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martes, 26 de abril de 2011

Sexto Domingo de Pascua

Estudio de base para la Lectio Divina del Evangelio del Domingo
Sexto de Pascua – Mayo 29 de 2011

JESÚS NO NOS ABANDONA
El mandato del Amor y las Promesas de Jesús
Juan 14, 15-21


“Los mismos discípulos que antes temían la muerte,
después de la venida del Espíritu
se alegraban en sus tribulaciones”

(Teodoro de Mopsuestia)



“No los dejaré huérfanos”


Introducción

Seguimos en el ambiente del cenáculo. Los discípulos están conmovidos por el dolor de la separación y se preguntan cómo serán las cosas después de la partida de Jesús. En este contexto, Jesús pronuncia la enseñanza que leemos hoy.

La cuestión es importante, porque a veces sucede que también en la relación con Jesús uno puede llegar a tener la percepción de que Él está lejos de nuestras vidas, que lo sentimos poco y que es prácticamente inalcanzable.

En el pasaje de Juan 14,15-21 vemos que Jesús demuestra que así como no abandonó a sus discípulos tampoco nos abandona, siempre estará presente, nos comparte su vida y así como Él y el Padre son uno, así estará en nosotros.

¿Cómo lo hace?

En el núcleo del texto vemos que Jesús anuncia la venida de otra ayuda para sus discípulos, el Espíritu de la Verdad (14,15-17), y también su propia venida (14,18-21).

Si observamos de cerca el texto notaremos que está enmarcado, los vv.15 y 21, por la alusión al práctica del mandato de Jesús. Jesús declara que todas las enseñanzas dadas a lo largo del evangelio no se invalidan con su partida, sino todo lo contrario: permanecen válidas para siempre. Se trata de una condición fundamental: sólo quien se atiene a sus mandamientos puede recibir el Espíritu y abrirse al amor de Jesús y del Padre. El amor por Jesús está estrechamente relacionado con la práctica de sus mandamientos.

Leamos despacio el texto:


15Si me amáis, guardaréis mis mandamientos;
16y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,
17el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.
18No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros.
19Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis.
20Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros.
21El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.»


1.     El amor a Jesús y la práctica de sus mandamientos (Juan 14,15.21)

15Si me amáis, guardaréis mis mandamientos…
21El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.»

En el dolor que los discípulos experimentan por la separación, se revela en el amor por Jesús. Pero los discípulos deben demostrar la sinceridad de su deseo de la presencia de Jesús y de la comunión con Él a través de la puesta en práctica de sus mandamientos, la cual nace del amor por su maestro.

¿De qué mandamientos se trata?

En el evangelio de Juan, la exhortación a amarnos unos a otros como Él nos amó es la única que se define prácticamente como el mandamiento de Jesús (13,34).

Pero también todo lo que Jesús hace, de palabra y de obra, es un llamado para hacer lo mismo: “El que crea en mí hará Él también las obras que yo hago…” (14,12ª). 

Por tanto, poner en práctica los mandamientos es tomarse en serio y con fe el conjunto de sus enseñanzas (14,23-24), dejándose conducir por Él. 

Jesús permanece presente en su palabra y en las exigencias que ella implica. Quien se deja guiar por la Palabra de Jesús, sigue a Jesús, permanece unido a él y conserva su amor.

Con esto se nos dice que  el amor no consiste en palabras, sentimientos o recuerdos, sino que se demuestra o verifica en la capacidad de escucha y en la obediencia a las enseñanzas del Maestro Jesús. El verdadero amor a Jesús se traduce en seguimiento de Jesús.  Amar es querer, adherirse al amado y asumir su voluntad.


2.     La promesa del “Paráclito”

El don del Paráclito (14,16-17)

16y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre,
17el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros.

Quien está unido a Jesús de la manera anteriormente enunciada, recibe por parte de Dios el don prometido: el Espíritu Santo.

