de su comunidad de discípulos?

1. El texto en su contexto

Un doloroso anuncio: “Me voy”

Después de lavarles los pies a sus discípulos (ver Juan 13,2-20) y cuando el traidor ya ha salido del cenáculo para ejecutar su macabro pan, Jesús le anunció a sus discípulos que se iría, que su comunión de vida terrena con ellos llegaba a su fin: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros…” (13,33).

La convivencia con Jesús, después de haber sido llamados a compartir su casa (“Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día”; 1,39), fue un bello tiempo marcado por una amistad sabrosa. Pero éste ahora se interrumpe y termina bruscamente con la muerte de Jesús.

La nostalgia surge entonces como un sentimiento cruel que aprieta la garganta.  ¿Eso significaría entonces que el discipulado, el seguimiento estrecho del maestro, la amistad sabrosa con él, no fue más que algo pasajero que queda para el recuerdo una vez que la muerte se interponga en medio del amor y separe para siempre a los que se han amado intensamente?

¿Habrá que consolarse con los recuerdos de este tiempo? ¿La muerte es también el fin de la relación?

Señor, ¿a dónde vas?

Pedro no soporta la idea de la separación: “Señor, ¿a dónde vas?”. Y Jesús le responde: “Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde” (13,36). Entonces le anuncia las negaciones (ver 13,38).

La ruta por la cual Jesús “va” será la que Pedro y todos los discípulos tendrán que recorrer mediante el “seguimiento” (“Me seguirás más tarde”; 13,36c). Pero antes de hacerlo, el discípulo debe tener una visión clara y completa de la geografía espiritual que conduce hasta le meta de ese camino. Por eso a la hora de la despedida, en medio las lágrimas, tratando de aprovechar con intensidad los últimos instantes que les quedan juntos, la palabras de la despedida se van convirtiendo poco a poco en palabras de consolación. 

En pocas palabras, Jesús le explica a sus amigos que no se separa de ellos para siempre sino que su separación marca un giro importante en la vida del discipulado, no propiamente el fin, digo un giro importante y decisivo en la manera de seguir a Jesús, un giro importante que tiene como finalidad la creación de lazos de amor todavía más fuertes, profundos e indestructibles que los anteriores.

2. Características del texto

2.1. El texto de Juan 14,1-12

Dijo Jesús:
1 “No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí.
2En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar.
3Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo estéis también vosotros.
4Y adonde yo voy sabéis el camino”.
5Le dice Tomás:
“Señor, no sabemos a dónde vas,
 ¿cómo podemos saber el camino?”.
6Le dice Jesús:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí.
7Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre;
desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”.
8Le dice Felipe:
“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
9Le dice Jesús:
“¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?
10¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta;
el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Al menos, creedlo por las obras.
12En verdad, en verdad os digo:
el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago,
y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”.

2.2. Núcleo: los discípulos aprenden un nuevo horizonte para sus vidas

La enseñanza de Jesús comienza con una invitación a confiar en Él: “No se turbe vuestro corazón” (14,1ª). Cuando los sentimientos se agitan por el vacío de una ausencia, Jesús ofrece la fortaleza de la fe: “Creéis en Dios; creed también en mí” (14,1b).

En la primera parte de la enseñanza, notamos que la referencia a Dios Padre lo enmarca todo:
-        Al principio dice: “En la casa de mi Padre…” (14,2).
-        Al final dice: “Yo voy al Padre” (14,12).

La estrecha relación entre el Padre y el Hijo se ve más claramente en el tiempo pascual:
-        Jesús va al Padre: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (20,17).
-        De quien proviene: “Sabiendo que le Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (13,3).
-        Y con quien vive desde la eternidad en una gran comunión: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba en el principio con Dios” (1,1).

Vale la pena observar a lo largo del pasaje que leemos hoy cómo se va presentando la relación entre el Padre y el Hijo. Este es el horizonte sobre el cual Jesús propone la relación con sus discípulos.

2.3. Una enseñanza ordenada

El texto tiene cuatro partes:
(1)    Jn 14,1-4: Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él.
(2)    Jn 14,5-7: Jesús les hace una gran revelación (con un solemne “Yo soy”).
(3)    Jn 14,8-11: Jesús señala su profunda unidad con el Padre.
(4)    Jn 14,12: Jesús saca una consecuencia para el discipulado: “hacer sus obras” (Es el comienzo de una nueva sección de la enseñanza).