Al Espíritu lo llama “Paráclito” (=Consolador, abogado, ayudador). El Espíritu es una nueva ayuda para la vida de los discípulos: Él hace posible el seguimiento, Él capacita para vivir el difícil mandato del “amor”, Él asiste a los discípulos en momentos duros de la tribulación. La acción del Espíritu Santo se describe con precisión: viene como un nuevo “apoyo” Jesús se va pero les deja su Espíritu.

Jesús dice “Otro Paráclito”. Hasta ahora Jesús ha sido el apoyo para sus discípulos: se ocupó de ellos, se puso a su servicio, los guió, le dio ánimo y fuerza. Como Buen Pastor, Jesús no los dejó nunca abandonados a su propia suerte; siempre estuvo al lado de ellos. Ahora Jesús se va, no quedarán solos: el Padre les dará el Espíritu Santo, quien estará siempre con ellos, al lado de ellos y en ellos.

También dice: “El Espíritu de la Verdad”. Esta definición del Espíritu lo presenta como Aquel que hace permanecer a los discípulos en la “Verdad” transmitida por Jesús, es el que da testimonio de Él, como el que continúa con su ministerio terrenal y los protege tanto de los falsos maestros como de las opciones equivocadas.

El mundo, que se ha cerrado a Jesús, “no lo puede recibir”. Sólo si creemos en Jesús y nos atenemos a sus mandamientos, estamos abiertos al Espíritu Santo, podemos recibirlo y hacer la experiencia de su acción.


El regreso de Jesús (14,18-20)

18No os dejaré huérfanos: volveré a vosotros.
19Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis.
20Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros.

Jesús se ha dirigido a los discípulos llamándolos “hijitos” (13,33). Ahora les asegura que no quedarán “huérfanos”.

Así como los hijos pequeños quedan a la deriva cuando mueren los progenitores, así también los discípulos de Jesús quedarían solos por la muerte del Maestro. La ausencia de Jesús no crea orfandad en sus discípulos, ella da paso a su nueva presencia el “Paráclito”

Es verdad que Jesús va a morir, pero no es cierto que sus discípulos vayan a quedar huérfanos: Jesús los deja pero “volverá”. De esta forma al anunciar la muerte también les anuncia la resurrección: el Resucitado vendrá a su encuentro y ellos los verán. Como efectivamente se narra en el día pascual: “Se presentó en medio de ellos… Los discípulos se alegraron de ver al Señor” (20,19.20).

Los discípulos no sólo lo “verán” sino que tendrán parte en su propia “vida”: “Me veréis porque yo vivo, y también vosotros viviréis”. El reconocer esta compañía permanente es sólo para los que tengan en común esa vida que Jesús posee tras su resurrección.  Lo percibirá vivo el creyente que vive de la vida de Jesús resucitado.

De hecho, también en el día pascual se dice que Jesús… “Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: ‘Recibid el Espíritu Santo’” (20,22).

Pero no así con el “mundo”. Con su muerte, Jesús desaparece para siempre del mundo: el mundo sabe solamente que murió en una cruz. El mundo conoce la muerte pero no la vida. Jesús volverá exclusivamente a sus discípulos y se les mostrará como el viviente.

El día pascual es un día grandioso, porque en él se comprende finalmente a Jesús: “Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros”.

En dos ocasiones, dentro de este evangelio, Juan se había referido al hecho de que solamente después de la resurrección los discípulos comprenderían el verdadero significado de las cosas:

(1) sobre lo que Jesús dijo en el Templo (2,21-22) y
(2) el sentido su entrada en Jerusalén en un asno (12,16).

En esta ocasión Jesús les anuncia a sus discípulos que solamente después de su  resurrección comprenderán verdaderamente su comunión con el Padre y con ellos.