El pasaje se desarrolla siguiendo la dinámica de un diálogo: (1) En la primera parte Jesús tiene en vista las palabras anteriores de Pedro (13,36: “Señor, ¿a dónde vas?”); (2) en la segunda responde a la pregunta de Tomás (14,5: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”); (3) finalmente responde a la solicitud de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8).

3. Profundización

3.1. Un vínculo más fuerte con Jesús (14,1-4)

En esta primera parte Jesús exhorta a la confianza y enseña cuál es el futuro de la relación con Él:

1No se turbe vuestro corazón.
Creéis en Dios: creed también en mí.
2En la casa de mi Padre hay muchas mansiones;
si no, os lo habría dicho;
porque voy a prepararos un lugar.
3Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar,
volveré y os tomaré conmigo,
para que donde esté yo estéis también vosotros.
4Y adonde yo voy sabéis el camino”.

Como anotamos arriba, a la hora de la despedida, Jesús le explica a sus discípulos que no se separa de ellos para siempre, sino que su partida sirve para establecer un vínculo aún más fuerte.

(1) La fe que vence el temor (14,1)

Jesús comienza con palabras fuertes: “No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1).

El término “turbación” es elocuente. Para entenderlo remitámonos al pasaje de la muerte y resurrección de Lázaro, donde dice que delante de la tumba de su amigo querido Jesús “se conmovió interiormente, se turbó” (11,33) y enseguida se puso a llorar (11,35). 

Esta turbación es la sensación previa a las lágrimas, es una conmoción profunda, por eso dice “del corazón”. Es la sensación de que a uno como que le quitan el piso, no tiene apoyo, como que se pierden los horizontes, todo se vuelve oscuro.  Es una sensación desagradable; por eso tememos tanto la partida de los seres que amamos.

Un místico lo expresaba de una manera bellísima con relación a Dios: “Que yo sin ti me quedo, que tú sin mi te vas”. Es decir: seguir viviendo sin el amado es como morir.

Frente a ese sentirse sin apoyo Jesús les ofrece un piso de confianza: “Creéis en Dios, creed también en mi” (14,1b).Jesús señala la actitud fundamental con la cual los discípulos deben afrontar la situación de la separación: la confianza.

Esta exhortación vale no sólo para los discípulos, sino también para todos aquellos que creerán después en Él. Estos últimos se encuentran en la misma situación de aquellos discípulos, para los cuales no sólo Dios sino también Jesús mismo ahora hace invisible para los ojos mortales.

Ante este hecho, los discípulos no deben dejarse impresionar, perder la compostura, para andar preocupados o inquietos. Justo ahora deben tener su más sólido fundamento y su inquebrantable apoyo en Dios y en Jesús. Sólo en la fe serán capaces de enfrentar esta situación. Jesús habló varias veces del “creer” como respuesta a sus signos y como camino de acceso a la vida eterna. Ahora que ellos no lo verán más, el “creer” de los discípulos es aún más necesario.

Pero así como uno cree en Dios a quien no ve, Dios es invisible, así también hay que creer en él en cuanto Señor resucitado.  De la misma manera que se cree en él Dios invisible hay que creer el Resucitado.

Jesús y el Padre están al mismo nivel. A Dios y a Jesús se les debe el mismo tributo de fe, porque el Padre se deja conocer a través del Hijo y obra en comunión inseparable con el Hijo  por medio de Él (14,10-11). Sin ver, los discípulos deberán apoyarse con una confianza ilimitada en el Padre y en el Hijo, construyendo todo sobre ellos.

(2) El nuevo y definitivo espacio de relación en la casa del Padre (14,2)

El hecho de que Jesús se vaya no constituye una separación definitiva, sino que sirve para su unión eterna: “Voy a prepararos un lugar” (14,2b).

La referencia a “muchas mansiones” en la casa del Padre, expresa ante todo la idea de una morada permanente. La metáfora no describe a Jesús arreglando un cuarto sino construyendo una casa: así como lo que se aman, construyen casa para vivir juntos.

En la frase hay dos pistas importantes:
-        Para Jesús la muerte es un retorno a la casa del Padre (13,1). Exaltado y glorificado, él estará para siempre en la comunión perfecta con el Padre.
-        Jesús había explicado su muerte y su resurrección desde el comienzo del Evangelio en la expulsión de los vendedores del tempo diciendo que destruiría el templo destruido por hombres y lo reconstruiría en tres días, anota el evangelista: “Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo” (2,21).  Jesús resucitado es la nueva construcción.

Es así como la Pascua es la construcción de la “morada”. Exaltado y glorificado, Jesús estará siempre en la perfecta comunión con el Padre. En ésta “morada” serán acogidos los discípulos de Jesús. Los discípulos tienen su patria definitiva no sobre esta tierra sino en Dios (el cielo).

(3) Una comunión perenne: el don más precioso de Jesús (14,4)

Jesús no se va para abandonar a sus discípulos sino para prepararles un puesto junto al Padre. Viene entonces para tomarlos consigo y estar en unión eterna con ellos: “Volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros” (14,3).

Es importante que los discípulos no se fijen solamente en el hecho de que Jesús muera de tal muerte y que no ya no esté con ellos. Ellos deben ver con fe el fin, o sea, que todo aquello que Jesús ya llevó a cabo está orientado a su comunión perenne con Él y con el Padre.

(4) Para ello hay que ponerse en camino (14,4)

Pero este don de Jesús, no puede llevar al discípulo al pasivismo: de la participación y el compromiso.  Y eso es lo que Jesús quiere decir con la imagen del “camino”: “Adonde yo voy sabéis el camino” (14,4).

Hay que ponerse en movimiento por el “camino” indicado por Él mismo en sus palabras, sus obras y todo lo que aprendieron en la convivencia amiga con él.  

Pero viene enseguida una gran revelación.

3.2. Una gran revelación: el camino es el mismo Jesús (14,5-7)

En esta segunda parte Jesús les hace una gran revelación a sus discípulos:
5Le dice Tomás:
“Señor, no sabemos a dónde vas,
 ¿cómo podemos saber el camino?”.
6Le dice Jesús:
“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.
Nadie va al Padre sino por mí.
7Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre;
desde ahora lo conocéis y lo habéis visto”.

Como se acaba de anotar, lo dicho en la primera parte acerca del don de la Pascua, podría dar la impresión de que los discípulos permanezcan pasivos y que sean simplemente conducidos por Jesús al Padre.

La enseñanza ahora es que los discípulos no pueden permanecer inactivos sino que deben también moverse por sí mismos. Por eso Jesús los instruye sobre el camino para llegar al Padre: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (14,6).

(1) Los matices de esta revelación (14,6ª)

Camino

El camino es el mismo Jesús. Ya en la parábola del Buen Pastor, él había dicho: “Yo soy la puerta: si uno entra por mí, estará salvo” (10,9). Nosotros hombres no podemos salvarnos por nosotros mismos, esta posibilidad es inaccesible para nosotros. Hay un único acceso a la salvación: Jesús en persona. La salvación consiste en la unión con Dios gracias al acceso que Jesús nos da a esta comunión.  Como es la única puerta, así Jesús es también el único “Camino” hacia el Padre, en cuanto es la “Verdad” y la “Vida”.

Yo Soy

Esta es la sexta vez en este Evangelio que Jesús se presenta con un solemne “Yo Soy”. Como cada vez que se define con la expresión “Yo soy”, también aquí Jesús nos demuestra que en su persona está presente Dios (Yahvé) como dador de salvación para nosotros.

El gran don que Dios nos hace y nos es manifestado por Jesús es el hecho de poder acceder a Él. Dios está escondido para nosotros e inaccesible (“A Dios nadie lo ha visto jamás”; 1,18ª), pero no excluye la posibilidad de que lleguemos a Él (“Pero el Unigénito, que estaba en el seno del Padre, Él nos lo ha contado”; 1,18b).

En Jesús, Dios mismo está presente ante nosotros en su verdadera realidad.

Verdad

“Él es la Verdad” significa que sólo por medio de Él se puede conocer el misterio de Dios. Sólo por medio de Jesús, en su realidad de Hijo, se revela que Dios es realmente Padre y vive desde siempre en una afectuosa comunión y a la par con este Hijo (1,1.18). Jesús es la perfecta revelación del Padre.

Vida

“Él es la Vida” significa que tenemos la unión con Dios Padre, y por tanto la verdadera vida eterna, sólo a través de la unión con Jesús. Él es la fuente de vida: “Yo he venido para tengan vida y la tengan en abundancia” (10,10; ver también 1,4-5; 5,26; 6,35.57; 8,12; 11,25; 17,2-3).

(2) La contundencia de esta revelación: todo pasa por Jesús (14,6b)

Es claro que Dios es inaccesible a nosotros en su verdadera realidad de Padre. También es claro que con nuestras fuerzas no podemos llegar por ningún camino hacia Él. Sólo Jesús es el “camino”.