Con la resurrección de Jesús se demuestra que –a pesar de su aparente silencio en la Cruz- Dios está a su lado, con todo su amor y su potencia, y que le confirma que Él es el Mesías e Hijo de Dios y que las obras que realiza en nombre del Padre son auténticas.

Pero no solamente con relación al Padre. La resurrección también hace más evidente el vínculo especial que Jesús tiene con los discípulos: Él se muestra y se hace reconocible como el Viviente solamente a ellos.

Su encuentro con el Resucitado es un nuevo impulso y un fundamento duradero para creer todo lo que él dijo sobre su unión perfecta con el Padre (14,10-11) y sobre su vínculo indisoluble con ellos.


3.     Releamos el Evangelio con un Padre de la Iglesia

“‘Vosotros –dice- debéis rezar ante todo amando y demostrando amor con la puesta en práctica de mis mandamientos; dispuestos de esta manera, os concederé la gracia del Espíritu Santo, para que lo tengáis con vosotros para siempre, como vuestro Maestro de la Verdad’. 

Pero dice  ‘Otro Paráclito’, esto es, otro maestro llamado Paráclito, quiere decir, Consolador, aquel que enseña en los momentos de angustia. Porque el Espíritu Santo, con su gracia, aliviará los males que les serán inflingidos por los hombres y, a manera de consolación, con sus dones hará que ellos soporten los males de buen grado, como de hecho ocurre.

De hecho, los mismos discípulos que antes temían la muerte, después de la venida del Espíritu se alegraban en sus tribulaciones.

Pero lo llamó “Espíritu de Verdad”, porque es Aquel que solamente enseña la verdad, nunca cambia hasta el punto de enseñar lo que quiere que sea ajeno a la verdad. Dice “Otro”, indicando que Él mismo, cuando estaba con ellos, había desempeñado una función idéntica con ellos. Además de eso, también todas aquellas cosas que, estando presente, les había enseñado con sus palabras, fueron ciertamente confirmadas por el Espíritu Santo”

(Teodoro de Mopsuestia, Sobre el Evangelio de Juan, VI)



4.     Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón

4.1.      ¿En que consisten los “mandamientos” de Jesús?
4.2.      ¿Por qué el amor por Jesús se demuestra en la observancia de sus mandamientos?
4.3.      ¿Qué se requiere para recibir el don del Espíritu Santo y la comunión honda y definitiva con Dios?
4.4.      ¿Por qué el “mundo” (lo que se ha cerrado a Dios) no lo puede alcanzar?
4.5.      ¿Mi amor por otras personas (mis progenitores, mis hermanos de comunidad, mis hijos, etc.) está sostenido por el respeto y la consideración?



P. Fidel Oñoro, cjm
Centro Bíblico del CELAM

Anexo 1

Algunas pistas sobre las otras lecturas del domingo

Primera lectura: Hechos 8,5-8.14-17

Seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1,8). El texto escogido para este domingo nos permite asistir al momento en que la misión, confiada por Jesús a los apóstoles, llega a Samaría, yendo más allá de los límites del judaísmo ortodoxo.

En el origen de la expansión está la persecución que siguió a la muerte de Esteban. El evangelizador es Felipe, el No.2 del grupo de los “siete” (En Hechos 21,8 se le da el título de “evangelista”). Pero el verdadero protagonista es, sin duda, el Espíritu Santo.

Los samaritanos eran una población mixta, resultado de la unión de los habitantes que quedaron en el Reino de Israel después de la deportación asiria en el año 722 aC y de los colonos asirios que en esa época se establecieron ahí. A pesar de ser considerados “herejes” y en “cisma” con los judíos, los samaritanos esperaban también la venida del Mesías (ver el diálogo de Jesús con la Samaritana, en Juan 4,25).

Yendo al encuentro de esa esperanza, Felipe les anuncia que ésta se realizó en Jesús: “Jesús es el Mesías”. Su predicación, acompañada por señales convincentes, fue coronada por el éxito: “hombres y mujeres se hacían bautizar” (8,12, omitido en la lectura). Y así llegó a Samaría la alegría típica de los tiempos mesiánicos.