Entonces, por medio de Jesús alcanzamos la revelación completa sobre nuestro origen y nuestro destino (que tiene el rostro de un “Padre” generador de vida y plenitud de la misma); y no sólo lo sabemos sino que lo logramos: en Él está la “Vida”. Sólo por medio de Jesús se nos concede el conocimiento y la vida del Padre: “Nadie va al Padre sino por mí”.

En cuanto sólo Jesús es el Hijo unigénito que está a la par con Dios, sólo Él es la puerta de acceso al Padre. Todos los otros caminos no llevan al Padre. Jesús es el único camino que conduce a la meta. Nosotros no podemos llegar al Padre con ninguna otra guía. Sólo por medio de Jesús obtenemos el conocimiento de Dios y la unión con Él en su verdadera realidad de Padre.

3.3. La maravillosa comunión entre el Padre y el Hijo (14,8-11)

En la tercera parte, que ahora abordamos, Jesús señala su profunda unidad con el Padre:
8Le dice Felipe:
“Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
9Le dice Jesús:
“¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.
¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’?
10¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?
Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta;
el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.
11Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Al menos, creedlo por las obras.

En su respuesta a Felipe, Jesús aclara de qué modo Él es el camino que conduce al Padre. Felipe le pide: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (14,8).

Felipe parece estar pensando en una teofanía, en una visión directa de Dios, en una experiencia extraordinaria. Jesús no es “camino” en cuanto transmite fenómenos y experiencias excepcionales de este tipo.  Lo es del modo que aquí experimentan los discípulos: con sus palabras y con sus obras, con la vida común entre sí. Lo es en cuanto Verbo de Dios hecho carne, con su aspecto humano lleno de discreción.

La única posibilidad de abordar y recorrer esta vía es la fe.

Para quienes tienen fe les dice: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (14,9). Quien reconoce por la fe a Jesús como Hijo, logra enseguida por la fe al Padre. Sólo para quien cree en él, Jesús es el camino,  continuará siéndolo aún cuando no esté visiblemente entre los suyos.

La relación con Jesús no es como la que se tiene con un amigo más, sino que va más allá: al conocimiento pleno del misterio de Dios y cuyo fondo es su rostro paterno, y también a la relación misma con este Dios descubierto en su tremenda cercanía de Padre, una relación, una unión en la cual se genera una vida eterna.

Aquel Padre, del que Tomás desea conocer con todo su ser, es lo máximo de la felicidad, de la protección, de la ternura. Por eso dice: “nos basta”.

4. Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“Si lo amas, síguelo. Me responderás: ‘Yo lo amo, ¿pero por dónde lo seguiré?’. Si el Señor tu Dios te dijera: ‘Yo soy la Verdad y la Vida’, tu deseo de verdad y vida te llevaría ciertamente a buscar el camino para llegar allá, y pensarías: ‘¡Gran cosa es la verdad, gran cosa es la vida! ¡Oh, si fuese posible que mi alma encontrara el camino para llegar allá!’.
¿Quieres conocer el camino? Escucha lo que el Señor dice en primer lugar: ‘Yo soy el Camino’. ¿Camino para dónde? ‘La verdad y la vida’. Dijo primero por dónde debes ir, y enseguida indicó para dónde debes ir. ‘Yo soy el Camino, Yo soy la Verdad, Yo soy la vida’. Permaneciendo junto al Padre es Verdad y Vida. Revistiéndose de nuestra carne, se hizo Camino.
No se te ha dicho: ‘Esfuérzate por encontrar el camino, para que puedas llegar a la verdad y a la vida’. No es eso, ciertamente. Levántate, perezoso. El mismo Camino vino a tu encuentro y te despertó del sueño en que dormías –si es que llegó a despertarte-. ¡Levántate y camina!”.
(San Agustín, Sobre el Evangelio de Juan, 34,9)

5. Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
5.1. ¿Cuáles eran los sentimientos de los discípulos de Jesús en el Cenáculo cuando el Maestro anunció su partida? ¿Cómo afrontó los duelos, la muerte de los seres amados? ¿Qué enseña Jesús a propósito de su muerte?
5.2. ¿Cuál es el don que los discípulos reciben a partir de la muerte y resurrección de Jesús? ¿Qué quiere decir la imagen de la “casa”?
5.3. ¿Qué debe hacer un discípulo ante el don pascual de Jesús?
5.4. ¿Cómo entender la frase: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida?
5.5. ¿A qué se refiere Jesús cuando dice: “El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre”?


P. Fidel Oñoro,cjm
Centro Bíblico del CELAM

Anexo 1
Pistas para las otras lecturas del Domingo

Sumario: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, dice Jesús en el evangelio de hoy. Él es la piedra viviente, el fundamento de la Iglesia, escribe Pedro. Los Hechos de los Apóstoles nos muestran cómo la primitiva Iglesia se organiza para ser fiel al servicio de la mesa y al servicio de la Palabra.


Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 6,1-7

En la joven comunidad cristiana revienta un pequeño conflicto entre aquellos que se expresan en lengua griega (cristianos provenientes de la “diáspora” judía) y los que lo hacen en arameo (cristianos de origen palestinense); el pluralismo lingüístico y cultural general roces. Los primeros se consideran afectados en la distribución de víveres; está en juego el ejercicio de la caridad. Los Doce no dejan que este problema envenene la vida de la Iglesia, la comunidad de los “discípulos” (es la primera vez que los cristianos son llamados así en los Hechos).

Organizan un debate y hacen propuestas para arreglar el asunto. Recuerdan lo que Jesús dijo después de la cena en la casa de Marta. Allí Marta se esforzaba por prestar un servicio impecable, pero Jesús puso a María de Betania como ejemplo. No se trataba de rebajar a una de las hermanas sino de establecer la prioridad de la escucha de la Palabra sobre cualquier otra actividad. Sentada a los pies de Jesús, María simbolizaba el trabajo esencial de todo discípulo. Este principio es respetado aquí. Los Doce recuerdan la prioridad de las prioridades.

Pero ellos recuerdan ciertamente también las palabras de Jesús después de la última cena: “Los Reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve”  (Lc 22,25-26). Es eminente la dignidad del servicio, de la diaconía, función esencial en la Iglesia.

Fieles a las palabras y al comportamiento de Jesús, la comunidad de los discípulos comienza a organizarse. Nuevos ministerios son creados. Otros son abandonados, como el los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Nada lleva a pensar que los sacerdotes que han entrado en la comunidad hayan continuado ejerciendo su función en el Templo. Todo está subordinado a las tareas esenciales, anunciadas al comienzo del libro de los Hechos: “Escuchar la enseñanza de los Apóstoles, vivir en comunión fraterna, partir del pan y participar en las oraciones” (ver Hechos 2,42).

Notemos en el texto la intervención de la comunidad y de los Doce en particular, para resolver el problema; el papel del Espíritu Santo; y la imposición de las manos, acompañada por la oración, como rito de investidura en el ministerio.

El hecho es que la nueva estructura ministerial, además de favorecer el crecimiento orgánico interno, le traerá un nuevo dinamismo misionero a la Iglesia naciente.


Salmo responsorial: Salmo 33 (32 en la liturgia)

Se trata de un himno a la Providencia divina. Comienza con un invitatorio, quizás pronunciado en otro tiempo por un sacerdote del Templo de Jerusalén. Él llama a la orquesta y a la asamblea para que “grite de júbilo por el Señor”.

Más que un cántico piadoso es una celebración apoteósica de la acción creadora de Dios. Dios confía su creación a los hombres. Cada día es una nueva maravilla de su poder y de su bondad. Cada día sube hacia Él un “cántico nuevo” (v.3ª). La alabanza se dirige a la Palabra creadora de Dios: “Pues recta es la Palabra de Yahvé” (v.4ª). Ella no es una palabra abstracta sino una palabra de la cual se puede medir su eficacia. Dios habla y eso sucede. El Salmo desarrolla las cualidades de Dios: es recto (“Ama la justicia y el derecho”, v.5ª), es fiel, es justo. Dios vela sobre el hombre y lo salva.

El Salmo nos debe llevar a todos los hombres, creados a imagen de Dios, a corresponder a esta imagen: ser recto, practicar el derecho y la justicia, poner toda la esperanza en el Señor.


Segunda lectura: 1 Pedro 2,4-9

Leemos una preciosa teología “pascual” de la Iglesia. Por su muerte y resurrección, Jesús se convierte en el centro y el fundamento de la Iglesia.

Vale la pena notar los elementos del texto: combina una profecía de Isaías (Isaías 28,16), un Salmo (118,22) y una frase del Éxodo (19,5-6): Por su repetición del término “piedra”, se podría llamar la parábola de las piedras: piedra viva, piedra preciosa, incomparable, piedra tallada, piedra angular indispensable para toda construcción.