Salmo responsorial: Salmo 65

Este Salmo prolonga la primera lectura. Lo mismo que Felipe salió de las fronteras de Israel para dirigirse a los samaritanos y anunciarles la buena nueva de Cristo resucitado, de la misma manera, el salmista sale de los límites de su pueblo. Tiene en vista las naciones paganas: a ellas les lanza una invitación a aclamar a Dios.

Las acciones de Dios no aparecen descritas. El orante evoca probablemente a la vez el poder del Dios creador y del Dios liberador. En cuanto creador, Dios sometió las aguas primitivas y los monstruos marinos (símbolos del mal). En cuanto liberador, hizo pasar a su pueblo a través del mar, por la mano de Moisés, y les dio una tierra al otro lado del Jordán, gracias a la conducción de Josué. Estos recuerdos del pasado llevan al gozo de la fiesta. El Dios de la historia, del cual el pueblo se acuerda leyendo las Escrituras, es el Dios que reina ahora sobre su pueblo y sobre el mundo.

En la última estrofa, el orante adopta un tono más personal. Convoca a su auditorio a contar lo que Dios ha hecho por él. Dios no es únicamente el Todopoderoso que reina sobre el universo, es también el que se interesa por cada una de sus criaturas. Él le concede su gracia a quien le implora.


Segunda lectura: 1 Pedro 3, 15-18

Pedro, después de exhortar a los cristianos a no tener miedo de la persecución (3,14), les dice que esta puede ser una ocasión propicia para la evangelización. Así tendrán la oportunidad de “dar razón de su esperanza”.

En condiciones adversas, la mejor defensa de los cristianos es su “buen comportamiento en Cristo” y la práctica del bien.  Pedro concreta algunas de las características de esta actitud de base: sinceridad (recta conciencia), no violencia, tolerancia (respeto)…

Pero esta puesta en práctica de las virtudes no es asimilable a la ética de los estoicos. Tiene, de hecho, una motivación específicamente cristiana. Por eso los cristianos encontrarán fuerza para perseverar en su testimonio luminoso, “adorando” a Cristo en sus corazones y siguiendo con generosidad sin límite el camino pascual de Aquel a quien confiesan como el Señor. Él murió según la carne, pero resucitó por el poder del Espíritu. Fue así como nos condujo hasta Dios.


(V. P. – F. O.)

Anexo 2
Pistas para los animadores de la Liturgia

I
El Evangelio, situado todavía en la intimidad del Cenáculo, nos orienta claramente hacia los próximas solemnidades que señalan el punto culminante del tiempo pascual: la Ascensión y Pentecostés.

II
En una perspectiva mistagógica, este domingo se presta para una profundización del tema del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia (Evangelio y primera lectura), en los sacramentos –especialmente la Confirmación- (primera lectura) y en la profesión y testimonio de nuestra esperanza (segunda lectura).

III
La palabra de Jesús en el Evangelio –“No los dejaré huérfanos”- nos lleva a sugerir para este domingo el prefacio pascual III: “Cristo vive eternamente e intercede por nosotros”.

IV
Para los lectores

Primera lectura: El texto no es difícil. Esto no quiere decir que no necesite de estudio y preparación. Nadie debería tener la osadía de subir al ambón sin haber estudiado el texto que va a proclamar. Con alguna frecuencia, los textos más fáciles acaban siendo los proclamados con mayor deficiencia.
Un ejemplo con la primera frase: “En aquellos días,// Felipe bajó a una ciudad de Samaría / y les predicaba a Cristo //”.

Segunda lectura: No tiene dificultades, pero no se olvide hacer una lectura lenta (no demasiado) y bien pausada. Que se sienta el lenguaje coloquial de una carta-catequesis.


(V. P. – F. O.)

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