La Iglesia, fundamentada en Cristo, crece en la medida en que los bautizados se unen a Él –la “piedra vivificante- en calidad de “piedras vivas”. Se construye así un nuevo “edificio espiritual”: la fuerza que lo construye es la fe. No debe sentir vergüenza quien se compromete con Él, con confianza y amor.

Quien cree, comparte la vida del Resucitado, participa en la construcción de un pueblo de sacerdotes y de reyes, recibe –con todos los creyentes- los títulos gloriosos con los cuales Dios había prometido honrar a su pueblo: “Linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (2,9ª = Éxodo 19,5-6). Lo que se quiere decir con este lenguaje de tipo cultual es que al interior de este pueblo sacerdotal, cada uno puede hacer de su vida una ofrenda santa porque Él está unido a la ofrenda de Jesús. De esta forma, con Cristo, ya se ha pasado de las tinieblas de la muerte a la admirable luz de la vida de Dios (2,9b).

El edificio que se menciona puede llamarse “espiritual” porque está construido y habitado por el Espíritu (2,5a). En la misma línea debe entenderse el calificativo “espirituales” (2,5b), puesto que los sacrificios que los cristianos están llamados a ofrecer representan la donación de la persona entera, concretización de un sacerdocio verdadero, siempre “por mediación de Jesucristo” (2,5c).

(J. S. – V. P. – F. O.)
Anexo 2
Algunas sugerencias para animadores de la liturgia

I
La primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles, concentra nuestra atención en la vida de la Iglesia como lugar por excelencia de la presencia del Resucitado y de la acción del Espíritu Santo. Cada comunidad está llamada a mirarse más a fondo a sí misma, redescubriendo sus prioridades pastorales. Hay que poner atención a los posibles conflictos que puedan darse entre grupos; la relación entre la caridad, la Palabra y la vida litúrgica; la participación y la corresponsabilidad en los ministerios y en la comunión eclesial…

II
Podríamos tener en cuenta en la homilía de hoy las palabras del Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la Conferencia de Aparecida realizada hace un año, cuando comentaba el lema de esta V Conferencia, el cual estaba tomado del Evangelio de hoy:
“¿Qué nos da Cristo realmente? ¿Por qué queremos ser discípulos de Cristo? Porque esperamos encontrar en la comunión con él la vida, la verdadera vida digna de este nombre, y por esto queremos darlo a conocer a los demás, comunicarles el don que hemos hallado en él. Pero, ¿es esto así? ¿Estamos realmente convencidos de que Cristo es el camino, la verdad y la vida?”.

III
Para los lectores.
Primera lectura: La lectura supone dos voces: el narrador y los apóstoles. Debe prestarse atención a algunas palabras poco comunes. Antioquía, prosélito, helenistas, Prócoro…
Segunda lectura: Tiene expresiones y frases entre comillas que no cuentan para la lectura (estos signos no se transmiten oralmente). Leamos, entonces, como si no hubiera comillas.

Anexo 3
Para prolongar la meditación y la oración

La Verdad y Jesús (Jn 14,1-12)


“Entre más escucho a Jesús
en mi fe
y con mi razón,
más estoy con la Verdad
en relación,
pongo mis pasos en los suyos,
a fin de que mi existencia
crezca en amor,
a pesar de las insuficiencias”

(Franck Widro)

Anexo 4
Para concluir la Lectio Divina




El ejercicio de la Lectio Divina nos lleva a buscar a Dios y encontrarlo a través del escrutar los textos bíblicos y beber del manantial de vida que brota de ellos. Mente y corazón se aúnan en un mismo esfuerzo. Terminemos nuestro ejercicio de hoy, haciendo nuestra esta bella oración de San Agustín:

“He querido tener la inteligencia de lo que creo, Señor,
en cuanto he podido.
En cuanto me has dado fuerzas, te he buscado.
He querido tener la inteligencia de lo que creo.
He discutido mucho.

Señor, mi Dios, mi única esperanza,
escúchame,
no permitas que deje de buscarte.
Pon en mi corazón
un deseo más ardiente de buscarte.

Aquí estoy ante Ti con mi fuerza y mi debilidad.
Dale sostenimiento a lo primero y sáname en lo otro.
Ante Ti está mi ciencia y mi ignorancia,
allí donde me has cerrado, abre a aquel que toca.

Que yo me acuerde de Ti.
Que te comprenda.
Que te ame”.
Amén